Te quiero más que a la salvación de mi alma
DF WALLACE, VILA-MATAS Y K
Y es esto, creo yo, lo que hace que el ingenio de Kafka sea inaccesible para unos niños a quienes nuestra cultura ha educado para que vean las bromas como entretenimiento y el entretenimiento como algo reconfortante. No es que los estudiantes no “pillen” el humor de K sino que los hemos enseñado a ver el humor como algo que se pilla, de las misma forma que les enseñamos que el “yo” es algo que se tiene sin más. No es de extrañar que no puedan apreciar el chiste que hay en el centro mismo de K: que la horrible pugna por establecer un 2yo” humano resulta en un “yo” cuya humanidad es inseparable de esa pugna horrible. Que nuestro viaje interminable e imposible hacia el hogar es de hecho nuestro hogar. Es difícil de explicar con palabras cuando uno está frente a la pizarra, créanme. Se les puede decir a los alumnos que tal vez sea bueno que no “pillen” a K. Se les puede pedir que imaginen que sus relatos tratan todos de una especie de puerta. Que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no sólo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es pero lo sentimos, esa desesperación total por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre…y se abre hacia fuera: que durante todo este tiempo ya estábamos dentro de lo que queríamos. Das ist komisch.
Hablemos de langostas, de David Foster Wallace, p.86
-No pienso abrirles ni loco –les dije.
-¿por qué? –preguntaron, cada vez más muertos de miedo.
Decidí hablarles con el estilo de un predicador.
-Porque el mundo es grande y en él hay sólo una puerta cerrada y todas las demás están abiertas, con toda la gente fuera. Y porque hay una idea general, por parte de todos, de lo que se podría ver si la única puerta cerrada se abriera. Pero lo que todos creen que se podría ver, nunca es realmente lo que se ve su se abre la puerta.
Silencio.
-No les abriré –repetí.
Por la mirilla, sigilosamente, comprobé que les había hecho un favor. Se oyeron de repente, al ver que no les abría, sus suspiros de profundo alivio. Casi parecía que lloraran de alegría y de tranquilidad recuperada. Se quedaron un rato allí, sin la menor intención de dar un paso más, y menos aún de pedir que les dejar entrar. Era como si supieran que su salvación estaba en el abismo, pero que no era nada urgente que cruzaran el bendito umbral.
Materia oscura, en: Exploradores del abismo, de Enrique Vila-Matas, p. 110
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