El registro escrito más antiguo
de la palabra «tenis» no se refiere a los zapatos diseñados para hacer
ejercicio, sino al deporte del que deriva el término y que fue, con la esgrima
-su primo hermano-, el primero que demandó un calzado particular para ser
jugado.
En 1451 Edmund Lacey, obispo de
Exeter, Inglaterra, definió el juego con la misma ira sorda con que mi madre se
refería a mis tenis Converse de juventud, siempre al borde de la
desintegración: Ad ludum pile vulgaritem tenys nucupatum. En el edicto de Lacey
la palabra «tenys» -en vernáculo- está asociada a frases con el olor ácido de
los expedientes judiciales: Prophanis colloquiis et iuramentis, vanis et
sepissime periuriis illicitis, sepius rixas.
En la colegiata de Santa María de
Exeter un grupo de novicios había estado utilizando la galería techada del claustro
para jugar partidos contra los muchachos del pueblo. El tenis de entonces era
mucho más violento y ruidoso que el nuestro: unos atacaban, otros defendían, no
había ni red ni líneas, los puntos se ganaban con las uñas y a mordidas,
clavando la bola en una buchaca.
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