Fue en 1957, en la librería Gastl
de Tubinga, que solía frecuentar también Siegfried Unseld y no sólo de
estudiante, donde me saltó a los ojos el título monumental de un volumen de
poemas que decía: Así en la tierra como en el infierno y, de color rojo sangre,
campaba sobre una sobrecubierta de plástico lavable de un negro profundo.
También figuraba en rojo sangre el nombre del poeta: Thomas Bernhard. Las
poesías del joven Thomas Bernhard describían de una forma casi exageradamente
exacta el estado de ánimo del chico de veinte años que era yo entonces, y
aquello había que anunciarlo al mundo. Inesperadamente, en la revista cautelosamente comunista Geist und Tat una
redactora compasiva
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