De Catalanes todos de Javier Pérez Andújar, p.166-167
La tarde del 24 de septiembre de
1962, festividad de la Virgen de la Merced, protectora de Barcelona, empezó a
caer agua de forma sobrehumana. Siguió lloviendo despiadadamente durante toda
la noche sobre la ciudad y sobre los pueblos vecinos como hada décadas que no
se veía. El agua reclamó su privilegio de paso y entonces los arroyos secos se
llenaron de corrientes impetuosas y los ríos crecieron y se salieron de sus
cauces. Se convirtió el río Besós en una sedienta, insaciable lengua que recorría
puerta por puerta las barracas de todos aquellos desgraciados que no habían
tenido más remedio que vivir en sus orillas, mientras las clases altas se
estaban forrando con la especulación del suelo y de la vivienda. Camino del
mar, aquella riada se llevaba cuanto encontraba de por medio. Chabolas,
barracas, casetas ... Todo tipo de vivienda y lo que estas guardaban en su interior.
Muebles, maletas, ropas, peines, sartenes, fotos de la familia, recuerdos del
pueblo. Se veía gente muerta arrastrada por el río. También vacas y cabras
ahogándose en la corriente. Camas como barcas a la deriva. Murieron más de
setecientas personas a lo largo de aquella noche. De perdidos al río. Los
pobres no tienen más patrimonio que los refranes. Los primeros en hacer correr
la noticia del desastre fueron los radioaficionados. Parece que a España
siempre la hayan salvado los aficionados.
Después de escuchar misa, un
toque de clarín anunció a las 9.47 del martes 3 de octubre la presencia, en la
puerta principal del Palacio de Pedralbes, del Rolls-Royce en el que
recorrerían las enfangadas zonas de la catástrofe S.E. el Jefe de Estado, el
Generalísimo Franco, y el vicepresidente
de gobierno Agustín Muñoz Grandes. Les seguía una infinita caravana de relucientes vehículos oficiales. Prácticamente
todo el Consejo de Ministros: el ministro de la Presidencia, almirante Carrero
Blanco, que sabía mucho de las cosas del agua; Jorge Vigón, ministro de Obras Públicas
y juanista empedernido en un país de donjuanes; José Solís Ruiz, ministro
secretario general del Movimiento, a quien llamaban «la sonrisa del Régimen))
en un régimen que ya había empezado a exportar sonrisas a través del cantante
Raphael, el tenista Manolo Santana y el matador el Cordobés; Manuel Fraga Iribarne,
ese hombre; Gregario López-Bravo, ministro de Industria y supernumerario del
Opus Dei como un superhéroe de la Marvel; Alberto Ullastres, ministro de
Comercio y también del Opus Dei ... La imponente comitiva de estas autoridades
iba seguida por los automóviles del capitán general de Cataluña Luis de Lamo
Peris (especialista en declararles consejos de guerra a todo tipo de
anarquistas y comunistas catalanes); el presidente de la Diputación de
Barcelona, Joaquín Buxó de Abaigar, marqués de Castell-Florite; el diputado
provincial José Luis Bruna de Quixano (que ya en democracia sería condenado a
más de veinte años de cárcel por malversación de caudales públicos en la Zona
Franca), y el director general de Prensa, Manuel Jiménez Quílez (autor del
ensayo Libertad de prensa y soberanía informativa). Partió la larga caravana
del franquismo hacia la zona afectada con la misma expectación que irían las
familias en coche los domingos a ver. Las fieras en cautividad de Río León
Safari.
-Montano, conduce despacio. Que
se nos vea bien.
-A la orden, Su Excelencia.
-Escucha una cosa, Montano.
-Usted dirá, Su Excelencia.
-¿Tu familia vive aún en
Alcantarilla?
Montano miró por el retrovisor al
Caudillo con los ojos húmedos de emoción, y levantó su labio leporino en
muestra de gratitud.
-Ahí seguimos, gracias a Dios.
-Pues hacéis muy bien. No sabéis
lo que tenéis. Fíjate qué les ha pasado a estos desgraciados por falta de
alcantarillas.
Aquella mañana, el Caudillo y su
impresionante séquito visitaron las localidades de San Adrián del Besós,
Moneada, Ripollet y Sabadell; y por la tarde estuvieron en Molins de Rey,
Papiol, Rubí, Les Fonts y Tarrasa.
-Qué bonitos son todos los
pueblos de España, ¿verdad, Montano?
-Unos más y otros menos, Su
Excelencia.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta
Barcelona? Ay, cómo sois los españoles. Solo os gusta vuestro pueblo.
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