Amistad de juventud
Con mi agradecimiento para R.F.
T.
Soñaba a menudo con mi madre y,
aunque los detalles del sueño variaban, la sorpresa era siempre la misma. El
sueño se detenía, supongo que porque era demasiado transparente en su
esperanza, demasiado complaciente en su perdón. En el sueño, yo tenía mi edad
real, vivía la vida que estaba viviendo
realmente, y descubría que mi madre vivía todavía. (El hecho es que ella murió
cuando yo tenía veintipocos años y ella cincuenta y pocos.) A veces me
encontraba en nuestra vieja cocina, donde mi madre estaba extendiendo una masa de
pastel sobre la mesa, o lavando los platos en el maltrecho fregadero de color
crema y borde rojo. Pero otras veces me la encontraba por la calle, en lugares
donde nunca habría esperado verla. Podía ir andando por e! vestíbulo de un
hotel elegante, o estaba haciendo cola en un aeropuerto. Se la veía bastante bien, no del todo joven, no
totalmente a salvo de la enfermedad paralizante que la tuvo en sus garras
durante una década o más antes de morir, pero mucho mejor de como yo la
recordaba, lo cual me dejaba asombrada. «Oh, solo tengo este ligero temblor en
el brazo --decía-, y algo de rigidez en este lado de la cama. Es una molestia,
pero puedo moverme.»
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