En febrero de 2014 trabajaba en
el diario El Mundo. Uno de mis jefes, Agustín Pery, me propuso hacer un
artículo sobre el 11-M. Señaló en concreto a una persona que nunca había
hablado con los medios de comunicación: Gabriel Vidal Montoya, el menor al que
la prensa había bautizado como el Gitanillo. Mi compañero Joaquín Manso lo
había localizado en Avilés. Allí lo abordó en su portal para hacerle una
entrevista. Gabriel fue arisco con Manso. No quería saber nada de los
periodistas ni que le tomasen imágenes. Cada cierto tiempo era asaltado por las
cámaras; en su círculo cercano había creado un cordón de seguridad que lo
alertaba de la presencia de reporteros. Manso lo convenció para que al menos me
conociese y tomase un café conmigo. A Joaquín Manso le debo la publicación de
este libro.
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