Calendarios
Algunas veces me he preguntado
qué es lo que quiso decir el director de Destino, mi amigo don Ignacio Agustí,
al rotular la sección que desde hace casi seis años está a mi cargo,
«Calendario sin fechas». iCalendario sin fechas! ¿No es un rótulo raro? Un
calendario sin fechas, ¿no será algo así como un arroz de pollo sin pollo o una
sopa de ajo sin huevos estrellados? Previendo, sin duda, mi temperamento un
poco desencuadernado, Agustí pensó que yo me sujetaría a duras penas a escribir
de las sucesivas efemérides del calendario, y así me dio, en el rótulo, la
holgura de movimientos necesaria. Sin embargo, la cosa queda en pie, y entre las
faenas pintorescas que yo habré tenido que hacer en la vida, una de las más
extrañas habrá sido quizá escribir un calendario sin fechas, que es algo muy
parecido a presentar un elefante sin trompa y corto de orejas.
Aquí tengo un calendario con
fechas. Es el de los payeses, a cuya clase pertenezco desde mi más tierna
infancia. Cada año, cuando llega diciembre, lo compro, para tener una noción
panorámica del año. En los últimos tiempos el calendario sale, desde el punto
de vista del color, un poco agarbanzado pero, como siempre, viene adornado con
láminas, poesías y consejos, que es lo principal. En la portada está, como
antaño, la misteriosa rueda perpetua del principado de Cataluña que publicó por
primera vez en estas tierras el prior del templo de Perpiñán, Miguel Agusti. En
un libro antiguo que perteneció a mis antepasados payeses y que contiene todos
los conocimientos útiles que se tenían en el siglo XVIII, está también esa
rueda. La rueda perpetua indica los años fértiles y estériles pasados,
presentes y venideros. El año de 1946 -tome nota el lector, porque la noticia
tiene gran importancia-, el año de 1946 será estéril.
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