¿Qué has preguntado, Andy
Bissette? ¿Que si entiendo mis derechos tal como me los has contado? ¡Joder!
¿Por qué algunos hombres son tan burros? No, no te preocupes. Deja de parlotear
y escúchame un rato. Me da la sensación de que te vas a pasar la mayor parte de
la noche escuchándome, así que será mejor que te vayas acostumbrando. ¡Claro
que entiendo eso que me has leído! ¿Tengo pinta de haber perdido el cerebro
desde que te vi en el mercado? Eso fue el lunes por la tarde, por si no te acuerdas.
Te dije que tu mujer te daría la bronca por haber comprado el pan del día
anterior y supongo que tenía razón,¿no? Entiendo muy bien mis derechos, Andy.
Mi madre no educó a ningún idiota. También entiendo mis responsabilidades. Que
Dios me ayude. ¿Dices que cualquier cosa
que diga puede ser usada en mi contra ante un tribunal? ¡Pero qué maravilla! Y
tú sácate esa mueca de la cara, Frank Proulx. Ahora puedes ser un poli duro,
pero no hace tanto desde que yo te veía corretear por ahí con el pañal abolsado
y con esa misma sonrisa estúpida en la cara. Te daré un pequeño consejo: cuando
te juntes con una viejarrona corno yo será mejor que te ahorres la sonrisa. Me cuesta
menos leer tu cara que un anuncio de ropa interior en un catálogo de Sears. Bueno,
ya nos hemos divertido: tal vez deberíamos centrarnos. Os vaya contar a los
tres un buen montón de cosas a partir de ahora mismo; y una buena parte de eso
tal vez pueda ser usada en mi contra ante un tribunal, si es que a alguien le
interesa a estas alturas. Lo más gracioso es que la gente de la isla ya lo sabe
casi todo y a mí ya casi me importa una mierda, como solía decir el viejo Neely
Robichaud cuando se tornaba unas copas. Es decir, casi siempre, como os podrá
decir cualquiera que lo haya conocido. Hay una cosa que sí me importa una
mierda, sin embargo, y por eso he venido aquí por voluntad propia. Yo no maté a
esa cabrona de Vera Donovan
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