A bordo del transatlántico que
había de zarpar a medianoche de Nueva York rumbo a Buenos Aires reinaban la
animación y el ajetreo propios del último momento. Los acompañantes que habían
subido escoltaban entre apretujones a sus amigos; los repartidores de
telegramas, con sus gorras ladeadas, recorrían los salones voceando nombres; al
trajín de flores y maletas se añadía el de los niños que subían y bajaban por
las escalerillas curioseando, mientras la orquesta amenizaba imperturbable e!
show en cubierta. Yo estaba conversando con un amigo en la cubierta de paseo,
un poco al abrigo de todo aquel jaleo, cuando a nuestro lado relumbraron dos o
tres veces los destellos de un flash: al parecer, los reporteros habían
aprovechado los últimos instantes previos a la partida para entrevistar y
fotografiar a algún personaje importante. Mi amigo echó una ojeada y sonrió:
-Tienen ustedes a bordo a un
personaje bien curioso: Czentovic. -y como debió de deducir por mi expresión
que no sabía de qué me estaba hablando, añadió: -Mirko Czentovic, el campeón del
Mundo de ajedrez.
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