Crónica de Berlín, Walter Benjamin, p. 27
Ahora bien, esta ojeada no
merecería confianza si no diera cuenta del único medio por el que se
representan estas imágenes, y no adoptase una transparencia en la que se
traslucen, como líneas maestras, aunque un tanto misteriosamente todavía, las
líneas de aquello que sucede. Este medio es la presencia del escritor, y sólo a
partir de ella pone éste algún sesgo nuevo en los acontecimientos de su
experiencia, reconociendo en ellos nuevas y sorprendentes ramificaciones. En
primer lugar, la primera infancia, que le protegió en su barrio residencial en
el que la clase a la que pertenecía vívía en aquella actitud construida con
narcisismo y resentimiento que hacía de él el feudo de un gueto regalado.
Siempre encerrado en este barrio de gente pudiente sín saber de ningún otro.
Para los niños ricos de su generación los pobres vívían en los pueblos. Y si se
le ocurría imaginarse a los pobres,lo hacía sin conocer nombre ni procedencia,
bajo la única figura del pedigüeño, que en el fondo viene a ser la figura de un
rico pero sin dinero, pues consideraba de un modo simplemente contemplativo que
el pobre se relaciona con su no tener igual que el rico con su tener,
completamente al margen de todo lo que significa el proceso productivo y su
consecuencia inevitable, la explotación. Su primera excursión al exótico mundo
de la miseria tuvo un carácter típicamente literario (por casualidad fue una de
sus primeras experiencias) consistente en la representación de un repartidor de
anuncios y su humillación por la forma de comportarse el público, que ni
siquiera se toma la molestia de recoger los anuncios que le ofrecen. De la
misma manera, los pobres (así acaba la historia) se desentienden
disimuladamente de todo el paquete. No hay duda: una explicación perfectamente estéril
del estado de cosas existente en la que se cargan las tintas sobre el sabotaje
y el anarquismo, todo lo cual hace que los intelectuales difícilmente puedan
llegar a ver las cosas claras.
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