Cuentos completos: 1864-1878, Henry James, p. 445
Tintoretto, el lector culto
recordará, pintó dos obras maestras sobre este gran terna. La más grande y
compleja está en la Scuola di San Rocco; la otra, sobre la que hablo, es
pequeña, sencilla, y sublime. Ocupa el lado izquierdo del estrecho coro de la
pequeña y humilde iglesia en la que estábamos, y destaca por ser, con dos o
tres excepciones, la mejor obra conservada de su incomparable autor. En todo el
mundo del arte no se ha producido nunca un efecto tan poderoso a través de unos
medios tan sencillos y selectos; nunca la inteligente elección de medios ha
sido perseguida con una percepción tan refinada para conseguir un efecto. El
cuadro ofrece a nuestra vista la esencia misma y central de la gran tragedia que
representa. No hay ninguna madonna desmayada ni ninguna Magdalena que consuele.
No se describe ninguna escena de burla ni la crueldad de las masas reunidas.
Observarnos la silenciosa cumbre del Calvario. A la derecha hay tres cruces,
destacando la del Salvador. Una escalera apoyada contra ella sostiene a un verdugo
con turbante, que se inclina hacia abajo para recibir la esponja que le ofrece
un compañero. Sobre la cima de la colina los cascos y las lanzas de una línea
de soldados completan la severidad de la escena. La realidad de la pintura va
más allá de las palabras: es duro decir qué es más impresionante, si el horror desnudo
del hecho representado o el inteligente poder del artista. Se respira una
oración silenciosa de agradecimiento por no estar en posesión de la terrible
clarividencia del genio. Nos sentarnos y observarnos la pintura en silencio. El
sacristán merodeaba por los alrededores, pero finalmente, cansado de esperar,
se retiró al campo exterior. Observé a mi compañera que se mostraba pálida, inmóvil
y sofocada; evidentemente sentía la imponente fuerza de la obra con conmovedora
compasión.
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