Vernon Subutex, Virginie Despentes, p. 252-253
Sacó dos cervezas más de su bolsa
y empezó a soltar una diatriba indignada -que incluía a la administración los
horarios los pagos las facturas los bancos los códigos los empresarios los
propietarios las obligaciones las humillaciones los expedientes la vigilancia
... todo lo que caracterizaba el esclavismo consentido. Su presencia subió la
moral a Vernon. Laurent le prodigó un curso de introducción a la mendicidad –“Si
de verdad necesitas dinero, por ejemplo para un hotel, te quedas de pie, no te
sientas, y pides sonriendo, si puedes hacer alguna bromita no lo dudes, las personas
a las que te diriges llevan una vida de mierda, no lo olvides, si les haces
sonreír no les costará meterse la mano en el bolsillo, se pasan el día
llorando, así que les distraes -les encanta la idea del gilipollas pobre que no
pierde el ánimo”. Su verborrea era vigorizante, y sacó cervezas durante todo el
día, sin que Vernon entendiera de dónde las sacaba. Hay que decir que no tardó
en estar borracho. Según Laurent, Vernon tenía potencial. “Tienes unos ojos increíbles,
ya verás, el pobre de cara bonita siempre funciona. Te buscas un sitio, vas
todos los días, eso es importante, eliges tu sitio y los acostumbras. Ya solo
con esos ojos, deberías sacar para dormir en un hotel. . . Intenta encontrar dos
o tres libros, los dejas al lado y finges leer muy concentrado. Les vuelve
locos. Un sintecho que lee. O haces crucigramas,
les gusta mucho. Encontrarás tu sitio y triunfarás, créeme, no te desanimes.”
Anocheció, salieron del metro y
Laurent lo acompañó al comedor social de Saint-Eustache, donde le consiguió una
manta, y luego se marchó, no sin sugerirle que pasara por el parque
Buttes-Chaumont a verlo. “Si necesitas algo, me lo pides, amigo”
Vernon se tumbó en el rincón de
una panadería, protegido del viento, y se despertó, esta vez en plena noche, atenazado
por una resaca espantosa y sin la menor idea de dónde encontrar agua.
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