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Una discusión más o menos en el
aire
El barco volante del profesor
Lucifer cruzaba el cielo como una flecha de plata; su blanco acerado y frío
brillaba en el cielo de la noche, helado de vacuidad. Tan lejos de la tierra nada
le confería entidad; los dos hombres que iban a bordo semejaban ir mucho más
allá, por encima de las estrellas. El profesor había inventado aquella máquina
y todo lo que se contaba en ella. Cada herramienta, cada aparato, pertenecían en
consecuencia a la mirada distorsionada con que se contempla eso que pertenece
al milagro de la ciencia. Para el mundo de la ciencia y de la evoluci6n era más
difícil nominar aquello, siquiera elusivamente, cual si fuese un sueño, que
todo lo que corresponde al mundo de la poesía y de la religi6n, y así, desde
que esas últimas imágenes e ideas permanecen eternamente, en tanto la idea
totalizadora de evoluci6n las disuelve hasta confundirlas, devienen finalmente en
una pesadilla.
Era como si las herramientas del
profesor Lucifer fuesen las que desde la más remota Antigüedad auspician la
locura, se desarrollan para tornarse cada vez más irreconocibles, olvidan su origen y olvidan también su nombre.
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