La belleza siempre es rara. Charles Baudelaire
Extraen la caja de cartón. La
bajan con cuidado, pero con cierto desapego, como si no les correspondiera a ellos
exhumar objetos tan humildes. Estoy allí de pie, en medio de ese enorme cuarto
iluminado con lámparas de neón, como un pariente a quien convocan para
reconocer el cadáver de un ser querido.
Apoyan la caja encima de la mesa,
en el centro de la habitación, levantan la tapa y, de pronto, el olor a
alcanfor y a naftalina invade el ambiente. En un abrir y cerrar de ojos, monsieur
Bruson y su ayudante se cubren con delantales blancos: dos fantasmas que
gesticulan, los brazos levantados, agitando inmaculadas hojas de papel de seda.
Me acerco lentamente a la mesa, a pequeños pasos, sonriendo incómoda. Y allí,
delante de mí, está el abrigo. Acomodado al fondo de la caja, apoyado
delicadamente encima de una gran hoja de papel como sobre un sudario,
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