De Niños en el tiempo de Eduardo Menéndez salmón, p.119-120
De El Verbo es tímido, se resiste
a manifestarse. La intuición en la carta del célebre novelista así lo constata:
«Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco
Aurelio hubo un momento en que el hombre estuvo solo.» Entre el si1encio de
Quienes todo lo Conocen y la Parusía
aplazada, un cuerpo pasa. Los hombres, entre tanto, transcurren entregados al
cultivo de los ya saciados tabernáculos. Se cree, cierto, pero sin demasiado
empeño, más como una costumbre que como una vocación; se adora, cierto, pero
sin demasiada rotundidad, más por deber que por devoción. Los dioses de Troya
están agotados. Sus yelmos deshechos apenas son un adorno o un gesto. César,
como todo Poder, sabe que no hay mejor modo de negar al dios que afirmándolo
por doquier. El Poder, en el fondo, es ateo; él crea su propia escatología, su
posibilidad de un inicio y de un fin. Por eso ya a nadie Conmueve la divinización del hombre. Lo que
aturde es la maquinaria imperial, las carnicerías absurdas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario