Por la noche, sin previo aviso,
el viento amainó, para luego cesar totalmente.
Él había salido al balcón.
Durante el día, podía atisbar el mar por entre las casas que se alzaban enfrente. Pero
ahora la noche se lo impedía. A veces sacaba al balcón su viejo catalejo inglés
para ver las Ventanas iluminadas al otro
lado de la calle, mas siempre acababa por vencerlo la molesta sensación de que
alguien lo había descubierto.
Hacía una noche clara y
estrellada.
“Ya estamos en otoño”, se dijo. “Quizás
escarche esta noche, aunque aún es pronto para Escania.”
Se oyó pasar un coche en la
distancia. Se estremeció de frío y volvió a entrar. La puerta de! balcón se
atascaba. En e! bloc de notas que tenía sobre la mesa de la cocina, junto al
teléfono, anotó que debía echarle un
vistazo al día siguiente.
Continuó después hacia la sala de
estar. Durante un instante, se detuvo ante e! umbral de la puerta y paseó la
mirada por la habitación. Había hecho la limpieza, puesto que era domingo. Y
saber que se hallaba en una habitación totalmente limpia siempre le infundía la
misma sensación de satisfacción.
Su escritorio estaba colocado
contra una de las paredes. Sacó la silla, encendió la lámpara y tomó e! grueso
cuaderno de bitácora que guardaba en uno de los cajones. Como de Costumbre, comenzó por leer lo que había
escrito la noche anterior.
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