Ravelstein, Saul Bellow, p. 273-274
Yo no sabía lo enfermo que
estaba. Lo único que sabía es que me sentía terriblemente irritable, me había
salido de los raíles, estaba un poco trastornado. Me daba cuenta de que no
hacía más que repetir las mismas cosas y de que Rosamund estaba angustiada.
Rosamund no sabía qué hacer. Probablemente se sentía culpable de haberme traido
a aquel lugar. Vale la pena que describa una de mis obsesiones. Muchas veces
había dicho a Rosamund que uno de los problemas que comporta la vejez es la
rapidez con la que transcurre el tiempo . En varias ocasiones le había
comentado que los días pasaban raudos “como las estaciones subterráneas vistas
desde un tren expreso”. Para ilustrárselo le había citado La muerte de Ivan Illych.
En la infancia los días son muy largos pero en la vejez pasan en un vuelo, “más
veloces que la lanzadera”, dice Job.
Ivan Illych también habla de la lenta ascensión de una piedra lanzada al aire. “Cuando
vuelve a la tierra, se acelera a razón de nueve metros setenta y cinco
centímetros por segundo.” Estamos bajo el influjo del magnetismo gravitacional y
todo el universo participa en esa aceleración del final de cada uno. Si
pudiéramos recuperar la plenitud de los días que vivimos en nuestra infancia ...
Pero a mí me parece que nos familiarizamos demasiado con los datos de la
experiencia. Nuestra forma de organizar los datos que se precipitan al estilo
gestalt --es decir, en formas progresivamente más abstractas-acelera las
experiencias convirtiéndolas en una comedia que es un peligroso desbarajuste
proyectado hacia adelante. Nuestra necesidad de eliminación rápida suprime los
detalles que seducen, atraen o entretienen a los niños. El arte es lo único que
se salva de esta aceleración caótica. La métrica en la poesía, el compás en la música,
la forma y el color en la pintura. Tenemos la sensación de que aceleramos la
velocidad con la que corremos hacia la tierra y que acabaremos estrellándonos en
la tumba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario