Homo Lubitz, Eduardeo Menéndez Salmón, p. 137
-El accidente -dijo O'Hara, como
quien saborea una golosina-. El problema de problemas. El nudo gordiano. Usted
lanza una piedra en un lago, genera una onda y se va. Pero vive ajena a las
consecuencias de su acción.
O'Hara miró su cóctel sin alcohol
e hizo un gesto de conformidad. Sus manos estaban abiertas ante él como un joyero
vacío.
-Decía que, si lanza una piedra a
un estanque, jamás podrá hacerse cargo de todas las consecuencias de esa
acción. Pero vivimos como si no fuera así. Pensamos que cada acción conlleva
una reacción, cuando en realidad cada acción que ejecutamos no termina nunca,
sigue produciendo sus efectos durante el resto del tiempo. Y no me refiero al
tiempo de nuestra vida. Me refiero también al tiempo en que ya no estaremos.
Fijémonos en su concepción. Usted piensa en ella como si la acción de sus padres
sólo hubiera engendrado a Amanda Behrens. ¿Me equivoco? Pero usted sabe que eso
no es cierto, que su acción no termina ahí. Un abismo se abre ante nosotros. Porque
la acción de sus padres ha impactado sobre todas las vidas que, en un momento u
otro, han entrado, entran o entrarán en contacto con su propia vida, con la vida
de Amanda Behrens. Y porque seguirá haciéndolo cuando sus padres y usted sean
sólo un recuerdo, in el uso cuando ya no quede nadie en este mundo que los haya
conocido.
-Es como si cada acción
-prosiguió al fin-, por mínima que fuera, por minúscula que se nos antoje,
contuviera dentro de sí la semilla de cuanto sucederá. Es abrumador. Es
desconsolador. Es demasiado para la vida de cualquier hombre.
-No sé dónde quiere llegar -dijo
Amanda.
-Volvamos al accidente -dijo
O'Hara-. El accidente es la acción que revela la pluralidad de las demás
acciones, la acción que, al vincularse a la fatalidad, al azar, a una instancia
que suponemos ciega, nos permite salvar el resto de acciones al considerarlas
orientadas a un fin mensurable. Toda acción que no colapsa en accidente nos
parece sensata.
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