Por uno de esos asombrosos arcanos que rigen el universo e informan sus apartados más remotos y nimios, ambos volúmenes han resultado del mismo número de páginas, lo que además de una ventaja editorial estimo que puede constituir el punto de partida de una reflexión crítica muy al gusto moderno; por ejemplo, que el espacio mítico es un complemento gemelo y contrapuesto al espacio no mítico, que la escritura es la reacción en forma de texto a algo que necesita ser imaginario, que el texto es la reducción de un estado del pensamiento anterior a la obra, que hay dos textos, o tal vez tres, o que hay tantos textos cuantos se quiera.
El lector que esté ajeno a las modernas teorías textuales y a las recientes elucubraciones acerca de la escritura —más bien de las escrituras— espero que podrá encontrar algo de lo que buenamente se espera de toda lectura; esto es, emociones. Porque el otro no, ya que, por lo general, las teorías textuales dejan una huella imperecedera y establecen, para siempre, la distancia insalvable que debe separar al científico del objeto de sus investigaciones. Hay que ser muy hombre, todo un hombre, para volver a recrearse ingenuamente con la lectura cuando se tiene en el haber propio una parte o la totalidad de una teoría textual. Con una parte ínfima basta; casi con un enunciado que, por lo demás, son raros. Porque, insisto, una lectura analítica de textos, de la mano de uno de los grandes maestros contemporáneos, imprime más carácter que e! paso por la Legión.
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