Aunque por supuesto sigues siendo tú mismo: un viaje con David Foster Wallace
Sobre heroísmo y redención en una
cultura empresarial. O sea, eso es lo que la convierte en una gran película. Lo
de la máquina es su metáfora más pelada y esquelética: Rutger Hauer es
nosotros. Es un poco como, no sé, ahora me has hecho pensar ... en la cantidad
de belleza y profundidad que hay en toda la cultura popular mierdosa que nos
rodea.
Como que viviendo en Bloomington,
una de las cosas que hago, o sea, hay que escuchar un montón de country de mala
muerte. Porque eso es lo que prima en la radio de allí, cuando te cansas como
de escuchar a Green Day en la emisora de la facultad. Y esas canciones country
son sencillamente tan, ya sabes, “Nena, desde que te marchaste estoy que no
vivo, y no paro de beber a todas horas» y tal. Y recuerdo que escuchar ese
rollo me exasperaba. Hasta que llevaba un año viviendo aquí. Y de repente pensé
en la posibilidad de que la amante ausente a la que cantan no sea más que una
metáfora. Y que a lo que en realidad cantan es a sí mismos, o a Dios, ¿sabes? “Desde
que te marchaste estoy tan vacío que no puedo vivir, mi vida no tiene sentido.»
Que en cierto sentido, o sea, esas canciones son increíblemente
existencialistas. Que la pátina de lo ausente, el rollo romántico, sólo sirve
para hacerlas vendibles. Pero que todo el patetismo y la sensiblería que
desprenden es porque cantan acerca de algo mucho más elemental que les falta, y
sobre su incompletitud sin eso. Más que sólo, ya sabes, a una chica de vaqueros
justados o algo.
Y es tan raro. Es como si
vivieras inmerso en ese rollo, todo muy a lo Flannery O'Connor.
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