De El Cuaderno gris, de Josep Pla, p.262
17 de enero. Ayer en el Palacio de la Música Catalana. Bach y la Sonata a Kreutzer en el programa. El local es horrible, indescriptiblemente desgraciado. Ante el frenético panorama de yeso y de mayólica me es imposible concentrarme. Además, sufría: mis zapatos, recién arreglados, crujían y hacían ruido. A medio concierto me doy por vencido y me voy. ¿Cómo es posible que el local de una de las pocas cosas que podemos presentar sea tan siniestro? La cosa que podemos presentar en todas partes es el Orfeón —claro—. ¿Será verdad que las cosas de este país que no se mueven en un punto de mal gusto tienen indefectiblemente una vida raquítica?
La Rambla es una maravilla. Es una de las pocas calles de Barcelona en la cual me siento plenamente bien. Hay siempre bastante gente para encontrarse a algún conocido, pero hay siempre la suficiente para pasar desapercibido, si conviene. Una vuelta por la Rambla, por la mafiana, entre la Práctica Forense y el Derecho Mercantil, es como volver de la muerte a la vida. Y ¡cuántas cosas fascinadoras!: hoy, en el estanco de la calle de Sant Pau, he visto unos cigarros de La Habana que llevaban este nombre sublime: «Flor del Senado».
Te quiero más que a la salvación de mi alma
ITALO CALVINO Y FÉLIX DE AZÚA Y JAIME SALINAS Y JUAN BENET
Febrero 8, 2006. Archivado en: El blog de Félix de Azúa
Nos acompañaba Juan Benet, quien no calló ni un instante. Estaba en uno de sus momentos estupendos y parloteaba sin cesar sobre la construcción del monumento a los Inválidos, la prosa de Saint-Simon, el uso de la madera de boj en los grabados de Vallotton, los falansterios, y otros ejemplos de creatividad francesa. Así pasó bastante más de media hora.
Una vez en la calle, con mares de agua sobre nosotros, nubes de alcohol en los ojos y ausencia total de taxis, Jaime se puso nerviosísimo. Estaba sumamente irritado por nuestro comportamiento, aunque lo disimulaba con elegancia. Corría bajo la lluvia hacia la esquina derecha en busca de un taxi y luego corría hacia la esquina izquierda cuando cambiaba el semáforo y luego nuevamente hacia la esquina derecha. Por fin, totalmente empapado y frenético, se dirigió a Benet en una explosión de cólera incontenible y le gritó:
“¡Juan, hazme el favor de ponerte histérico ahora mismo!”
Benet, que no había dejado de parlotear, lo miró desde sus casi dos metros de altura repentinamente sereno y consternado. Alzó la vista. Levantó una mano. Un taxi se detuvo ante nosotros. De inmediato. Sin demora. Como si hubiera estado allí esperando una señal suya desde la invención del motor de explosión. Todo había sucedido en tres segundos.
“Un día lo estrangularé con mis propias manos”, mascullaba Jaime mientras entraba en el taxi muerto de la risa.
Nos acompañaba Juan Benet, quien no calló ni un instante. Estaba en uno de sus momentos estupendos y parloteaba sin cesar sobre la construcción del monumento a los Inválidos, la prosa de Saint-Simon, el uso de la madera de boj en los grabados de Vallotton, los falansterios, y otros ejemplos de creatividad francesa. Así pasó bastante más de media hora.
Una vez en la calle, con mares de agua sobre nosotros, nubes de alcohol en los ojos y ausencia total de taxis, Jaime se puso nerviosísimo. Estaba sumamente irritado por nuestro comportamiento, aunque lo disimulaba con elegancia. Corría bajo la lluvia hacia la esquina derecha en busca de un taxi y luego corría hacia la esquina izquierda cuando cambiaba el semáforo y luego nuevamente hacia la esquina derecha. Por fin, totalmente empapado y frenético, se dirigió a Benet en una explosión de cólera incontenible y le gritó:
“¡Juan, hazme el favor de ponerte histérico ahora mismo!”
Benet, que no había dejado de parlotear, lo miró desde sus casi dos metros de altura repentinamente sereno y consternado. Alzó la vista. Levantó una mano. Un taxi se detuvo ante nosotros. De inmediato. Sin demora. Como si hubiera estado allí esperando una señal suya desde la invención del motor de explosión. Todo había sucedido en tres segundos.
“Un día lo estrangularé con mis propias manos”, mascullaba Jaime mientras entraba en el taxi muerto de la risa.
INCIPIT 236. ORDENO Y MANDO / AMELIE NOTHOMB
—Si un invitado muere repentinamente en su casa, sobre todo no avise a la policía. Llame a un taxi y pídale que les lleve, a usted y a ese amigo que se siente indispuesto, al hospital. El fallecimiento no será certificado hasta llegar a urgencias y de ese modo podrá demostrar, con la ayuda de testigos, que el individuo en cuestión murió por el camino. Gracias a lo cual, le dejarán en paz.
—Por lo que a mí respecta, nunca se me ocurriría llamar a la policía, sino a un médico.
—Da lo mismo. Están conchabados. Si alguien a quien no está demasiado unido sufre un ataque cardiaco en su domicilio, usted será el primer sospechoso.
—Sospechoso de qué, si es un ataque cardiaco?
—Mientras no se demuestre que ha sido un ataque cardiaco, su apartamento será considerado el escenario de un crimen. Y no puede tocar nada.
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NABOKOVIANA
De Dublinesca, de Vila-Matas, p. 167
A Nietzky siempre le encantó muy especialmente la teoría de Nabokov. Después de haber leído las opiniones de tantos investigadores, Nabokov dedujo que la clave del enigma del desconocido se encontraba en el capítulo cuarto de la segunda parte de Ulysses, en la escena de la biblioteca. Allí, Stephen Dedalus está hablando de Shakespeare y sostiene que éste se ha incluido a sí mismo en sus obras. Muy tenso, Stephen dice que Shakespeare «ha ocultado su propio nombre, un nombre hermoso, William, en sus obras: es un comparsa aquí, allá, igual que el pintor de la vieja Italia colocaba su rostro en un rincón oscuro de su lienzo».
Eso es lo que, según Nabokov, pudo hacer Joyce en Ulysses: colocar su rostro en un rincón oscuro de su lienzo. El hombre del Macintosh que cruza el sueño del libro no es otro que el propio autor. ¡Bloom llega a ver a su creador!
A Nietzky siempre le encantó muy especialmente la teoría de Nabokov. Después de haber leído las opiniones de tantos investigadores, Nabokov dedujo que la clave del enigma del desconocido se encontraba en el capítulo cuarto de la segunda parte de Ulysses, en la escena de la biblioteca. Allí, Stephen Dedalus está hablando de Shakespeare y sostiene que éste se ha incluido a sí mismo en sus obras. Muy tenso, Stephen dice que Shakespeare «ha ocultado su propio nombre, un nombre hermoso, William, en sus obras: es un comparsa aquí, allá, igual que el pintor de la vieja Italia colocaba su rostro en un rincón oscuro de su lienzo».
Eso es lo que, según Nabokov, pudo hacer Joyce en Ulysses: colocar su rostro en un rincón oscuro de su lienzo. El hombre del Macintosh que cruza el sueño del libro no es otro que el propio autor. ¡Bloom llega a ver a su creador!
SOBRE LA NOVELA NEGRA Y LA ALTA CULTUTA
Prólogo a Cosecha roja, de Dashiell Hammet, de Luis Cernuda
El novelista Dashiell Hammett acaba de morir en Nueva York. Después de haber gustado a tantos lectores, me parece, aunque carezco de noticia bastante como para permitirme afirmarlo, ha debido morir en medio de ese olvido que, tras unos años de éxito ruidoso, desciende de pronto y sin razón visible sobre tantas figuras aparentemente queridas y admiradas por el público norteamericano. Porque, admitámoslo prontamente, se trata de un escritor de gran público, no uno de aquellos que entre nosotros acostumbraba a llamáreles, con expresión bien cursi, y precisamente por los mismos años cuando Hammett gozaba de más éxito, un escritor para «minorías selectas». El propio Dashiell Hammett no dejaría de reírse si pudiera oír eso de ser o de no ser un escritor para «minorías selectas», porque en él se reconoció, al mismo tiempo que a un best-seller, a un escritor para escritores, a un técnico agudo en el arte de la novela y a un estilista.
[…]
Y aunque la ocupación religiosa haya cedido algo en nuestro tiempo, según creo, y dejado por tanto horas desocupadas de un lado, que de otro ocupe la tan incrementada asistencia a los negocios, aún le quedan al hombre, aparte del tiempo que dedica a los entretenimientos del día, horas libres durante las que requiere materia para divertirse. Y ¿dónde mejor que en la lectura? Como no me figuro que le basten siempre a tal propósito libros como esos que se incluyen en tantas inefables listas de «diez mejores libros» (donde suelen incluirse no los libros que .re han leído, sino los que se cree conveniente pretender como leídos), agradezcamos a Dashiell Hammett, que con tanta destreza y talento proporcionara a muchos, con sus obras, nueva y adecuada materia para satisfacer una necesidad humana vieja como el hombre.
Luis Cernuda (1961)
El novelista Dashiell Hammett acaba de morir en Nueva York. Después de haber gustado a tantos lectores, me parece, aunque carezco de noticia bastante como para permitirme afirmarlo, ha debido morir en medio de ese olvido que, tras unos años de éxito ruidoso, desciende de pronto y sin razón visible sobre tantas figuras aparentemente queridas y admiradas por el público norteamericano. Porque, admitámoslo prontamente, se trata de un escritor de gran público, no uno de aquellos que entre nosotros acostumbraba a llamáreles, con expresión bien cursi, y precisamente por los mismos años cuando Hammett gozaba de más éxito, un escritor para «minorías selectas». El propio Dashiell Hammett no dejaría de reírse si pudiera oír eso de ser o de no ser un escritor para «minorías selectas», porque en él se reconoció, al mismo tiempo que a un best-seller, a un escritor para escritores, a un técnico agudo en el arte de la novela y a un estilista.
[…]
Y aunque la ocupación religiosa haya cedido algo en nuestro tiempo, según creo, y dejado por tanto horas desocupadas de un lado, que de otro ocupe la tan incrementada asistencia a los negocios, aún le quedan al hombre, aparte del tiempo que dedica a los entretenimientos del día, horas libres durante las que requiere materia para divertirse. Y ¿dónde mejor que en la lectura? Como no me figuro que le basten siempre a tal propósito libros como esos que se incluyen en tantas inefables listas de «diez mejores libros» (donde suelen incluirse no los libros que .re han leído, sino los que se cree conveniente pretender como leídos), agradezcamos a Dashiell Hammett, que con tanta destreza y talento proporcionara a muchos, con sus obras, nueva y adecuada materia para satisfacer una necesidad humana vieja como el hombre.
Luis Cernuda (1961)
SOBRE EL HIJO DE BEN COMPSON
De La campanilla y otros relatos, de Javier Farto Graña, p. 176
La familia Compson procedía de los Estados Unidos. Familia de rancio abolengo y poderío. Sureña, en concreto del estado de Mississippi. Toda esta riqueza se fue perdiendo, hasta el punto de creerse que la familia se había extinguido con ella. Jason Compson, que había intentado devolver el prestigio a la familia, quedó soltero y sin hijos, por lo que se pensaba que había sido el último de la estirpe. Todo esto lo había documentado William Faulkner en «El ruido y la furia». Investigaciones más recientes han resuelto que no, que sí bien es cierto que Jason fue soltero y sin hijos, la familia Compson había continuado fruto de los impulsos de Benjamin Compson, un hermano de Jason. Este Compson es, por tanto, descendiente de aquel Benjamín Compson que, en un descuido de sus cuidadores —Benjamín Compson era retrasado mental de nacimiento— violó a una chica del pueblo. Lo encontraron unos criados negros después del acto: la chica llorando desconsolada y Benjamín mugiendo como una vaca, mirando fascinado una gran fogata que había en los alrededores. Cuando lo devolvieron a casa, su hermano Jason decidió castrarlo. Era la única forma de que los Compson pudiesen estar seguros. Pero ya era tarde.
La familia Compson procedía de los Estados Unidos. Familia de rancio abolengo y poderío. Sureña, en concreto del estado de Mississippi. Toda esta riqueza se fue perdiendo, hasta el punto de creerse que la familia se había extinguido con ella. Jason Compson, que había intentado devolver el prestigio a la familia, quedó soltero y sin hijos, por lo que se pensaba que había sido el último de la estirpe. Todo esto lo había documentado William Faulkner en «El ruido y la furia». Investigaciones más recientes han resuelto que no, que sí bien es cierto que Jason fue soltero y sin hijos, la familia Compson había continuado fruto de los impulsos de Benjamin Compson, un hermano de Jason. Este Compson es, por tanto, descendiente de aquel Benjamín Compson que, en un descuido de sus cuidadores —Benjamín Compson era retrasado mental de nacimiento— violó a una chica del pueblo. Lo encontraron unos criados negros después del acto: la chica llorando desconsolada y Benjamín mugiendo como una vaca, mirando fascinado una gran fogata que había en los alrededores. Cuando lo devolvieron a casa, su hermano Jason decidió castrarlo. Era la única forma de que los Compson pudiesen estar seguros. Pero ya era tarde.
INCIPIT 235. VERANO / JM COETZEE
22 de agosto de 1972
En el Sunday Times de ayer, una noticia desde Francistown, en Botswana. La semana pasada, en plena noche, un coche, un modelo norteamericano de color blanco, se detuvo ante una casa de una zona residencial. Bajaron unos hombres con pasamontañas, derribaron la puerta a patadas y empezaron a disparar. Cuando finalizaron los disparos, prendieron fuego a la casa y se marcharon. Los vecinos sacaron siete cadáveres de entre las brasas: dos hombres, tres mujeres y dos niños.
Los asesinos parecían ser negros, pero uno de los vecinos les oyó hablar entre ellos en afrikaans y estaba convencido de que eran blancos con la cara ennegrecida. Los muertos eran sudafricanos, refugiados que se habían mudado a la casa solo unas semanas atrás.
Cuando piden un comentario, a través de un portavoz, al ministro sudafricano de Asuntos Exteriores-, dice del informe que «no ha sido verificado». Añade que habrá investigaciones para determinar silos fallecidos eran realmente ciudadanos sudafricanos. En cuanto al Ejército, una fuente no especificada niega que la Fuerza de Defensa de Sudáfrica haya tenido nada que ver con el incidente. Sugiere que lo más probable es que los asesinatos hayan respondido a un asunto interno del Consejo Nacional Africano y que reflejen las «tensiones en curso» entre facciones.
Una semana tras otra se habla de sucesos similares en las zo nas fronterizas, asesinatos seguidos de anodinos desmentidos. El lee las noticias y se siente sucio. De modo que es a esto a lo que ha regresado! Sin embargo, ¿en qué lugar del mundo puede uno esconderse donde no se sienta sucio? ¿Acaso se
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DE LA PAREJA
De Dublinesca, de Vila-Matas, p.42
Se aman desde siempre, pero precisamente por eso se odian. En realidad se odian a sí mismos. Sus padres le recuerdan algo que le dijera una vez el poeta Gil de Biedma en el pub Tuset de Barcelona.
Una relación íntima entre dos personas es un instrumento de tortura entre ellas, ya sean personas de distinto sexo o del mismo. Todo ser humano lleva dentro de sí una cierta cantidad de odio hacia sí mismo, y ese odio, ese no poder aguantarse a sí mismo, es algo que tiene que ser transferido a otra persona, y a quien puedes transferirlo mejor es a la persona que amas.
Si lo piensa bien, a él le ocurre otro tanto con su mujer. Hay días en los que siente que es muchas personas al mismo tiempo y su cerebro está más poblado de fantasmas que la casa de sus padres. Y no aguanta a ninguna de esas personas, cree conocerlas a todas. Se odia a sí mismo porque tiene que envejecer, porque ha envejecido mucho, porque tiene que morir: precisamente lo que con absoluta puntualidad recuerda todos los miércoles cuando visita a sus padres.
Se aman desde siempre, pero precisamente por eso se odian. En realidad se odian a sí mismos. Sus padres le recuerdan algo que le dijera una vez el poeta Gil de Biedma en el pub Tuset de Barcelona.
Una relación íntima entre dos personas es un instrumento de tortura entre ellas, ya sean personas de distinto sexo o del mismo. Todo ser humano lleva dentro de sí una cierta cantidad de odio hacia sí mismo, y ese odio, ese no poder aguantarse a sí mismo, es algo que tiene que ser transferido a otra persona, y a quien puedes transferirlo mejor es a la persona que amas.
Si lo piensa bien, a él le ocurre otro tanto con su mujer. Hay días en los que siente que es muchas personas al mismo tiempo y su cerebro está más poblado de fantasmas que la casa de sus padres. Y no aguanta a ninguna de esas personas, cree conocerlas a todas. Se odia a sí mismo porque tiene que envejecer, porque ha envejecido mucho, porque tiene que morir: precisamente lo que con absoluta puntualidad recuerda todos los miércoles cuando visita a sus padres.
LA ACOMPAÑE HASTA SU CASA
EL PAIS. COM
Legalidade Urbanística da tres meses para derribar la urbanización de lujo
El director de la Axencia fue destituido nueve días después de firmar la orden
ELISA LOIS - Vilagarcía
21-04-2010
La orden de demolición de la polémica urbanización de Os Raeiros, en O Grove, fue notificada ayer al Ayuntamiento después de tres años de resoluciones administrativas y judiciales. La Axencia de Protección da Legalidade Urbanística, adscrita a la Consellería de Medio Ambiente, Territorio e Infraestruturas, comunicó al alcalde la resolución que deberá ejecutarse en el plazo de tres meses y afecta a 52 propietarios que pagaron 540.000 euros por la compra de un chalé adosado.
[...]
La resolución de Política Territorial de 30 de abril de 2007 obligaba a la promotora a restituir la parcela a su estado original, ajustarse a la licencia autonómica y comunicar al registro de la propiedad de Cambados la imposibilidad jurídica de segregación de la finca dado su carácter indivisible.
Pero la promotora recurrió esta decisión al Tribunal Superior que desestimó sus argumentos y concluyó que no sólo pretendía vender ilegalmente 52 chalés adosados sino que había incumplido flagrantemente la Ley del Suelo al segregar una parcela que estaba catalogada como rústica. Ahora, Inproin tendrá su última oportunidad de paralizar la orden de derribo recurriendo al tribunal competente en la jurisdicción donde está emplazada la urbanización.
Entre los propietarios de la exclusiva finca, situada en una atalaya desde donde se divisa la isla de Ons, se encuentra el actual conselleiro de Cultura, Roberto Varela Fariña. Uno de sus hermanos, Fernando Varela, aparece como socio y administrador de la promotora Inproin Galicia, SL.
Legalidade Urbanística da tres meses para derribar la urbanización de lujo
El director de la Axencia fue destituido nueve días después de firmar la orden
ELISA LOIS - Vilagarcía
21-04-2010
La orden de demolición de la polémica urbanización de Os Raeiros, en O Grove, fue notificada ayer al Ayuntamiento después de tres años de resoluciones administrativas y judiciales. La Axencia de Protección da Legalidade Urbanística, adscrita a la Consellería de Medio Ambiente, Territorio e Infraestruturas, comunicó al alcalde la resolución que deberá ejecutarse en el plazo de tres meses y afecta a 52 propietarios que pagaron 540.000 euros por la compra de un chalé adosado.
[...]
La resolución de Política Territorial de 30 de abril de 2007 obligaba a la promotora a restituir la parcela a su estado original, ajustarse a la licencia autonómica y comunicar al registro de la propiedad de Cambados la imposibilidad jurídica de segregación de la finca dado su carácter indivisible.
Pero la promotora recurrió esta decisión al Tribunal Superior que desestimó sus argumentos y concluyó que no sólo pretendía vender ilegalmente 52 chalés adosados sino que había incumplido flagrantemente la Ley del Suelo al segregar una parcela que estaba catalogada como rústica. Ahora, Inproin tendrá su última oportunidad de paralizar la orden de derribo recurriendo al tribunal competente en la jurisdicción donde está emplazada la urbanización.
Entre los propietarios de la exclusiva finca, situada en una atalaya desde donde se divisa la isla de Ons, se encuentra el actual conselleiro de Cultura, Roberto Varela Fariña. Uno de sus hermanos, Fernando Varela, aparece como socio y administrador de la promotora Inproin Galicia, SL.
CLUB DE LECTURA. UN AMOR DE SWAN
Este capítulo de A la búsqueda deltiempo perdido puede leerse independiente; y es lo que os he propuesto.
No os perdais la película de un director alemán, del que no recuerdo el nombre; por el youtube no está. Pero me encontré ni más ni menos que a Jacques Lacan leyendo a Proust.
Sobre Proust hay cosas en mi blog.
Otra cosa. El jueves hay una tertulia literaria en Macondo a las 20.00. He reservado mesa abajo, y tenemos dos opicones, quedar a las 19.30 abajo o quedar antes, por ejemplo a las 18.45 y unirnos a la tertulia de arriba, que comanda Yolanda Castaño. Vosotros direis
EL NOMBRE DEL PADRE
De El lugar de la estrella, de Patrick Mediano, p. 44-45
Me besó en la frente y sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Aquel señor gordo, de abigarrada indumentaria, era conmovedor. Atravesamos la plaza Vendóme cogidos del brazo. Mi padre cantaba fragmentos de Bagatelles pour un massacre con su hermosa voz de bajo. Pensaba en las malas lecturas de mi infancia. Especialmente la serie de Cómo matar al padre, de André Breton y Jean-Paul Sartre (colección «Lisez moi Bleu»). Breton aconsejaba a los jóvenes que se apostaran, armados con un revólver, en la ventana de su domicilio, en la avenida Foch, y disparasen sobre el primer peatón que se presentara. Ese hombre sería necesariamente su padre, un jefe de policía o un industrial textil. Sartre abandonaba momentáneamente los barrios elegantes y se situaba en el cinturón rojo; elegía a los obreros más musculosos, pidiéndoles perdón por ser hijo de papá, los llevaba al piso de la avenida Foch, rompían las porcelanas de Sévres y mataban al padre, tras lo cual el joven solicitaba educadamente ser violado. Este segundo método suponía mayor perversidad, ya que al asesinato seguía una violación, pero era más grandioso ya que se recurría a los proletarios de todos los países para zanjar una disputa familiar.
Se recomendaba a los jóvenes que injuriasen a su padre antes de matarlo. Algunos, que se distinguieron en el campo literario, usaron expresiones encantadoras. Por ejemplo: «Familias, os odio» (el hijo de un pastor francés). «Combatiré en la próxima guerra vistiendo el uniforme alemán.» «Me cago en el ejército francés» (el hijo de un jefe de policía francés). «Eres un GUARRO» (el hijo de un oficial de Marina francés). Apreté más fuerte el brazo de mi padre. Carecíamos totalmente de distinción. ¿Verdad, cariño? ¿Cómo podría matarle.., si le quiero?
Me besó en la frente y sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Aquel señor gordo, de abigarrada indumentaria, era conmovedor. Atravesamos la plaza Vendóme cogidos del brazo. Mi padre cantaba fragmentos de Bagatelles pour un massacre con su hermosa voz de bajo. Pensaba en las malas lecturas de mi infancia. Especialmente la serie de Cómo matar al padre, de André Breton y Jean-Paul Sartre (colección «Lisez moi Bleu»). Breton aconsejaba a los jóvenes que se apostaran, armados con un revólver, en la ventana de su domicilio, en la avenida Foch, y disparasen sobre el primer peatón que se presentara. Ese hombre sería necesariamente su padre, un jefe de policía o un industrial textil. Sartre abandonaba momentáneamente los barrios elegantes y se situaba en el cinturón rojo; elegía a los obreros más musculosos, pidiéndoles perdón por ser hijo de papá, los llevaba al piso de la avenida Foch, rompían las porcelanas de Sévres y mataban al padre, tras lo cual el joven solicitaba educadamente ser violado. Este segundo método suponía mayor perversidad, ya que al asesinato seguía una violación, pero era más grandioso ya que se recurría a los proletarios de todos los países para zanjar una disputa familiar.
Se recomendaba a los jóvenes que injuriasen a su padre antes de matarlo. Algunos, que se distinguieron en el campo literario, usaron expresiones encantadoras. Por ejemplo: «Familias, os odio» (el hijo de un pastor francés). «Combatiré en la próxima guerra vistiendo el uniforme alemán.» «Me cago en el ejército francés» (el hijo de un jefe de policía francés). «Eres un GUARRO» (el hijo de un oficial de Marina francés). Apreté más fuerte el brazo de mi padre. Carecíamos totalmente de distinción. ¿Verdad, cariño? ¿Cómo podría matarle.., si le quiero?
INCIPIT 234. EL OFICINISTA / GUILLERMO SACCOMANNO
INCIPIT 234. EL OFICINISTA / GUILLERMO SACCOMANNO
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A esta hora de la noche los helicópteros artillados sobrevuelan la ciudad, los murciélagos revolotean en los ventanales de la oficina y las ratas se pasean entre los escritorios sumidos en la oscuridad, todos los escritorios menos uno, el suyo, con la computadora prendida, la única prendida a esta hora. El oficinista siente un roce veloz contra sus zapatos. Un chillido leve, huidizo, que sigue de largo sobre la alfombra y se escabulle en la negrura. Aparta la vista de la pantalla de la computadora. Ve las sombras aladas en la noche exterior. Después consulta el reloj de bolsillo, apila unos expedientes, dispone en una carpeta los cheques que habrá de firmar mañana el jefe, y se levanta para partir. La lentitud de sus gestos no se debe sólo al cansancio. También a su tristeza.
La computadora tarda en apagarse. Por fin la pantalla se oscurece, suspira. Con prolijidad dispone los instrumentos de trabajo para el día siguiente: las lapiceras, el tintero, los sellos, la almohadilla, la goma de
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ALTA CULTURA
De el afinador de habitaciones, de celso castro, p.42-43
y draque se quedó cabeceando y, después de un larguísimo trago de cerveza —joder... no sabía nada el niche ese...— y yo le dije que sí, que era el hombre más inteligente de europa, y que yo me había leído todos sus libros, y que iba a ver si encontraba alguno en el almacén para que lo leyese. y al día siguiente le llevé -e1 anticristo- y le dije que, por favor, no lo perdiese, que tenía el sello de la biblioteca. y le conté lo de mi tío, y lo de mi madre, y que vivía con mi abuela, y al final acabé sincerándome con él, y que la verdad es que todos éramos anticristos, seres anómalos y opuestos a la vida por no sé qué conflictos, por un conflicto raro y extraño -un conflicto superior a nosotros e incluso cósmico- del que nada sabemos, constreñidos, igual que tubos huecos en el vacío, cuerpos vacíos y huecos que vibran angustiados, aquí, suspendidos en mitad de
ninguna parte, cuerpecitos vibrátiles, cajitas sensitivas, y es que, en realidad, no somos más que eso -cajas de resonancia- pero bueno, creo que me estoy desviando de mi propósito. en fin, que rosalía me regañaba constantemente, y estaba enfadadísima, y no hacía más que refunfuñar y echarme miradas, y nada, que si lo que yo pretendía en esta vida era ser un chulo y andar con putas, no podía haber elegido mejor maestro que draque. y así estuvo varios días, hasta que poco a poco fue recuperando su humor habitual, y me decía -qué ¿dónde está el maestro?... ¿hoy no va a haber clase?- y también -te has quedado sin libro... ¡por pánfilo!- y es que draque no aparecía por la gaviota
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y draque se quedó cabeceando y, después de un larguísimo trago de cerveza —joder... no sabía nada el niche ese...— y yo le dije que sí, que era el hombre más inteligente de europa, y que yo me había leído todos sus libros, y que iba a ver si encontraba alguno en el almacén para que lo leyese. y al día siguiente le llevé -e1 anticristo- y le dije que, por favor, no lo perdiese, que tenía el sello de la biblioteca. y le conté lo de mi tío, y lo de mi madre, y que vivía con mi abuela, y al final acabé sincerándome con él, y que la verdad es que todos éramos anticristos, seres anómalos y opuestos a la vida por no sé qué conflictos, por un conflicto raro y extraño -un conflicto superior a nosotros e incluso cósmico- del que nada sabemos, constreñidos, igual que tubos huecos en el vacío, cuerpos vacíos y huecos que vibran angustiados, aquí, suspendidos en mitad de
ninguna parte, cuerpecitos vibrátiles, cajitas sensitivas, y es que, en realidad, no somos más que eso -cajas de resonancia- pero bueno, creo que me estoy desviando de mi propósito. en fin, que rosalía me regañaba constantemente, y estaba enfadadísima, y no hacía más que refunfuñar y echarme miradas, y nada, que si lo que yo pretendía en esta vida era ser un chulo y andar con putas, no podía haber elegido mejor maestro que draque. y así estuvo varios días, hasta que poco a poco fue recuperando su humor habitual, y me decía -qué ¿dónde está el maestro?... ¿hoy no va a haber clase?- y también -te has quedado sin libro... ¡por pánfilo!- y es que draque no aparecía por la gaviota
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SOBRE LA SABIDURIA DIGITAL Y SOBRE LA ESTUPIDEZ MUNDIAL
De Dublinesca, de Enrique Vila-Matas, p. 56
Celia se va a trabajar, pero antes deja caer una indirecta, un terrorífico mensaje. Presintiendo que su querido autista no tardará en sentarse ante el ordenador, viene a decirle que quienes usan google habitualmente van perdiendo la capacidad de realizar lecturas literarias a fondo y que todo eso demuestra que la sabiduría digital hay que vincularla en muchas ocasiones con la estupidez mundial de los últimos tiempos.
Celia se va a trabajar, pero antes deja caer una indirecta, un terrorífico mensaje. Presintiendo que su querido autista no tardará en sentarse ante el ordenador, viene a decirle que quienes usan google habitualmente van perdiendo la capacidad de realizar lecturas literarias a fondo y que todo eso demuestra que la sabiduría digital hay que vincularla en muchas ocasiones con la estupidez mundial de los últimos tiempos.
LOS VERDURIN
De El tiempo recobrado, de Marcel Proust, p. 92-93 (Lumen)
Así también los Verdurin daban cenas (y al cabo de poco la Sra. Verdurin sola, pues el Sr. Verdurin murió algún tiempo después) y el Sr. de Charlus se entregaba a sus placeres, sin pensar en modo alguno en que los alemanes estaban —si bien inmovilizados por una sangrante barrera constantemente renovada— a una hora de automóvil de París. Sin embargo, los Verdurin pensaban —se nos dirá— en ello, ya que tenían un salón político en el que todas las noches se comentaba la situación no sólo de los ejércitos, sino también de las flotas. Pensaban, en efecto, en esas hecatombes de regimientos aniquilados, de pasajeros engullidos, pero una operación inversa multiplica hasta tal punto lo relativo a nuestro bienestar y divide por una cifra tan formidable lo que no le concierne, que la muerte de millones de desconocidos apenas nos afecta y casi menos desagradablemente que una corriente de aire. La Sra. Verdurin, quien padecía las consecuencias de carecer de medías lunas para mojarlas en su café con leche y aliviar sus migrañas, había acabado consiguiendo de Cottard una receta que le permitió encargárselas a cierto restaurante del que hemos hablado. Había sido casi tan difícil de conseguir de los poderes públicos como el nombramiento de un general. Recuperó su primera medialuna la mañana en que los periódicos narraban el naufragio del Lusitania. Al tiempo que la mojaba en el café con leche y daba papirotazos a su periódico para que se mantuviera totalmente desplegado sin que hubiese de desviar su otra mano de su función de mojar, decía:«Qué horrible! Supera en horror a las tragedias más atroces». Pero la muerte de todos aquellos ahogados debía de resultarle por fuerza reducida a una milmillonésima, pues, mientras hacía, con la boca llena, esos comentarios afligidos, la expresión que invadía su rostro, probablemente inducida por el sabor de la medialuna, tan eficaz contra la migraña, era más bien la de una dulce satisfacción
Así también los Verdurin daban cenas (y al cabo de poco la Sra. Verdurin sola, pues el Sr. Verdurin murió algún tiempo después) y el Sr. de Charlus se entregaba a sus placeres, sin pensar en modo alguno en que los alemanes estaban —si bien inmovilizados por una sangrante barrera constantemente renovada— a una hora de automóvil de París. Sin embargo, los Verdurin pensaban —se nos dirá— en ello, ya que tenían un salón político en el que todas las noches se comentaba la situación no sólo de los ejércitos, sino también de las flotas. Pensaban, en efecto, en esas hecatombes de regimientos aniquilados, de pasajeros engullidos, pero una operación inversa multiplica hasta tal punto lo relativo a nuestro bienestar y divide por una cifra tan formidable lo que no le concierne, que la muerte de millones de desconocidos apenas nos afecta y casi menos desagradablemente que una corriente de aire. La Sra. Verdurin, quien padecía las consecuencias de carecer de medías lunas para mojarlas en su café con leche y aliviar sus migrañas, había acabado consiguiendo de Cottard una receta que le permitió encargárselas a cierto restaurante del que hemos hablado. Había sido casi tan difícil de conseguir de los poderes públicos como el nombramiento de un general. Recuperó su primera medialuna la mañana en que los periódicos narraban el naufragio del Lusitania. Al tiempo que la mojaba en el café con leche y daba papirotazos a su periódico para que se mantuviera totalmente desplegado sin que hubiese de desviar su otra mano de su función de mojar, decía:«Qué horrible! Supera en horror a las tragedias más atroces». Pero la muerte de todos aquellos ahogados debía de resultarle por fuerza reducida a una milmillonésima, pues, mientras hacía, con la boca llena, esos comentarios afligidos, la expresión que invadía su rostro, probablemente inducida por el sabor de la medialuna, tan eficaz contra la migraña, era más bien la de una dulce satisfacción
INCIPIT 233. LA NATURALEZA DE UN CRIMEN. JOSEPH CONRAD, FORD MADOX FORD
1
Me imagino que ya estarás en Roma. Es muy curioso lo presentes que estáis para mí tanto Roma como tú. Hay un monte al que nunca se te ocurriría ir, y esto es lo curioso... Ayer, al final de la tarde, me encontraba en la cima y te vi llegar caminando desde un lugar situado en la falda del monte. Siempre es mediodía allí: ante el espectador se alzan los siete pilares del Foro, con sus capiteles entrelazados, formando un ángulo recto. En sus bases yacen algunos detritos, un león de mármol roto, y creo —no estoy seguro — que la estatua de bronce de la loba amamantando a los dos niños. Observé cómo tu vestido rozaba la hierba: era gris, de un tejido fino. No conoces, supongo, la imagen que ofreces cuando no eres consciente de ser observada. Yo te estuve observando largo rato: observé a la persona que eres para mí.
Ayer vi a tu marido en el club; me dijo que no regresarías hasta finales de abril. Cuando volví a mi aposento encontré una carta. Te hablaré de ella más tarde, te prohíbo que leas
19
¡¡¡FLORES¡¡¡ PISOTEADAS
CULTURA
Roberto Varela aposta por mesturar “as nosas raíces” con novas propostas
XORNAL.COM | Actualizado 19/04/2010 - 11:07 h.
Roberto Varela tamén destacou a “transcendental achega de Ponteareas á cultura galega”, e recordou o interese que suscita a elaboración das famosas alfombras florais do Corpus Christi. Esta festa popular leva celebrándose dende hai máis de 150 anos, e dende xuño de 2009 está declarada Festa de Interese Turístico Internacional de Galicia. Nesta liña, Varela asegurou que o convenio que se asinou esta mesma semana entre a Xunta e o Concello para a celebración do III Congreso de Arte Efémera “axudará a que Ponteareas se erixa como capital mundial da arte das alfombras, un título do que é xusta merecedora”.
Roberto Varela aposta por mesturar “as nosas raíces” con novas propostas
XORNAL.COM | Actualizado 19/04/2010 - 11:07 h.
Roberto Varela tamén destacou a “transcendental achega de Ponteareas á cultura galega”, e recordou o interese que suscita a elaboración das famosas alfombras florais do Corpus Christi. Esta festa popular leva celebrándose dende hai máis de 150 anos, e dende xuño de 2009 está declarada Festa de Interese Turístico Internacional de Galicia. Nesta liña, Varela asegurou que o convenio que se asinou esta mesma semana entre a Xunta e o Concello para a celebración do III Congreso de Arte Efémera “axudará a que Ponteareas se erixa como capital mundial da arte das alfombras, un título do que é xusta merecedora”.
DEL AMOR
De Dublinesca de Vila-Matas, p.99
Pero si un día encontrara ese amor tan buscado, ese fantasma, ese genio, dificilmente éste mejoraría lo ya dicho por tantos otros acerca de las grietas que separan las expectativas de la juventud y la realidad de la madurez, lo ya dicho por tantos otros sobre la naturaleza ilusoria de nuestras elecciones, sobre la decepción que culmina la búsqueda de logros, sobre el presente como fragilidad y el futuro como dominio de la vejez y de la muerte.
Pero si un día encontrara ese amor tan buscado, ese fantasma, ese genio, dificilmente éste mejoraría lo ya dicho por tantos otros acerca de las grietas que separan las expectativas de la juventud y la realidad de la madurez, lo ya dicho por tantos otros sobre la naturaleza ilusoria de nuestras elecciones, sobre la decepción que culmina la búsqueda de logros, sobre el presente como fragilidad y el futuro como dominio de la vejez y de la muerte.
FRASE DE LA SEMANA
Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo; y al no encontrarlo dice: Me volveré a mi casa, de donde salí. Y al llegar la encuentra barrida y en orden. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio.
Dios
Dios
INCIPIT 232. OJOS QUE NO VEN / JA GONZALEZ SAINZ1
Era el primer día que había vuelto a hacer lo que quizá nunca debió dejar de hacer, dijeron algunos; el primer día que, de nuevo, como imantado por la fuerza de una antigua preponderancia, había vuelto a saltar de la cama cuando aún estaba oscuro y se había preparado, ahora ya él solo y para él solo, su café negro, muy largo, con sus gruesas rebanadas de pan con miel, y el primer día que, con las primeras luces, como tantas otras veces tiempo atrás, cuando daba la impresión de que la claridad volvía a estrenar las mismas cosas que la víspera había dejado confusas y gastadas, cansinas a más no poder, y así lo iba a hacer siempre, se había vuelto a echar al hombro su chaqueta más raída y el viejo morral de hacía veinte años camino del silencio del río y el trabajo de la huerta.
Con alivio comprobó que el camino era el mismo de siempre; ni habían construido ni habían retocado nada todavía a la redonda, y andar por él, andar como si en realidad fuese el propio camino el que le
TRISTAN E ISOLDA
De La naturaleza de un crimen, de Jospeh Conrad y Ford Madox Ford, p.41-42
Acabo de asistir a una representación de Tristán e Isolda. Tuve que apresurarme para llegar antes de que sonasen los primeros acordes: tenía la sensación de que ibas a estar allí, sentada a mí lado como tantas otras veces. Eso, sin duda, es la pasión, la misma pasión que nos exime de responder por nuestras acciones.
No me costó encontrarte; pero encontré algo más. Siempre me ha parecido un misterio el que volvamos una y otra vez a Tristán. Algunos pasajes de esta ópera son tan insufribles como puede serlo cualquier pieza del maestro germano, y sin embargo la idea misma del filtro de amor basta para atraparnos; no nos interesa nada más que eso. Lo que de encantador y primoroso tiene al principio la relación de Tristán y la prima donna nos tiene, en efecto, sin cuidado; por lo demás, las especulaciones psicológicas del rey Marke nos resultan inverosímiles. Sin embargo, apenas han apurado enloquecidamente la copa, esas dos tétricas marionetas cobran vida: de pronto vemos a dos seres atrapados por una pasión; los observamos actuando de forma tan irracional como lo hice yo al prometer al cochero que le pagaría cinco chelines si me dejaba en el teatro antes de que comenzase la obertura
Es el filtro de amor lo que obra este milagro. Nos interesa —nos parece real— porque todo ser humano sabe lo que es actuar de forma irracional ante los embates de alguna pasión. Nos vemos arrastrados irremisiblemente; llevamos a cabo actos insensatos y actos heroicos que están ya prefijados; el otro lado de nuestro ser contraviene todas las normas de la razón y todas las que regulan la conducta. En Tristón vemos cómo una sustancia concreta, una hierba, justifica esta locura; se nos presenta un estado mental en el que la moralidad no existe ya. De modo que se nos ofrece un respiro, un descanso, un intervalo de tiempo en el que no nos sentimos oprimidos por ningún principio de conducta. Ninguna de las ideas en las cuales se refugia la imaginación exhausta de la humanidad ejerce una atracción tan universal como ésta.
41
Acabo de asistir a una representación de Tristán e Isolda. Tuve que apresurarme para llegar antes de que sonasen los primeros acordes: tenía la sensación de que ibas a estar allí, sentada a mí lado como tantas otras veces. Eso, sin duda, es la pasión, la misma pasión que nos exime de responder por nuestras acciones.
No me costó encontrarte; pero encontré algo más. Siempre me ha parecido un misterio el que volvamos una y otra vez a Tristán. Algunos pasajes de esta ópera son tan insufribles como puede serlo cualquier pieza del maestro germano, y sin embargo la idea misma del filtro de amor basta para atraparnos; no nos interesa nada más que eso. Lo que de encantador y primoroso tiene al principio la relación de Tristán y la prima donna nos tiene, en efecto, sin cuidado; por lo demás, las especulaciones psicológicas del rey Marke nos resultan inverosímiles. Sin embargo, apenas han apurado enloquecidamente la copa, esas dos tétricas marionetas cobran vida: de pronto vemos a dos seres atrapados por una pasión; los observamos actuando de forma tan irracional como lo hice yo al prometer al cochero que le pagaría cinco chelines si me dejaba en el teatro antes de que comenzase la obertura
Es el filtro de amor lo que obra este milagro. Nos interesa —nos parece real— porque todo ser humano sabe lo que es actuar de forma irracional ante los embates de alguna pasión. Nos vemos arrastrados irremisiblemente; llevamos a cabo actos insensatos y actos heroicos que están ya prefijados; el otro lado de nuestro ser contraviene todas las normas de la razón y todas las que regulan la conducta. En Tristón vemos cómo una sustancia concreta, una hierba, justifica esta locura; se nos presenta un estado mental en el que la moralidad no existe ya. De modo que se nos ofrece un respiro, un descanso, un intervalo de tiempo en el que no nos sentimos oprimidos por ningún principio de conducta. Ninguna de las ideas en las cuales se refugia la imaginación exhausta de la humanidad ejerce una atracción tan universal como ésta.
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MAISIE
SER PADRE
De Ojos que no ven de J.A. González Sainz, p. 145
Tú te habrás codeado con quien quieras, le podía haber dicho, que eso tú sabrás lo que haces; tú habrás visto o te habrán dicho lo que quieras o lo que hayas querido creer, pero saber, saber de veras, lo que se dice saber por dónde te da el aire o dónde te aprieta el zapato, de eso nada, hijo mío, de eso nada de nada. Sentir una auténtica preocupación o como un remusguillo de temblor verdadero ante las personas y las cosas, un respeto también ante las palabras con que se habla de las personas y las cosas, de eso nada. Hablas todo el día de enemigos, de este pueblo, de opresión, de historia y de guerra, de sufrimiento, de ellos y los nuestros. Sublimar, ¿no es ésa la palabra que usáis tanto? Pues de eso se trata, sublimación del montón de gusanillos que le andan siempre a cada uno y ganas de enredar y de joder continuamente la marrana. Siempre hay muchas cosas que están mal en este mundo, hijo, le tenía que haber dicho, muchas, y algunas peor, como decía tu abuelo, pero siempre se pueden empeorar todavía mucho más por mal que estén al querer arreglarlas por donde es mejor no tocar, al querer tomar un camino que se cree que es un atajo maravilloso y resulta que ni es atajo ni es camino ni lleva a nada que no sea a lo mejor a despeñarse mis tarde o más temprano.
Tú te habrás codeado con quien quieras, le podía haber dicho, que eso tú sabrás lo que haces; tú habrás visto o te habrán dicho lo que quieras o lo que hayas querido creer, pero saber, saber de veras, lo que se dice saber por dónde te da el aire o dónde te aprieta el zapato, de eso nada, hijo mío, de eso nada de nada. Sentir una auténtica preocupación o como un remusguillo de temblor verdadero ante las personas y las cosas, un respeto también ante las palabras con que se habla de las personas y las cosas, de eso nada. Hablas todo el día de enemigos, de este pueblo, de opresión, de historia y de guerra, de sufrimiento, de ellos y los nuestros. Sublimar, ¿no es ésa la palabra que usáis tanto? Pues de eso se trata, sublimación del montón de gusanillos que le andan siempre a cada uno y ganas de enredar y de joder continuamente la marrana. Siempre hay muchas cosas que están mal en este mundo, hijo, le tenía que haber dicho, muchas, y algunas peor, como decía tu abuelo, pero siempre se pueden empeorar todavía mucho más por mal que estén al querer arreglarlas por donde es mejor no tocar, al querer tomar un camino que se cree que es un atajo maravilloso y resulta que ni es atajo ni es camino ni lleva a nada que no sea a lo mejor a despeñarse mis tarde o más temprano.
DEL PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN DE LOS CUENTOS COMPLETOS DE JB
No es sólo el afán de lucro lo que me mueve a sacar de nuevo estos Cuentos completos. El editor, que es quien tiene la palabra en estos casos, ha decidido lanzar al público esta segunda edición, sin duda persuadido de que no es muy grande el riesgo que corre; no parece que tendrá que almacenar el tiraje íntegro en sus pasillos, como le ocurrió —hace ahora veinte años— a aquel arrojado empresario, de firmes ideales republicanos, que publicó mi primer título de narraciones breves, Nunca llegarás a nada.
[…]
En la anterior ocasión opté por recoger en el primer volumen todas las narraciones situadas en el espacio regionato, para incluir en el segundo todas las restantes. Ahora, para animar un poco la cosa (y de paso tratar de pinchar a algún crítico) he obedecido a una distribución diferente, convencido de que aquella tímida clasificación geográfica ni quita ni pone nada a las categorías literarias del conjunto. Así pues, en esta ocasión, el primer volumen incluye las —por llamarlas así— novelas cortas, tan distintas de los cuentos, reunidos en el segundo tomo. También estoy convencido de que en fecha no lejana cualquier estudioso o comentarista nos vendrá a explicar, de manera tan concluyente como insatisfactoria, cuál es la diferencia entre novela corta y cuento.
Una última apostilla a ciertas aprensiones vertidas en el prólogo de la edición anterior. Creo que, poco a poco, voy superando el miedo al textólogo y, gracias sobre todo a iniciativas (como esta segunda edición) tendentes a buscar para mis escritos un público algo más vasto que el que hasta hace bien poco me distinguía con su favor, empiezo a esperar para el conjunto de mi obra el premio de cierta desconsagración, que es lo mejor a que puede aspirar un escritor: ser leído más por el público aficionado que por el profesional de las letras. Por eso decía que por esta vez no me mueve tan sólo el afán de lucro.
Juan Benet, febrero de 1981
[…]
En la anterior ocasión opté por recoger en el primer volumen todas las narraciones situadas en el espacio regionato, para incluir en el segundo todas las restantes. Ahora, para animar un poco la cosa (y de paso tratar de pinchar a algún crítico) he obedecido a una distribución diferente, convencido de que aquella tímida clasificación geográfica ni quita ni pone nada a las categorías literarias del conjunto. Así pues, en esta ocasión, el primer volumen incluye las —por llamarlas así— novelas cortas, tan distintas de los cuentos, reunidos en el segundo tomo. También estoy convencido de que en fecha no lejana cualquier estudioso o comentarista nos vendrá a explicar, de manera tan concluyente como insatisfactoria, cuál es la diferencia entre novela corta y cuento.
Una última apostilla a ciertas aprensiones vertidas en el prólogo de la edición anterior. Creo que, poco a poco, voy superando el miedo al textólogo y, gracias sobre todo a iniciativas (como esta segunda edición) tendentes a buscar para mis escritos un público algo más vasto que el que hasta hace bien poco me distinguía con su favor, empiezo a esperar para el conjunto de mi obra el premio de cierta desconsagración, que es lo mejor a que puede aspirar un escritor: ser leído más por el público aficionado que por el profesional de las letras. Por eso decía que por esta vez no me mueve tan sólo el afán de lucro.
Juan Benet, febrero de 1981
DEL PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN DE CUENTOS COMPLETOS DE JUAN BENET
Por uno de esos asombrosos arcanos que rigen el universo e informan sus apartados más remotos y nimios, ambos volúmenes han resultado del mismo número de páginas, lo que además de una ventaja editorial estimo que puede constituir el punto de partida de una reflexión crítica muy al gusto moderno; por ejemplo, que el espacio mítico es un complemento gemelo y contrapuesto al espacio no mítico, que la escritura es la reacción en forma de texto a algo que necesita ser imaginario, que el texto es la reducción de un estado del pensamiento anterior a la obra, que hay dos textos, o tal vez tres, o que hay tantos textos cuantos se quiera.
El lector que esté ajeno a las modernas teorías textuales y a las recientes elucubraciones acerca de la escritura —más bien de las escrituras— espero que podrá encontrar algo de lo que buenamente se espera de toda lectura; esto es, emociones. Porque el otro no, ya que, por lo general, las teorías textuales dejan una huella imperecedera y establecen, para siempre, la distancia insalvable que debe separar al científico del objeto de sus investigaciones. Hay que ser muy hombre, todo un hombre, para volver a recrearse ingenuamente con la lectura cuando se tiene en el haber propio una parte o la totalidad de una teoría textual. Con una parte ínfima basta; casi con un enunciado que, por lo demás, son raros. Porque, insisto, una lectura analítica de textos, de la mano de uno de los grandes maestros contemporáneos, imprime más carácter que e! paso por la Legión.
El lector que esté ajeno a las modernas teorías textuales y a las recientes elucubraciones acerca de la escritura —más bien de las escrituras— espero que podrá encontrar algo de lo que buenamente se espera de toda lectura; esto es, emociones. Porque el otro no, ya que, por lo general, las teorías textuales dejan una huella imperecedera y establecen, para siempre, la distancia insalvable que debe separar al científico del objeto de sus investigaciones. Hay que ser muy hombre, todo un hombre, para volver a recrearse ingenuamente con la lectura cuando se tiene en el haber propio una parte o la totalidad de una teoría textual. Con una parte ínfima basta; casi con un enunciado que, por lo demás, son raros. Porque, insisto, una lectura analítica de textos, de la mano de uno de los grandes maestros contemporáneos, imprime más carácter que e! paso por la Legión.
FRASE DE LA SEMANA
En este sentido escribir es un sueño más profundo. Como la muerte. Del mismo modo que no se saca ni se puede sacar a un muerto de su sepultura, nadie podrá arrancarme por la noche de mi mesa de trabajo.
K
K
DE LA PÀRANOIA
De El oficinista, de Guillermo Saccomanno, p. 98
25
Vencido, regresa a la madriguera. Mientras viaja en subte, único pasajero a esta hora, como siempre lee una revista científica. Si se le preguntara qué lo atrae de estas revistas respondería que la búsqueda de una verdad a través de experimentos, pensar que las cosas no son obra del azar, que hay leyes, reglas, una lógica que justifica todo lo que pasa en el universo. Todo lo que pasa bajo el cielo debe contar con una explicación. Pero en vez de sosegarlo, toda explicación genera una incógnita nueva. Acumulando información sobre toda clase de fenómenos a veces se hunde aún más en cavilaciones desoladoras. Un espíritu racional, el suyo, se dice. Un ejemplo: cuando reconoce que es paranoico, no se avergüenza porque en un artículo ha leído que los paranoicos, en su delirio, tienen algo de razón. Nada de lo que le ocurre es gratuito. Pero no termina de explicarse por qué todo lo que le pasa le tiene que pasar a él. No es justo, se dice.
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Vencido, regresa a la madriguera. Mientras viaja en subte, único pasajero a esta hora, como siempre lee una revista científica. Si se le preguntara qué lo atrae de estas revistas respondería que la búsqueda de una verdad a través de experimentos, pensar que las cosas no son obra del azar, que hay leyes, reglas, una lógica que justifica todo lo que pasa en el universo. Todo lo que pasa bajo el cielo debe contar con una explicación. Pero en vez de sosegarlo, toda explicación genera una incógnita nueva. Acumulando información sobre toda clase de fenómenos a veces se hunde aún más en cavilaciones desoladoras. Un espíritu racional, el suyo, se dice. Un ejemplo: cuando reconoce que es paranoico, no se avergüenza porque en un artículo ha leído que los paranoicos, en su delirio, tienen algo de razón. Nada de lo que le ocurre es gratuito. Pero no termina de explicarse por qué todo lo que le pasa le tiene que pasar a él. No es justo, se dice.
INCIPIT 231. EL REGRESO / JOSEPH CONRAD
El tren de cercanías procedente de la City surgió impetuoso del negro túnel, y con un fuerte chirriar de las ruedas se detuvo en la oscura y humeante estación de West End. Se abrieron una tras otra las compuertas de los vagones, dando paso a una multitud de viajeros; bajo los sombreros de copa aparecían unos rostros más bien pálidos de personas sanas, que llevaban abrigos de tonos oscuros, y botas lustrosas. Con las manos enguantadas sostenían delgados paraguas y los diarios de la tarde, doblados con apresuramiento, que parecían trapos apelmazados de un color entre blancuzco, rosa y verde. Junto a los demás salió Alvan Hervey, con un puro medio apagado en la boca.
Ignorada por la muchedumbre, una mujer menuda, vestida de negro deslustrado y cargada de paquetes, corrió como una loca hasta que logró encaramarse a un vagón de tercera; y entonces el
LA OTRA COPA DORADA
De Imposturas, de John Banville, p.123-124
El jarrón, a su vez, debía de encontrarme igualmente repulsivo, o si no, debía de encontrar mi animosidad insoportable, y decidió que acabara nuestro malestar. He aquí lo que sucedió; desde luego, algo rarísimo. El día después de la muerte de Magda, yo estaba recostado en el sofá de la sala, inundado por mi nuevo estado de viudedad, con una bolsa de hielo sobre la frente, y en ci suelo, a mi lado, un botella cuyo contenido disminuía sin cesar, cuando un sonoro estallido, agudo e incontrovertible como un disparo, me hizo erguirme asustado, como el hombre-monstruo que se arquea sobre la mesa cuando la gran chispa azul salta entre las varillas conductoras. Me puse en pie a duras penas, y con una escora de borracho me tambaleé hacia la salita para investigar, pensando, en mi estado de aturdimiento, en el Agente Blanco —ale recuerdan?— y en esa roma pistola suya, cargada con cinco balas. Me llevó mucha observación e indagación infructuosa descubrir lo que había ocurrido. El jarrón se había partido, no en esos fragmentos en que suele romperse el cristal, sino en dos mitades casi iguales, verticales, con extraordinaria limpieza, como si lo hubiera partido por la mitad una
hoja de diamante enormemente veloz o un poderoso rayo ultraterreno. Como posiblemente ya he comentado, no soy supersticioso —o no lo era, puesto que esto fue antes de que el fantasma de Magda comenzara a rondarme—, y supiese que probablemente se debía a que el cristal era defectuoso, que tenía alguna grieta tan fina que resultaba invisible, y que había acabado sucumbiendo a algún cambio infinitesimal en la temperatura del aire o a un cambio en la presión atmosférica. Pensé, casi con una punzada de remordimiento, en esa cosa antaño odiada que permanecía allí, día tras día, soportando mis torvas miradas y las horas en que Magda le dedicaba su mirada cariñosa, pero quizás no menos agresiva, inmovilizado y en lucha desesperada con las irresistibles fuerzas del mundo que actuaban sobre él, esforzándose por mantenerse entero otra hora, otro minuto, unos segundos más, los últimos, en que permanecería entero, garboso. Pienso, naturalmente, en Cass Cleave. Pues así era ella también, otro jarrón alto, tenso, físil, esperando a que lo partieran en dos.
El jarrón, a su vez, debía de encontrarme igualmente repulsivo, o si no, debía de encontrar mi animosidad insoportable, y decidió que acabara nuestro malestar. He aquí lo que sucedió; desde luego, algo rarísimo. El día después de la muerte de Magda, yo estaba recostado en el sofá de la sala, inundado por mi nuevo estado de viudedad, con una bolsa de hielo sobre la frente, y en ci suelo, a mi lado, un botella cuyo contenido disminuía sin cesar, cuando un sonoro estallido, agudo e incontrovertible como un disparo, me hizo erguirme asustado, como el hombre-monstruo que se arquea sobre la mesa cuando la gran chispa azul salta entre las varillas conductoras. Me puse en pie a duras penas, y con una escora de borracho me tambaleé hacia la salita para investigar, pensando, en mi estado de aturdimiento, en el Agente Blanco —ale recuerdan?— y en esa roma pistola suya, cargada con cinco balas. Me llevó mucha observación e indagación infructuosa descubrir lo que había ocurrido. El jarrón se había partido, no en esos fragmentos en que suele romperse el cristal, sino en dos mitades casi iguales, verticales, con extraordinaria limpieza, como si lo hubiera partido por la mitad una
hoja de diamante enormemente veloz o un poderoso rayo ultraterreno. Como posiblemente ya he comentado, no soy supersticioso —o no lo era, puesto que esto fue antes de que el fantasma de Magda comenzara a rondarme—, y supiese que probablemente se debía a que el cristal era defectuoso, que tenía alguna grieta tan fina que resultaba invisible, y que había acabado sucumbiendo a algún cambio infinitesimal en la temperatura del aire o a un cambio en la presión atmosférica. Pensé, casi con una punzada de remordimiento, en esa cosa antaño odiada que permanecía allí, día tras día, soportando mis torvas miradas y las horas en que Magda le dedicaba su mirada cariñosa, pero quizás no menos agresiva, inmovilizado y en lucha desesperada con las irresistibles fuerzas del mundo que actuaban sobre él, esforzándose por mantenerse entero otra hora, otro minuto, unos segundos más, los últimos, en que permanecería entero, garboso. Pienso, naturalmente, en Cass Cleave. Pues así era ella también, otro jarrón alto, tenso, físil, esperando a que lo partieran en dos.
SOBRE EL DORMITAR
De Viaje alrededor de mi habitación, de Xavier de Maestre, p.37-38
Para procurarme ese placer, mi criado ha recibido la orden de entrar en mi habitación media hora antes de a la que he resuelto levantarme. Lo oigo andar ligeramente y trajinar por la habitación con discreción; y ese ruido agradable me procura el placer de sentirme dormitar; placer delicado y desconocido por mucha gente.
Uno está lo bastante despierto para darse cuenta de que no lo está del todo y para calcular confusamente que la hora de tos negocios y de ios problemas está todavía en ci reloj de arena del tiempo. Insensiblemente, mi hombre se vuelve más ruidoso; es tan difícil obligarse a hacer algo; además él sabe que la hora fatal se aproxima... Mira mi reloj, y hacer sonar los dijes para advertirme, pero hago oídos sordos, y para alargar aún más esta hora encantadora, no existe ninguna clase de embrollo que no le haga padecer yo a ese pobre desgraciado. Tengo cien órdenes preliminares que darle para ganar tiempo. Sabe muy bien que esas órdenes que le doy de bastante mal humor son sólo pretextos para permanecer en cama sin parecer que lo deseo. Finge no darse cuenta, y yo le estoy realmente agradecido.
Por fin, cuando he agotado todos mis recursos, avanza hasta el centro de mi habitación y se planta ahí, los brazos cruzados, en la más perfecta inmovilidad.
Me confesarán que no es posible desaprobar mi pensamiento con mayor determinación y discreción, así que no me resisto jamás a esta invitación tácita; extiendo los brazos para testimoniarle que he comprendido, y heme aquí sentado.
Si el lector reflexiona sobre la conducta de mi criado, podrá convencerse de que en ciertos asuntos delicados, como lo es éste, la simplicidad y el buen juicio valen infinitamente más que el espíritu más hábil. Me atrevo a asegurar que el discurso más estudiado sobre los inconvenientes de la pereza no me decidiría a salir tan prontamente de la cama como el reproche mudo de M. Joannetti.
Para procurarme ese placer, mi criado ha recibido la orden de entrar en mi habitación media hora antes de a la que he resuelto levantarme. Lo oigo andar ligeramente y trajinar por la habitación con discreción; y ese ruido agradable me procura el placer de sentirme dormitar; placer delicado y desconocido por mucha gente.
Uno está lo bastante despierto para darse cuenta de que no lo está del todo y para calcular confusamente que la hora de tos negocios y de ios problemas está todavía en ci reloj de arena del tiempo. Insensiblemente, mi hombre se vuelve más ruidoso; es tan difícil obligarse a hacer algo; además él sabe que la hora fatal se aproxima... Mira mi reloj, y hacer sonar los dijes para advertirme, pero hago oídos sordos, y para alargar aún más esta hora encantadora, no existe ninguna clase de embrollo que no le haga padecer yo a ese pobre desgraciado. Tengo cien órdenes preliminares que darle para ganar tiempo. Sabe muy bien que esas órdenes que le doy de bastante mal humor son sólo pretextos para permanecer en cama sin parecer que lo deseo. Finge no darse cuenta, y yo le estoy realmente agradecido.
Por fin, cuando he agotado todos mis recursos, avanza hasta el centro de mi habitación y se planta ahí, los brazos cruzados, en la más perfecta inmovilidad.
Me confesarán que no es posible desaprobar mi pensamiento con mayor determinación y discreción, así que no me resisto jamás a esta invitación tácita; extiendo los brazos para testimoniarle que he comprendido, y heme aquí sentado.
Si el lector reflexiona sobre la conducta de mi criado, podrá convencerse de que en ciertos asuntos delicados, como lo es éste, la simplicidad y el buen juicio valen infinitamente más que el espíritu más hábil. Me atrevo a asegurar que el discurso más estudiado sobre los inconvenientes de la pereza no me decidiría a salir tan prontamente de la cama como el reproche mudo de M. Joannetti.
INCIPIT 230. EL INQUILINO / JAVIER CERCAS
Mario Rota salió a correr a las ocho de la mañana del domingo. En seguida advirtió que un halo de bruma difuminaba la calle: las casas de enfrente, los coches aparcados junto a la calzada y los globos de luz de las farolas parecían dotados de una existencia inestable y borrosa. Hizo algunas flexiones de brazos y piernas sobre el breve rectángulo de césped que se extendía ante la casa; pensó: «Ya está aquí el otoño.» Instintivamente, mientras dando saltos levantaba las rodillas a la altura del pecho, recapacitó; se dijo que apenas había empezado septiembre, y le cruzaron la mente vagas amenazas de catástrofes ecológicas, uno de cuyos primeros síntomas sería, de acuerdo con un conocido semanario italiano que había estado leyendo en el avión, durante el viaje de regreso de las vacaciones, el trastorno gradual de las condiciones climatológicas propias de cada estación del año. Tras esta preocupada reflexión sonrió de un modo casi incongruente; regresó a casa y volvió a salir al cabo de un instante, esta vez con las gafas puestas. Disuelta la bruma, Mario echó a correr por el sendero de lajas grisáceas que discurría entre la calzada y los jardines meticulosos, cercados de
CLUB DE LECTURA. LECTURAS PARA ESTE AÑO
Los papeles de Aspern
Un amor de Swan
Intruso en el polvo
Los orígenes del Doctor Faustus
El aire de un crimen
Los sertones
La insoportable levedad del ser
Historia universal de la infamia
La saga-fuga de JB
El gatopardo
Stephen el héroe
La ciudad de los prodigios
Kaputt
El malogrado
Sed de amor
Anna Livia Plurabelle
la copa dorada
Un amor de Swan
Intruso en el polvo
Los orígenes del Doctor Faustus
El aire de un crimen
Los sertones
La insoportable levedad del ser
Historia universal de la infamia
La saga-fuga de JB
El gatopardo
Stephen el héroe
La ciudad de los prodigios
Kaputt
El malogrado
Sed de amor
Anna Livia Plurabelle
la copa dorada
FRASE DE LA SEMANA
Todo lo que he tratado de expresar en mi obra contempla las condiciones en las que el género humano podía intentar, quizás, un nuevo punto de partida, sin demasiada confianza en que llegue a la meta.
C L-S
C L-S
SER ESCRITOR
De El corrector, de Ricardo Menéndez Salmón, p. 89
A lo que se ve, alguien con ganas de llamar la atención había acuchillado la diadema que la reina luce en la pintura, y los destrozos, si no considerables, eran importantes. El mundo de las artes plásticas es sumamente extraño, mucho más que el mundo de la literatura, donde en realidad apenas quedan ya vocaciones y casi todo es temor y temblor, pero poca, muy poca carne en el fuego de la palabra, y las multitudes de escritores se conforman con disponer de un buen paraguas para su vanidad, que no para su genio, pues incluso las excentricidades sólo se toleran si van acompañadas por la bendición de los mercaderes.
A lo que se ve, alguien con ganas de llamar la atención había acuchillado la diadema que la reina luce en la pintura, y los destrozos, si no considerables, eran importantes. El mundo de las artes plásticas es sumamente extraño, mucho más que el mundo de la literatura, donde en realidad apenas quedan ya vocaciones y casi todo es temor y temblor, pero poca, muy poca carne en el fuego de la palabra, y las multitudes de escritores se conforman con disponer de un buen paraguas para su vanidad, que no para su genio, pues incluso las excentricidades sólo se toleran si van acompañadas por la bendición de los mercaderes.
INCIPIT 229. VIAJE ALREDEDOR DE MI HABITACION / XAVIER DE MAISTRE
¡Cuán glorioso resulta abrirse una nueva carrera y aparecer súbitamente en el mundo de los sabios, con un libro de descubrimientos en la mano, como un corneta inesperado centellea en el espacio!
No, no mantendré más mi libro inpetto; helo aquí, señores, lean. He emprendido y ejecutado un viaje de cuarenta y dos días alrededor de mi habitación. Las interesantes observaciones que he hecho, y el placer continuo que he experimentado a lo largo del camino, me impulsaban a hacerlo público; la certeza de ser útil me ha decidido a ello. Mi corazón experimenta una satisfacción inefable cuando pienso en el número infinito de malhadados a los que ofrezco un recurso asegurado contra el aburrimiento y un alivio a los males que soportan. El placer que uno siente viajando por su habitación está libre de la envidia inquieta de los hombres; es independiente de la fortuna.
JAMESIANA
De El inquilino, de Javier Cercas, p.61
Pero déjeme decirle otra cosa, la gran ventaja de este país, algo que hace que me sienta un poco como si estuviera en casa, porque en España pasa lo mismo: aquí no es necesario escuchar a nadie; lo único que hay que hacer es hablar: la gente habla y habla y habla, pero nadie escucha. Comprenderá que para los que somos como yo eso es una delicia. —Hizo una pausa pensativa, añadió: —Por lo demás le entiendo, joven: los europeos nunca acabamos de acostumbrarnos, la vieja civilización, la experiencia de siglos y todo eso. ¿Ha leído usted a Henry James?
—No tengo tiempo de leer filosofía.
—Henry James escribía novelas; el filósofo era su hermano.
—Tampoco tengo tiempo de leer novelas.
—No hace falta que las lea todas, hombre. Con una basta: en realidad todas las novelas de James dicen lo mismo.
INCIPIT 228. IMPOSTURAS / JOHN BANVILLE
¿Quién habla? Es la voz de ella, en mi cabeza. Me temo que no parará hasta que yo no pare. Me habla mientras avanzo a sacudidas por estas calles empedradas, me cuenta cosas que no quiero oír. A veces le contesto, protesto en voz alta, le exijo que me deje en paz. Ayer, en la panadería que frecuento, en la Via San Tommaso, creo que grité algo, su nombre quizás, pues de pronto todas las personas que abarrotaban el lugar me estaban mirando, tal como miran aquí, no con alarma ni desaprobación, sino con simple curiosidad. Ahora todos me conocen, el panadero, el carnicero y el tipo de la verdulería, y también sus clientes, en su mayoría amas de casa teñidas con hena, rollizas como palomos, con su perfume, sus feas joyas y sus ojos grandes, oscuros y desilusionados. Observo sus piernas extraordinariamente delgadas; envejecen de arriba abajo, pues estas piernas, un tanto arqueadas de manera insinuante, son las que debieron de tener a los veinte años, e incluso antes. Está claro que les intereso. Quizás lo que les llama la atención es que mi aspecto les recuerda la commedia dell’arte: mi mirada tuerta e iracunda, y esa cojera cómica, el bastón y el sombrero ocupando el lugar del garrote y la máscara de Arlequín. No parece importarles que esté loco. Pero tampoco estoy loco de verdad, es sólo que soy muy, muy viejo. Tengo la impresión de que mi vida ha durado milenios. Cuando vuelvo la vista atrás veo lo que parece una tiniebla primigenia, salpicada de puntos de una
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