De Novela de ajedrez, de Stephen Zweig, p.9
-¡La burra de Balaam!-exclamó
sorprendido el cura a su regreso, no sin explicar al brigada, menos versado en
temas bíblicos, que ya dos mil años atrás se había producido idéntica
maravilla, cuando una muda criatura había hallado repentinamente la voz de la
sabiduría. A pesar de lo avanzado de la hora, el cura no pudo resistirse a
desafiar a su semianalfabeto pupilo a una partida. Mirko le ganó también con
facilidad. Tenía un juego tenaz, lento, imperturbable. No levantaba ni una sola
vez su ancha frente inclinada sobre el tablero, pero jugaba con una seguridad
abrumadora. Ni el brigada ni el cura consiguieron ganarle una sola partida en
los días siguientes. El sacerdote, más calificado que ninguno para juzgar el
retraso de su protegido en todos los demás aspectos, se sintió entonces
aguijoneado por la curiosidad de saber hasta qué punto aquel talento singular y
exclusivo podría resistir una prueba más rigurosa.
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