De Compañeros de viaje, de HJ, p. 63
Fuimos al Palacio Ducal e inmediatamente
nos dirigimos hacia aquel santuario trascendente de luz y de elegancia: la
habitación que contiene la obra maestra de Paolo Veronese y el Baca y Ariadna
de su solemne camarada. Me adentré con alegría inconsciente en el sublime brillo
y en la belleza de aquella radiante escena, donde, contra la boscosa pantalla
de vegetación inmortal, la víctima del
engaño divino se muestra con pies rosados, halagada por las ninfas y rodeada de perlas
mientras hace crujir su lustroso vestido de raso contra la deliciosa piel del
bovino Júpiter.
-Le hace a uno pensar mucho mejor
sobre la vida - dije a mi amiga- el que esta visión haya bendecido los ojos de
otros mortales. Lo que ha sido, puede volver a ser. Todavía podemos soñar de
forma igual de brillante, y algunos de nosotros podemos traducir nuestros
sueños de forma igualmente libre.
-Este, pienso, es el sueño más
brillante de los dos - contestó ella, indicando el Baco y Ariadna. Miss Evans
tenía tal vez razón en general. En el cuadro de Tintoretto no hay ningún brillo
trémulo de telas, ni esplendor de flores ni de piedras preciosas; no hay nada
excepto la brillante y amplia gloria del intenso color del mar y del cielo y de
la luminosa pureza y simetría de la deificada carne humana.
Ni el duque ni el poeta eran
gente que se quedara quieta: protegidos por el virrey de Nápoles, habrán
viajado por Italia. El atractivo de Roma durante el tránsito entre e! siglo XVI
y e! XVII era irresistible. Cualquier día, incluido el 4 de octubre de 1599,
uno estaría mejor en Roma que en su graduación.
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