De Muerte súbita de Alvaro Enrigues. p.156 ss.
El 17 de septiembre de 1599
Caravaggio terminó martirio de San Mateo. Llevó el cuadro -un puro vórtice de
violencia sin sentido y arrepentimiento a la sacristía de San Luis de los Franceses y estableció una fecha para entrega
de la segunda de las tres pinturas que adornarían la capilla del patrono de los
contadores y los que recolectan impuestos:
el día 28 del mismo mes. Como la entre del segundo cuadro supondría, por fin, la posibilidad de inaugurar la
capilla -consagrarla, traer al papa al primer oficio para que afirmara su
ecuanimidad en el eterno conflicto entre España y Francia-, firmó con sangre
una adenda al contrato, asegurando que esta vez sí entregaría a tiempo. A
cambio de la entrega de La vocación de
San Mateo, le pagarían los segundos 75 escudos de los 150 –una fortuna- que
ganaría por toda la decoración de la capilla cuando entregara el tercer cuadro,
con mayor margen tiempo.
Legendariamente, Caravaggio no
durmió en los los días que le tomó pintar el cuadro, que por supuesto había
comenzado cuando firmó la adenda. Tampoco durmieron sus modelos reconocidos, que fueron: Silvano, afilador de cuchillos; Prospero Orsi,
soldado; Onorio Bagnasco, mendigo; Amerigo Sarzana, soplaculos; Ignazio Baldemenri,
tatuador. Aunque Caravaggio tuvo el buen gusto de utilizar para el modelo de
Jesús de Nazaret a un desconocido, el escándalo fue mucho porque los demás actores
del drama sagrado eran pequeños criminales y holgazanes que merodeaban todos
los días por las canchas de tenis de la Plaza Navona. No pasó nada, más allá de
que circularon rumores sobre la ira de los cofrades de Francia. Los cuadros
eran simplemente magníficos, el papa ya estaba convocado para la consagración
de la capilla y el artista todavía estaba protegido por el poder infranqueable
del cardenal Del Monte y Giustiniani.
La vocación de San Mateo ya tiene
todos los elementos que serían la insignia del artista y representaba, por
mucho, la obra de arte más revolucionaria que se había visto en un templo
romano desde la inauguración de la Capilla Sixrina. Como Caravaggio lo sabía,
citó el fresco de Michelangelo con elocuencia: la mano con la que Jesús de Nazaret señala al cobrador de impuestos es
exactamente la misma con que Dios roca al Hijo del Hombre en los altos vaticanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario