Virginia Woolf, Nigel Nicolson, p. 88-89
Bloomsbury volvió a reunirse
durante los años de posguerra. Trece miembros del grupo formaron una sociedad llamada
Memoir Club, que perduraría hasta 1956 reemplazando con jóvenes a los
fallecidos. El club tenía un propósito extraño: leerse unos a otros recuerdos
de juventud. Los textos se escribían para entretener y a menudo se sacrificaba
la verdad en beneficio de la fantasía. Cuando años más tarde se publicaron
algunos de los relatos, faltaron las matizaciones y las puntualizaciones a las procacidades.
Por ejemplo, la hiriente versión de George Duckworth ofrecida por Virginia
mancha desde entonces la reputación de un individuo convencional pero que, en
esencia, fue un buen hombre. Bloomsbury tenía mucho de lo que mostrarse
reticente en público, aunque no avergonzado. Sus componentes se habían
aposentado en piscinas separadas pero comunicadas. Los Woolf vivían en Rodmell,
tan felices que en opinión de Virginia formaban la pareja más satisfecha del
país. Además estaba Garsington, donde Ottoline Morrell ofrecía su generosa hospitalidad a los bloomsburianos para recibir
en recompensa las burlas de ellos, si bien Virginia, que enseguida se sumó a
las visitas, admitiría «la integridad fundamental » de Ottoline y cierto
«elemento de magnificencia». Estaba también Mili House, en Tidmarsh, donde
Lytton Strachey cohabitaba con Carrington, que estaba enamorada de él aunque
Lytton amaba a Ralph Patridge, quien acabaría casándose con Carrington. Y por
último, Charleston, el centro de todo el circuito, donde Vanessa presidía las
reuniones junto con su amante Duncan Grant y David Garnett. Cuando una prima de
las hermanas, Dorothea Stephen, desaprobó la moral de Vanessa y dudó si debía
visitarla, Virginia cambió la pluma por el lanzallamas: «No puedo permitir que
vengas sin decirte primero que estoy plenamente de acuerdo con la conducta y
las opiniones de Vanessa». No se trataba solo de lealtad hacia una hermana. Era
la confirmación de que la gente de Bloomsbury podía vivir con quien quisiera,
fuera del sexo que fuera, porque se querían y eso era mucho más decente que
seguir viviendo por decoro con alguien a quien ya no amabas.
De vez en cuando Virginia se
encontraba demasiado enferma para trabajar. En el verano de 1921 estuvo tan a menudo
postrada en cama con jaqueca e insomnio, síntomas de que se aproximaba otra
crisis nerviosa, que a veces temía por su vida.
En l aimagen Virginia y sus amigos disfrazados de de la realeza abisinia.
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