Prólogo a Cosecha roja, de Dashiell Hammet, de Luis Cernuda
El novelista Dashiell Hammett acaba de morir en Nueva York. Después de haber gustado a tantos lectores, me parece, aunque carezco de noticia bastante como para permitirme afirmarlo, ha debido morir en medio de ese olvido que, tras unos años de éxito ruidoso, desciende de pronto y sin razón visible sobre tantas figuras aparentemente queridas y admiradas por el público norteamericano. Porque, admitámoslo prontamente, se trata de un escritor de gran público, no uno de aquellos que entre nosotros acostumbraba a llamáreles, con expresión bien cursi, y precisamente por los mismos años cuando Hammett gozaba de más éxito, un escritor para «minorías selectas». El propio Dashiell Hammett no dejaría de reírse si pudiera oír eso de ser o de no ser un escritor para «minorías selectas», porque en él se reconoció, al mismo tiempo que a un best-seller, a un escritor para escritores, a un técnico agudo en el arte de la novela y a un estilista.
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Y aunque la ocupación religiosa haya cedido algo en nuestro tiempo, según creo, y dejado por tanto horas desocupadas de un lado, que de otro ocupe la tan incrementada asistencia a los negocios, aún le quedan al hombre, aparte del tiempo que dedica a los entretenimientos del día, horas libres durante las que requiere materia para divertirse. Y ¿dónde mejor que en la lectura? Como no me figuro que le basten siempre a tal propósito libros como esos que se incluyen en tantas inefables listas de «diez mejores libros» (donde suelen incluirse no los libros que .re han leído, sino los que se cree conveniente pretender como leídos), agradezcamos a Dashiell Hammett, que con tanta destreza y talento proporcionara a muchos, con sus obras, nueva y adecuada materia para satisfacer una necesidad humana vieja como el hombre.
Luis Cernuda (1961)
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