De Catalanes todos de Javier
Pérez Andújar, p.216
En otra mesa de aquella terraza,
el joven militante de la extrema izquierda comunista Josep Piqué ( futuro
ministro en tres ocasiones con el Partido Popular de Aznar, el más
joseantoniano de los presidentes de ese partido), metió el dedo en el vaso de
tubo e intentó sin éxito sacar el palillo de dientes con las dos olivas
ensartadas en los extremos. Eso de levantar el palito con el par de aceitunas
era una halterofilia dominical y muy barcelonesa, que nada tenía que ver con la
ortodoxia de los búlgaros. Reconfortado por el sol del mediodía, canturreó el
pasodoble de la Bandera, del maestro Francisco Alonso. Cuando se compuso, esta
marcha había sido muy popular entre los soldados españoles de la guerra de Africa,
y dicen que hasta el rey Alfonso XIII la silbaba al afeitarse.
-Banderita, tú eres roja ...
El principio era la única parte de la canción
que el joven Piqué pronunciaba, las únicas cuatro palabras de aquella letra que
le emocionaban, pues de una manera bella y azarosa evocaban su actual
militancia en el grupo maoísta Bandera
Roja, aunque ya tenía previsto su paso al PSUC, un partido con más proyección política.
Lo bueno de los partidos de masas es que eran también partidos de votos. Nadie
se explicaba de dónde estaba saliendo tanto comunista desde la muerte de
Franco; pero el revolucionario Piqué a esa cuestión no le concedía importancia.
Consideraba que todos los españoles estaban compartiendo la misma hoja de ruta,
él el primero que aquel comunismo no era sino una pintoresca curva del camino.
Que toda esta gente que en los últimos años se decía de izquierdas lo único que
quería era un televisor en color y un terreno en Mas Altaba (donde acababan de poner
de reclamo publicitario una figura gigante de Heidi, como si aquel desmonte
fueran los Alpes) o en cualquier otra urbanización de la comarca de la Selva.
El PSUC era un partido de masas, sí, pero eso no iba a ninguna parte. Las masas
habían pasado de moda desde tiempos de Ortega y Gasset. Estaban
sociológicamente muertas. Ahora lo que se imponía en la calle era la gente. Lo
que tenía futuro no era un partido de masas sino un partido de la gente, de las
personas, un partido popular. Sin embargo, Piqué aún era joven y no tenía
prisa. Confiaba en el destino como un bucle universal, como un coche de línea
regular para el que ya tenía billete.
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