El mago, John Fowles, p. 63
La ausencia del viento que
generalmente acompañaba al sol hizo que el sábado siguiente hiciera un calor
agobiante. Habían empezado a cantar las cigarras en un estruendoso y confuso
coro que no llegaba nunca a seguir un solo patrón rítmico y que me ponía los
nervios de punta, hasta que al final llegó a ser tan familiar que cuando un día
dejé de oírlo a causa de un desacostumbrado chaparrón, el silencio me pareció
como una explosión. Las cigarras cambiaban por completo el carácter de los pinares.
Ahora estaban vivos y atestados, transformados en una audible e invisible
colmena de energía de la que había desaparecido la anterior soledad inmaculada,
porque además de las tzitzikia el aire latía, gemía y zumbaba con saltamontes
de alas de color carmín, langostas, enormes avispones, abejas, mosquitos,
moscardones y otros diez mil insectos anónimos. En algunos sitios habla
molestas nubes de moscas negras, de modo que ascendí por entre los árboles como
un nuevo Orestes, maldiciendo y manoteando a mi alrededor.
Subí de nuevo a la sierra
central. El mar tenía un perlado tono turquesa, los montes lejanos parecían
azul--ceniza bajo el calor asfixiante. Vi la reverberante corona verde de pinos
que rodeaba Bourani. Era aproximadamente el mediodía cuando me abrí paso entre
los árboles y salí al pedregal de la cala de la capilla. Estaba todo desierto.
Busqué entre las rocas pero no encontré nada, y tampoco me sentí vigilado. Nadé
un rato y luego comí pan negro, cangrejos y calamares fritos. Bastante al sur,
un caique de anchas formas avanzaba con un seco golpeteo arrastrando tras de sí
una hilera de seis pequeños botes provistos de candeleros, como un pato con sus
patitos. La ola que levantaba su proa producía una oscura y espejean te
ondulación en la azul superficie del mar, y eso fue todo lo que quedó de
civilización cuando los botes desaparecieron tras el cabo occidental. Por lo
demás, el mundo se reducía al infinitesimal chapaleteo del agua azul y
transparente repicando contra las piedras, los quietos árboles, la miríada de
dinamos de los insectos, y el enorme paisaje silencioso. Dormité a la sombra de
un pino, en medio de la intemporalidad y la absoluta autarquía de la Grecia
silvestre.
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