Ravelstein, Saul Bellow, p. 254-255
Me di cuenta de que seguía un
rastro de ideas o de esencias judaicas. Era raro ahora que, en una conversación,
saliera a relucir Platón o Tucídides. Ahora las Sagradas Escrituras lo
desbordaban. Hablaba de religión y del difícil proyecto de ser hombre en el
sentido pleno, ser hombre y nada más que hombre. A veces era coherente. Las más
de las veces me desorientaba.
Cuando se lo comenté a Morris
Herbst, éste dijo:
-Por supuesto que seguirá
hablando sin tapujos mientras le quede un soplo de aire en el cuerpo. Para él
esto es prioritario porque está conectado con el gran mal.
Entendí muy bien a qué se
refería. La guerra había dejado claro que prácticamente todo el mundo estaba de
acuerdo en que los judíos no tenían derecho a la vida. Son cosas que te
penetran hasta los huesos. Hay algunos que pueden optar, su atención se ve
solicitada por ésta u otra cuestión y, acosados por diferentes cuestiones,
optan por la que más se acomoda a sus inclinaciones. Pero en el caso de “los
elegidos” no hay opción. Nunca se había oído hablar de un odio de tales
proporciones, nunca se había sentido, nunca se había negado de tal forma el
derecho a la vida, y la voluntad que reclamaba muerte se había visto confirmada
y justificada por el inmenso acuerdo colectivo de que el mundo mejorada con la
desaparición y extinción de aquellos
seres. Rismus: ésa era la palabra que empleaba el profesor Davarr para designar
la agresión, el odio, la determinación de desembarazarse de la población
intrusa despachándola en hornos crematorios o en fosas comunes. No es preciso
profundizar más en la cuestión. Pero la conclusión a la que personas como
Herbst y Ravelsrein habían llegado era que es imposible librarse de los propios
orígenes, es imposible no ser judío. Los judíos, según Ravclsrein y erbst, de acuerdo con la línea trazada por su
maestro Davarr, eran, desde el punto de vista histórico, testigos de la
ausencia de redención.
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