De Una temporada con Lacan, de
Pierre Rey, p.139
Un mentiroso dice: «Miento.»
Al decir «miento» dice la verdad.
Y si la dice ya no miente. En
estas condiciones sigue mintiendo, pero si miente es porque dice la verdad
contestando ser un mentiroso.
Por consiguiente, diciendo la
verdad cuando reconoce mentir, vuelve a ser mentiroso al asegurar que miente. Conclusión: se puede mentir porque se dice la
verdad, y a la inversa, decir la verdad
cuando se miente.
Ejemplo arquetípico de callejón
sin salida de la lógica en el que el “logos”
se da la vuelta como un guante para jugar con el sujeto el juego mortal del
«mÍ» en el que se aliena el “ yo”.
¿Cuándo interfiere en el discurso
la falsa moneda del lenguaje, en el que, por ser reversibles, se insinúan los sentidos
contrarios del sentido, el sujeto de qué?
¿De la verdad? ¿De la mentira?
Al decirme cuando nos conocimos
que tenía una amiga en el periódico en el que yo trabajaba -lo cual era faJso,
Lacan sólo me había mentido para provocar así un efecto de verdad: saber si yo
era un mentiroso. En cambio, por la misma naturaleza de su contenido y que su
continente, como toda mentira no es más que el punto focal del lugar donde la
verdad se manifiesta, mentirle por mi parte hubiese equivalido cuando yo resistía
a que se desvelara demasiado aprisa lo
que yo no estaba dispuesto a oír. Dicho de otra forma, sólo podía mentirme a mí
mismo diciendo la verdad, pues “ la verdad” no era más que una defensa
suplementaria para reprimir las revelaciones prematuras que yo hubiese podido
arrancar a mi inconsciente.
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