1
La fama requiere toda clase de
excesos. Me refiero a la fama de verdad, a un neón que te devora, no a ese
renombre sombrío de los estadistas en declive o de los reyes timoratos. Me
refiero a los largos viajes por el espacio gris. Me refiero al peligro, al
borde mismo del vacío, a la circunstancia
de un hombre que les infunde un terror erótico a los sueños de la república.
Entiendan al hombre obligado a habitar esas regiones extremas, monstruoso y vulvar,
humedecido por los recuerdos de la violación. Por mucho que esté medio loco, lo
absorberá la locura total del público; por mucho que sea plenamente racional, un
burócrata en el infierno, un genio secreto de la supervivencia, está claro que
lo destruirá el desprecio que el público siente hacia los supervivientes. La
fama, al menos esta modalidad especial, se alimenta del escándalo, de lo que los asesores de hombres
de menos valía considerarían publicidad negativa: histeria a bordo de
limusinas, peleas a navajazos entre el público, litigios grotescos, traiciones, pandemonio y drogas. Tal vez la
única ley natural que se aplica a la fama verdadera es que el famoso se acaba viendo
forzado a suicidarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario