De El Cuaderno gris, de Josep Pla, p.262
17 de enero. Ayer en el Palacio de la Música Catalana. Bach y la Sonata a Kreutzer en el programa. El local es horrible, indescriptiblemente desgraciado. Ante el frenético panorama de yeso y de mayólica me es imposible concentrarme. Además, sufría: mis zapatos, recién arreglados, crujían y hacían ruido. A medio concierto me doy por vencido y me voy. ¿Cómo es posible que el local de una de las pocas cosas que podemos presentar sea tan siniestro? La cosa que podemos presentar en todas partes es el Orfeón —claro—. ¿Será verdad que las cosas de este país que no se mueven en un punto de mal gusto tienen indefectiblemente una vida raquítica?
La Rambla es una maravilla. Es una de las pocas calles de Barcelona en la cual me siento plenamente bien. Hay siempre bastante gente para encontrarse a algún conocido, pero hay siempre la suficiente para pasar desapercibido, si conviene. Una vuelta por la Rambla, por la mafiana, entre la Práctica Forense y el Derecho Mercantil, es como volver de la muerte a la vida. Y ¡cuántas cosas fascinadoras!: hoy, en el estanco de la calle de Sant Pau, he visto unos cigarros de La Habana que llevaban este nombre sublime: «Flor del Senado».
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