De La casa de hojas, p. XVI, XVII
En lo que respecta a sus
pertenencias, pues había todo lo típico: mobiliario destartalado, velas sin
usar, zapatos vetustos (los zapatos se veían especialmente tristes y heridos),
cuencos de cerámica, frascos de cristal y cajitas de madera llenas de remaches,
gomas elásticas, conchas, cerillas, cáscaras de cacahuete y un sinfín de
botones de mil colores y formas rebuscadas. Dentro de una vieja jarra de
cerveza no habia más que frasquitos vacios de colonia. Tal como descubrí, la
nevera no estaba vacia, pero tampoco habla comida en ella. Zampano la habia atiborrado
de libros pálidos y extraños. Por supuesto, de todo aquello ya no queda nada.
Ya hace mucho. Ni siquiera el olor. Lo único que me queda son unas cuantas
instantáneas mentales: un encendedor
Zippo descascarillado con la inscripción Pendiente de Patente en la base; la
rosca metálica con pinta de escalera diminuta de caracol que se adentraba en el
interior sin bombilla de un aplique de lámpara; y por alguna razón extraña –lo que
mejor recuerdo de todo--, un tubo muy antiguo de protector labial, lleno de una
resina que parecía ámbar, dura y resquebrajada. Lo cual sigue sin ser del todo exacto;
aunque no 08 engañéis suponiendo que no estoy intentando ser exacto. Admito que
recuerdo otras cosas de su apartamento, pero ahora no me parecen relevantes. A
mis ojos, todo aquello era pura chatarra; el tiempo no habia llevado a cabo
ninguna depuración alquímica, lo cual tampoco importaba mucho, porque Lude no
me había hecho ir alli para hurgar en todos aquellos detalles desarraigados --para
usar una de esas palabras rimbombantes que iba a aprender en los meses
siguientes-- de la vida de Zampano.
[…]
Tal como descubrí, la cosa
contenía cientos y cientos de páginas. Marañas interminables de palabras, que a
veces se retorcían para formar algo coherente y a veces no llevaban a nada, a
menudo desmontándose, siempre ramificándose hacia otros textos con los que me encontraría más adelante, garabateados sobre
servilletas viejas, en los bordes rotos de un sobre, una vez incluso en el
dorso de un sello de correos; cualquier cosa menos dejar un trozo de papel
vacio; cada fragmento cubierto por completo por la estela de años y años de pronunciamientos de tinta; superpuestos los
unos a los otros, tachados, corregidos; escritos a mano y a máquina: legibles e
ilegibles; impenetrables y lúcidos; rasgados, manchados y reparados con cinta adhesiva; algunas partes
nuevas y limpias, y otras descoloridas, quemadas o bien dobladas y vueltas a doblar
tantas veces que los dobleces hablan borrado pasajes enteros de Dios sabia qué
... ¿Sentido?, ¿verdad?, ¿engaño? ¿Un legado de profeclas o de locura o bien
nada parecido? Y que en última instancia designaban, describian, recreaban ... encontrad
vuestros propios términos; a mi ya se me han acabado los mios; o mejor dicho,
me quedan muchos, pero ¿por qué usarlos? Y ¿para decir qué?
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