El mago, John Fowles, p. 218
Lykeri, que es el nombre del pico
más alto, tenía una ladera tan empinada que era imposible subir caminando. Nos
vimos obligados a ponernos de cuatro patas, agarrarnos al suelo con las manos y
descansar frecuentemente. Cerca de la cumbre encontramos grandes grupos de violetas
en flor, con enormes pétalos de aroma delicado; y por fin, cogidos de la mano,
recorrimos haciendo un último esfuerzo los metros que quedaban hasta pisar la
estrecha plataforma de la cumbre, en la que había un pequeño túmulo.
-¡Oh Dios mio, Dios mío! -dijo
Alison.
Por el otro lado se desplomaba en
vertical un precipicio de seiscientos metros de aire sombrío. El sol estaba en
ocaso, justo encima del horizonte, pero las nubes habían desaparecido. El cielo
estaba pálido, absolutamente impoluto, absolutamente puro y azul. Ninguna otra
montaña cercana obstaculizaba la vista. Parecía que estuviésemos en un lugar
inmensamente alto, en un cenit donde se acabara la tierra. Y la materia, lejísimos
de las ciudades, de los hombres, de todo lo árido e imperfecto. Purgados.
Abajo, a lo largo de ciento
cincuenta kilómetros en todas direcciones, había otros montes, valles, llanos.
islas, mares; Auca, Beoc1a, Argoss, Aquea, Locris, .Etolia, el viejo corazón de
la antigua Grecia. El sol poniente enriquecía, suavizaba y refinaba todos los
colores. Había por levante sombras azul oscuro y las laderas que miraban a poniente
se habían teñido de lila; valles verde-cobrizo, extensiones de tierra del color
de las estatuitas de Tanagra; y el lejano mar, soñador y vaporoso, tan quieto
como un viejo espejo azul. Con espléndida simplicidad clásica alguien había
formado con piedras pequeñas las letras: luz•. Era la definición exacta. El
pico se elevaba hasta penetrar en un mundo hecho literal y metafóricamente de
luz. No llegaba a afectar el campo de las emociones; era demasiado vasto, inhumano
y sereno para ello; Y fue para mí como una conmoción, una deliciosa alegría
intelectual que se desposaba con la alegría física, completándola, y que procedía
del hecho de que la realidad de aquel lugar fuera tan bella. tan serena Y tan ideal
como siempre habían soñado tantísimos poetas.
Tomamos fotografías de uno y de
otro, de la panorámica, y luego nos sentamos de espaldas al túmulo, protegidos
así del viento, fumamos unos pitillos y nos pusimos muy juntos para protegernos
del frío. Sobre nuestras cabezas lanzaban sus gritos las chovas piquigualdas cerniéndose en el viento; un viento frío como
el hielo, astringente como un ácido. Recordé allí arriba el viaje mental que
había inducido Conchis en mí cuando me hipnotizó. Parecían experiencias casi
paralelas; con la diferencia a favor de la última que ésta tenía toda la
belleza de la inmediatez, de la espontaneidad, de la actualidad. . .
Miré a Alison sin que ella se
diera cuesta; tenía la punta de la nariz completamente roja. Pero pensé que, al
fin y al cabo, había demostrado que tenía agallas; que sin ella jamás hubiera
llegado allí, jamás habría tenido todo aquel mundo a mis pies, ni habría gozado
esta sensación triunfal, esa trascendente cristalización de todo lo que yo sentía
por Grecia.
-Debes de poder contemplar cosas
así todos los días.
-Nunca había visto nada que se le
pueda comparar. Nada que se le pareciera en lo más mínimo.
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