Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ODETTE

ODETTE
De Por la parte de Swan, p. 228 (Lumen)

«Odette, es Sagan, que está saludándote», indicaba Swann a su mujer. Y, en efecto, el príncipe, haciendo girar su caballo, como en un apoteosis de teatro o de circo o en un cuadro antiguo, estaba dirigiendo a Odette un gran saludo teatral o como alegórico, en el que se amplificaba toda la caballeresca cortesía del gran señor que se inclinaba, respetuoso, ante la Mujer, aun encarnada en una a quien su madre o su hermana no podrían frecuentar. Por lo demás, en todo momento la Sra. Swann —reconocida en el fondo de la transparencia líquida y del barniz luminoso de la sombra que derramaba sobre ella su sombrilla— era saludada por los últimos jinetes rezagados, como cinematografiados al galope sobre la blanca insolación de la avenida, hombres de un círculo, cuyos nombres, célebres para el público —Antoine de Castellane, Adalbert de Montmorency y tantos otros—, eran para la Sra. Swann familiares, de amigos. Y, como la duración media de la vida —la longevidad relativa— es mucho mayor para los recuerdos de las sensaciones poéticas que para los de los sufrimientos del corazón, pese a que hace tanto tiempo que se esfumaron las penas que sentía yo entonces por Gilberte, les ha sobrevivido el placer que experimento, siempre que quiero leer, como en una esfera solar, los minutos comprendidos entre las doce y cuarto del mediodía y la una, en el mes de mayo, al volver a yerme charlando así con la Sra. Swann, bajo su sombrilla, como bajo el reflejo de un cenador de glicinas.

DE CUANDO VILA-MATAS HABLO DE GRACQ

Desde la ciudad nerviosa de Vila-Matas, p. 179
Y 97 años cumplió este pasado julio Julien Gracq, que sigue viviendo en su casa natal de St. Florent-le-Vieil, a orillas del Loira, ajeno al mundanal ruido. El mar de las Sirtes sigue siendo su gran novela sobre la espera. El vagabundeo libre y a veces anticipatorio de Nerval, la configuración psíquica tormentosa de Rimbaud, los signos exteriores procesados por una mente sesgadamente surrealista, todo eso forma parte de la configuración de ese inolvidable libro publicado hace ya más de medio siglo.

SNOPES

Varela: "La política lingüística es la del pasado"
EL PAÍS - Santiago - 29/11/2009
El conselleiro de Cultura, Roberto Varela, subrayó ayer su intención de "priorizar y proteger" la lengua gallega y "seguir en la misma línea", como respuesta al informe de la agencia europea que critica el tratamiento del Gobierno gallego al idioma. Además, Varela recalcó que la política lingüística de la Xunta "no tiene ninguna diferencia con el pasado", a excepción de la encuesta entre los padres.

FRASE DE LA SEMANA

Te voy a decir lo que haré y lo que no haré. No servirá por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún
modo en vida y en arte, tan libremente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia.
JJ

HENRY JAMES Y VIRGINIA WOOLF

De Blomsboory, de Leon Edel, p. 186-187
Virginia era maliciosa, se burlaba; su sarcasmo estaba envuelto en fantasías elisabetianas. Aparte de las cartas, podemos leer la descripción que hizo de un jueves «casero» valiéndose del disfraz de la ficción. En Noche y día asiste a una reunión de «una sociedad para la libre discusión de todo [...]. Todos eran jóvenes y algunos parecían querer mostrar su disconformidad por medio de sus cabellos y vestidos y algo sombrío y truculento en la expresión de sus caras». La charla se confina en grupos; es espasmódica, «y murmurada en tonos bajos, como si los oradores sospecharan de sus compañeros-invitados». Se reparte un papel lleno de anotaciones, «las perlas supremas de la literatura». Se origina una discusión. Uno intenta «como con un hacha mal equilibrada [...] dar forma un poco más claramente a su concepción del arte». Escribió Vanessa: «Eramos un grupo de jóvenes, todos libres, todos al comienzo de una vida en un ambiente nuevo, sin personas mayores a las que tuviéramos que dar cuenta de lo que hacíamos o de nuestro comportamiento, y eso no era frecuente en aquel tiem po en un grupo mixto como el nuestro.»
Viejos amigos de la familia oyeron que Thoby y sus hermanas tenían reuniones «mixtas» informales en su casa. «Era verdad —preguntaron- que las muchachas realmente charlaban con hombres jóvenes hastas altas horas de la noche?» ¿De qué hablaban? Habría sido difícil explicar a aquella severa sociedad que toda su
charla giraba alrededor de «la Bondad» y «la Belleza», la Verdad y la filosofía de G. E. Moorc, con largos intervalos de meditación. Les alcanzaron los ecos de su desaprobación. «Deplorab1e, deplorable!», decía Henry James a la buena Fanny Prothero, vecina suya en Rye, que vivía en Bedford Square cuando estaba en la ciudad. Con el recuerdo de Vanessa y Virginia que atendían a su anciano padre como vírgenes vestales, añadió James: «¿Cómo han podido Vanessa y Virginia encontrar esos
amigos? ¿Cómo han podido, las hijas de Leslie, aceptar a jóvenes como ésos?» Cuando conoció a algunos de los jóvenes, no le gustaron. En particular el charlatán Clive le resultó profundamente antipático y lo describió como una «pequeña imagen» desagradable. “Decid a Virginia –decídselo- cuánto siento que las cosas inevitables de la vida hayan hecho posible, aun por un momento, que yo permita a alguna de las hijas de su padre alejarse fuera de mi vista.» No había manera de salvar el espacio generacional.

SOBRE FAULKNER

De Aquella mitad de mi tiempo de Javier Marías, p. 388
S. F.: Las oraciones de sus novelas son largas y sinuosas, llenas de paréntesis, cláusulas y subordinadas. Hacen que las frases de Faulkner parezcan cortas. ¿Es consciente de ello al escribir?
J. M.: En ese sentido, tanto Faulkner como Henry James han tenido una gran influencia en mí. La diferencia entre James y Faulkner es que éste a veces parece perder de vista dónde ha empezado. No encuentra dónde poner el punto y seguido. Lo cual no está mal:
desde un punto de vista literario, resulta muy enérgico, muy intenso, como un géiser. Mientras que James nunca olvida el punto de partida, y siempre cierra las oraciones. Siempre encuentra dónde poner el punto. Juan Benet y sir Thomas Browne también han sido grandes influencias.
Mis oraciones son a menudo muy largas, con muchas cláusulas subordinadas, pero mi prosa debería leerse deprisa, no ponderosamente, estableciendo un vínculo entre las oraciones. Se habrá dado cuenta de que a veces uso la coma de forma peculiar, pero no es como si no usara nunca el punto y seguido; es más, lo hago. De hecho, detesto los libros que prescinden de ellos. A mi modo de ver, hay un tipo de encabalgamiento que se produce a raíz del empleo de comas en lugar de puntos o, incluso, de paréntesis. Puede que esos encabalgamientos recuerden algo más a Faulkner. Lo que espero es que ayuden a hacer más ágil el texto.

HENRY HABLA DE VIRGINIA

De Bloomsbury, de Leon Edel, p.106-107
«Aquella casa, que encerraba tantas muertes, pobre de mí», exclamó Henry James que conocía a Leslie Stephen desde los años sesenta. A «la hermosa Julia, pálida, trágica», ¿cómo olvidarla? «Era hermosamente bella —escribió—, y su belleza junto con su condición eran elementos activos, prácticos, que producían los mejores resultados para todos. El no verla más supone un placer de menos en la vida.» El novelista americano, con su estilo elegíaco, dijo de Julia que había sido cuna fuerza absolutamente preciosa a favor del bien. No sabía qué pensar de un mundo que «no pudo hacer nada con ella... más que suprimirla». La bella Julia había sido el centro de la casa; daba clase a sus hijos en la habitación de arriba y mantenía unida aquella gran familia doble cuando, de repente, cogió la gripe y murió al cabo de una semana, probablemente a causa de tantos embarazos. Quizá por el esfuerzo agotador de mantener su hermosa compostura. ¿Quién podría decirlo? Fue descrita como «una mezcla de madonna y mujer de mundco. Will Rothenstein había dicho de las hijas: “Con lo hermosas que eran, no lo eran más que su madre”.
Cuando James habló de «la casa de todas las muertes» aludía a la súbita muerte de la hermanastra de las niñas Stephen, Stella HilIs, muerte que ocurrió dos años después de la de Julia durante un embarazo, y a la agonía prolongada de Sir Leslie a causa del cáncer (dos años más tarde, inesperadamente, murió el joven Thoby en Bloomsbury). El número 22 era la casa de la desolación, una casa de espíritus. Leslie Stephen estuvo al borde de una depresión nerviosa durante meses, se apoyó en sus hijas como se había apoyado en Julia y tomó la actitud de la madre ausente en vez de la del padre estructurador. Hizo a sus hijas partícipes de su pesar de tal forma que sus amigos le advirtieron que el luto perpetuo era pernicioso para las jóvenes, a las que se les debía permitir vivir. Las adolescentes se asfixiaban cuando su padre se sentaba en la antigua habitación de los niños, con su larga barba, su rostro lúgubre, su pesar patente, sus lágrimas. Era Job en Kensington. La vida continuaba obstinadamente en la vieja casa a pesar del luto. Vanesa se ocupaba de la despensa, la ropa y los criados; las hermanas competían con las inseguras personalidades masculinas de sus hermanastros Duckworth que impregnaban de un erotismo desconcertante las habitaciones oscuras.

DE LA CRITICA LITERARIA

De Por la parte de Swan, de Marcel Proust, p. 51-52
«Sí, allí estaba Bergotte», respondió el Sr. de Norpois, al tiempo que inclinaba la cabeza hacia mí con cortesía, como si, con su deseo de ser amable para con mi padre, atribuyese a todo lo que se refería a él verdadera importancia e incluso a las preguntas de un muchacho como yo, a quien resultaba inusitado recibir trato tan educado de personas de la edad del embajador. «Lo conoce usted?», añadió, al tiempo que clavaba en mí esa mirada clara cuya penetración admiraba Bismarck.
«Mi hijo no lo conoce, pero lo admira mucho», dijo mi madre.
«Huy, Dios mío!», dijo el Sr. de Norpois (quien, cuando vi que lo que yo colocaba miles y miles de veces por encima de mí, lo que me parecía más elevado del mundo, estaba para él en lo más bajo de la escala de sus admiraciones, me inspiró dudas más graves sobre mi propia inteligencia que las que me desgarraban habitualmente). «Yo no comparto ese modo de ver. Bergotte es lo que yo llamo un flautista; por lo demás, toca su instrumento admirablemente —hay que reconocerlo—, aunque con mucho manierismo, afectación. Pero, a fin de cuentas, tan sólo es eso, lo que no es gran cosa. Nunca encontramos en sus obras sin garra lo que podríamos llamar el armazón. Carecen de acción —o es muy poca—, pero sobre todo de fuerza. Sus libros fallan por la base o,
mejor dicho, carecen de la menor base. En una época como la nuestra en la que la complejidad cada vez mayor de la vida apenas deja tiempo para leer, en la que el mapa de Europa ha sufrido modificaciones profundas y está en vísperas de sufrir otras aún mayores tal vez, en la que se plantean por doquier tantos problemas amenazadores y nuevos, convendrán ustedes conmigo en que tenemos derecho a pedir a un escritor que no sea simplemente un hombre culto capaz de hacemos olvidar con consideraciones ociosas y bizantinas sobre méritos puramente formales la posibilidad de vernos invadidos de un instante a otro por una doble ola de bárbaros: los de fuera y los de dentro. Ya sé que eso es blasfemar contra la sacrosanta escuela de lo que esos señores llaman el Arte por el Arte, pero en nuestra época hay tareas más urgentes que la de disponer palabras de forma armoniosa. La de Bergotte es a veces —no lo niego— bastante seductora, pero en conjunto todo eso es muy escaso, pobre y poco viril. Ahora comprendo mejor, remitiéndome a su admiración totalmente exagerada de Bergotte, las líneas que me ha enseñado usted antes y que sería muy impropio por mi parte no pasar por alto, puesto que, según ha dicho usted mismo con toda sencillez, eran simples garabateos de niño» (lo había dicho, en efecto, pero no creía ni palabra). «Todo pecado es digno de misericordia y sobre todo los de juventud. Al fin y al cabo, otros, además de usted, cargan con otros semejantes en su conciencia y no es usted el único que se haya creído poeta en su momento. Pero en lo que me ha enseñado usted se ve la mala influencia de Bergotte. Evidentemente, no le extrañará si le digo que todas sus cualidades estaban ausentes de ese texto, puesto que él ha adquirido maestría en el arte —totalmente superficial, por lo demás— de cierto estilo del que a su edad no puede usted contar ni siquiera con un rudimento. Pero se trata ya del mismo defecto: ese contrasentido de alinear palabras muy sonoras y sólo en segundo término preocuparse del fondo. Es como colocar la carreta delante de los bueyes. Incluso en los libros de Bergotte todas esas pejigueras formales, todas esas sutilezas de mandarín delicuescente me parecen muy vanas.

O AFUNDIMENTO DO DORIA


O AFUNDIMENTO DO DORIA
Nós, os mariñeiros, sempre saímos coa Virxe para celebrarlle a Misa no mar. Fíxose desde fai moitos anos, recórdoo xa de cando eu era moi pequeno, de cativo, co meu pai; así foi sempre, excepto unha tempada que se deixou de levar a imaxe ao mar por culpa dun accidente. Foi fai moito tempo, ti terías cinco ou seis anos.
Ese 16 de xullo, a festa do Carmen, tivemos un día precioso de verán, co mar como un prato, e menos mal. A barca da Virxe mecíase arrimada ao murallón, agardando. Víala xa de lonxe, desde os almacéns, moi engalanada, chea de acios de flores, globos de papel de seda, bandeiras de cores –verdes, roxas e amarelas- colocadas dende babor a estribor, coroas de rosas na amura e guirnaldas de mirto indo da proa á popa, ata catleyas había. A figura da nosa Señora puxérona enriba dunha tarima, cun friso de margaridas amarelas, columnas de calas de San Xosé nas catro esquinas e mais un círculo de pasionarias e xasmíns ao redor da estatua.
Facía moito sol, estaba todo cheo dunha luz especial, un domo de festa e marabilla. A cuberta branca do Doria resplandecía e o seu reflexo brillaba na auga con todas as cores da celebración. A Virxe miraba para nós con ese sorriso seu de bondade protectora, o neno Xesús bendicíanos coa bóla do mundo na man e co seu dediño sinalando ás alturas. Todos mirabámolos con devoción, e ao redor estaban, moi circunspectas, as forzas vivas: o señor alcalde cos concelleiros, a garda civil, os de sindicatos e a sección feminina, o párroco e outros curas máis, e tamén unha chea de monxiñas do asilo co par de vellos que levan de mostra. Todos apretados, xusto detrás da cabina de mando do vello Lameiro, o armador do buque.
Toda a familia estaba na lancha de papá, pero eu quixen ir aparte, no barco coa Virxe. Mamá controlábame moito e eu sempre aproveitaba calquera ocasión para escapar dela: tiña case trinta anos e aínda me trataba coma se fose unha rapariga. E esa foi a razón pola que estiven a piques de afogar, se non chega a ser polo meu irmán Suso quedo morta no fondo da ría.
Naqueles tempos a misa facíase sempre pola mañá, á unha ou así. Non como agora, que é ao mediodía ou pola tarde segundo manden as mareas. Naqueles anos podían entrar e saír do peirao barcos de gran calado, cruceiros como quen di. Despois, ao cambiarlle a canle ao río e ademais deixar de recoller area as gabarras, o porto foi cambiando, a barra subiu, queda pouco calado e agora case non hai fondo para as embarcacións. Ata algúns días ao chegar da marea de madrugada, teñen que atracar na Pena do Soldado, lonxe de terra, e volver cos caiucos.

Sempre se escollía o barco máis grande, o Doria, a tarrafa que podía levar máis carga. Ese día estaba cheo a rebordar, porque toda a xente do pobo que non tiña bote montábase coa Virxe, e ademais, moitos outros, como as túas irmás maiores, preferían saír no Doria, dizque para oír misa máis preto da Virxe, pero era para perder de vista á túa nai.
Nós estabamos detrás, no noso caiuco, co teu irmán Suso ao temón, a túa nai e os pequenos, dispostos a pornos a navegar en canto o barco da nosa Señora saíse ao terminar a cerimonia, e as bombas de palenque enchesen o azul do ceo con manchas brancas moi difuminadas e idas. Arracimados no noso barquiño, con toda a pouca forza do noso motor, preparados para ir acompañando á Virxe ata a boca da ría no seu rito anual de honrar as augas. Ao chegar a Redes, na boca da ría, atopabámonos coa procesión que de alí saíra, os curas de ambalas dúas parroquias tiraban ao mar os ramos e todos os pequenos barcos, os de aquí e os da banda á ponte, faciamos o mesmo. O mar enchíase de flores como nun cadro prerrafaelista, ese naufraxio floral supuña a indicación de que xa se podía un bañar no mar; bendicir as augas, dicíase.
Tampouco é que no pobo fósemos moi afeccionados a nadar, nin sequera os mariñeiros sabiamos, aínda hoxe é o día que moitos non aprendemos a nadar na vida, e por iso mórrense tantos nos naufraxios, pois maila que un barco naufrague á beira da costa, máis da metade da tripulación non nadou na vida e non poden chegar a terra por moi preto que estea. Quen nada de marabilla é o teu irmán, deslízase pola auga coma un golfiño. Ben, pois o barco da Virxe estaba a rebordar, con xente que subía e subía para estar máis cerca do pequeno altar que montara o coadjutor con caixas do peixe, unha casulla e redes verdes noviñas. O patrón intentou que non entrara ninguén máis, pero non lle fixeron caso e seguían saltando desde o peirao á cuberta. Nós estabamos detrás, xusto pegados ás escaleiras do murallón, e todo o porto estaba cheo de barcos: ao redor da Virxe, polas ramplas, ancorados nas Croas, entre os arcos da ponte de pedra e cabe as cepas do de ferro. Todo o pobo enteiro, e tamén moita xente de fóra, os convidados ás festas, esperando que rematara a misa para poder saír ao mar.
A imaxe traíana catro mariñeiros de branco, cunha cinta vermella, boina e unha especie de bastón como de capitáns antigos. Detrás, o párroco cos seis curas das aldeas rodeados de monaguillos, e enseguida unhas vellas beatas, de negro, a miña nai a primeira. Sempre de negro, de loito por algún parente; toda a vida recordo a mamá vestida de roupa escura ou como moito con algo malva ou branco. Ela non é que fose moi relixiosa, pero eu creo que lle gustaba a actividade da igrexa e disfrazarse, que andou co hábito do narazeno anos.
Meteron á Virxe no Doria e celebraron misa. Unha cousa rápida pero moi bonita, con cancións mariñeiras ao principio e moitas bombas e ristras de petardos ao final. Despois saímos cara a Redes, o barco da Señora ía diante, marcando o paso, e detrás todos os botes do pobo cheos cheos de xente.
Ao finalizar o oficio, item missa est, dixo o cura, con aquel magno poder valleinclanesco das divinas palabras, o Doria enfilou cara á praia, para dirixirse mar dentro; pero nada máis saír, o patrón deuse conta de que o barco non avanzaba ben, a máquina non conseguía potencia dabondo para mover todo aquel arsenal. Por efecto da forza do motor e do peso de tanta xente como había, e mal repartida aínda por riba, pois a maioría ía sentada atrás, o barco comezou a afundirse pola popa. As ondas saltaban na borda e comezaban a invadir a ponte, e aínda que os mariñeiros intentaban achicar, non daban feito, e o barco íase enchendo de auga. A pasaxe púxose toda na proa e o barco nivelouse un pouco. Pero o perigo aínda continuaba, a xente moi asustada, os pequenos berrando e as nais chorando.
Todos os botes que estabamos cerca puxémonos ao redor do Doria e empezamos a desaloxar á xente. O patrón do barco cambiou o rumbo, achegándoo a terra e conseguiu que case se varase no areal. Do impacto houbo xente que caeu no auga; pero aos máis pequenos recollémolos, os máis grandes facían pé e algúns ata sabían nadar pois entre a mocidade xa estaba aparecendo algunha afección á natación, sobre todo por mergullar. Eu vía que a túa irmá continuaba alí, en cuberta, agarrada ao aparello, morta de medo, pois non podía facer nada por non saber nadar.
Chegando á praia eu empecei a notar cousas raras, como que o barco non daba avanzado e o motor soltaba chasquidos, e non o ruído rítmico co que navega sempre. A popa empezou a encaixarse na auga e parecíanos que se ía a afundir, todo o mundo púxose a berrar e moverse. Era peor, pois co trafego o patrón non podía gobernar a nave. Aínda así o fixo ben e achegouse ao areal, deixou que encallase o barco e parecía aquilo arranxado. A xente acougouse, os botes pequenos arrimáronse á tarrafa e algúns puideron saltar desde dentro ás cubertas e outros tirarse ao mar.
Eu quedeime petrificada, sen saber que facer, agarrada á chea de redes que tiña diante. Cando xa quedabamos pouca xente unha onda levou o barco mar dentro e o Doria afundiuse de lado. Todos caemos ao auga menos os que seguiron agarrados á cuberta escorada do Doria, o cura e os garda civís. Eu vinme de súpeto no medio do mar, como atada ás redes coas que me fora agarrando e sen poder nadar. Intentaba flotar pero as ondas tragábanme, morta de medo non sabía como reaccionar, e tampouco conseguía desfacerme da lea de cordas que me amarraba.

Todo eran berros e pánico. As nais salvaban aos seus fillos e os maridos agarraban ás súas esposas. Cando xa estaba case todo o barco desaloxado, e como a manobra fíxose polo lado dereito, que quedaba máis preto de terra, o barco desequilibrouse, volveu flotar, soltándose da area, meteuse cara ao mar empuxado pola resaca e empezou a afundirse por babor. Menos mal que entón xa só quedaba xente maior, que tiveron sangue frío e non perderon a calma. Agarráronse como lapas ao casco do barco, aos saíntes da ponte e aos paus; todo o tranquilos que puideron, alí esperaron a que os fósemos recollendo. Lasa quedou pegada ao barco, atada á chea de redes que enseguida se afundiría. Morta de medo, nin miraba para nada nin facía ningún xesto, afundía a cabeza nas cordas coma se escondéndose fose atopar protección.
Entón o teu irmán tirouse ao mar. Estabamos algo lonxe, como a douscentos metros, se cadra máis, porque o Doria afastábase moi rápido, pero nun momentiño Suso estaba á beira da túa irmá. Soltouna das redes que case a envolvían xa por completo, púxose debaixo dela e empezou a nadar cara atrás, de costas. Lasa sempre foi gordiña, pero o teu irmán estaba como un roble e nadaba de medo. Era un campión da División Azul e decíanlle o Galán porque chamaba a atención, alto e forte e louro.
Nun momento estaban os dous agarrados ao noso bote e subímolos. Lasa gritaba como unha tola e o teu irmán estaba moi asustado; pero ao momento volveuse a tirar ao auga e foi dos que salvou a máis xente.
Case sen respiración notei que alguén me desataba; entre a auga non podía ver quen era e agarrábame sen saber nada. Moi de cerca vin a cara do meu irmán, que me ceibaba das redes que, cada vez máis, tiraban para o fondo. Suso era un gran nadador, cruzaba desde Zopazos ata a praia mergullando, alto e forte, no mar non había ninguén que lle gañase.
Levoume desmaiada, sen sentido, ata a barca de papá e alí subíronme. Sacáronme a auga de dentro pero non tragara case nada, máis ben o que fixen foi como vomitar. Esperteime e vin como papá choraba do susto, pero me pareceu que mamá miraba para min ata con mala cara. Os pequenos abrazábanse a min, tirados ao redor do meu corpo na parte de atrás do bote.
Enseguida chegamos ao peirao. Eu tumbeime alí, ao sol, recuperando forzas, e entre as cepas da ponte vin de súpeto como subía a Virxe do Carmen do medio do mar. Era como un milagre, coma se A Nosa Señora estivese connosco, vixiando, pendente de que non pasase nada, e que despois percorrese o fondo das augas para comprobar que non había ninguén afogándose. O mar reflectíase nela e a auga facía brillar os seus dourados e o seu manto, todo bordado en prata.
De milagre non morreu ninguén. Ao final salvamos á garda civil e ao cura. O alcalde xa escapara o primeiro, pero o señor párroco quedou pegado á imaxe da nosa Señora, atado á súa base como Ulises fronte ás sereas; mentres que o sarxento e a parella non perderon o sangue frío, conservando o seu aire marcial ata o último momento, non como os da falanxe, que escaparon como ratas, antes que os nenos e as mulleres. Ao final deixouse coller o tozudo do sacerdote, e pasado todo vimos como o barco afundíase debaixo da ponte e logo dun intre subía do fondo do mar a imaxe da Virxe do Carmen. Foi como un cadro surrealista de Lugrís, aos poucos emerxía, coma se regresase dunha viaxe polo fondo do mar. A sua peana facía o efecto dunha balsa, e como a marea estaba subindo, foise achegando, aos poucos, debido ao suave empuxe das ondas, ata a rampla.
Alí desembarcou, toda tranquila, co Neno Xesús nos seus brazos, algunhas algas polos remates da capa e a coroa de raíña dos mares enganchada na articulación do ombreiro. Nós non o sabiamos, pero A Nosa Señora por dentro era un maniquí, e coa auga e o peso da roupa notábase a estrutura de madeira que daba forma á efixie que tanto venerabamos. Máis que unha virxe parecía un deses bonecos articulados que se ven nas consultas dos médicos ou nos estudos dos poucos artistas figurativos que quedan nestes tempos da arte conceptual.
Despois vin como, a modiño, a imaxe achegábase á rampla e desembarcaba nas escaleiras. Parecía cousa de bruxas ou algo así, máxico. Unha ondada súbita levantouna da auga e deixouna de pé no medio do peirao. A xente estaba asombrada, era como un milagre, e como non pasara nada grazas a deus, a alegría era grande.
Todo eran asubíos e sirenazos, o mar encheuse da música dos barcos e o estrondo asustaba bastante. O peirao alagouse de xente, todos moi nerviosos polo que pasara. Os máis serenos animaban aos demais, dicíndolles que non fora nada, e en verdade ao que puido ser foi unha cousa da Virxe que non ocorrese unha traxedia.
O párroco e os curas que o acompañaban empezaron a cantarlle un himno moi bonito, todo o pobo achegouse a bicarlle o manto e fíxose unha misa preciosa, coa banda municipal tocando o Salve Regina, un oficio digno daquel milagre que A Nosa Señora fíxonos no día da Virxe do Carmen.
A xente da procesión cruzou a ponte e foise achegando cara á rampla, e moitos gritaban ¡Milagre¡ ¡Milagre¡. A pesar do nerviosismo e de todo o que pasara, o cura organizou aquilo e nuns minutos todo o pobo estaba cantando o Stabat Mater de Rossini.

SOBRE EL REINO DE REDONDA

De Aquella mitad de mi tiempo, de Javier Marías, p.364-365
SARAH FAY: Aparte de ser ciudadano español, es usted Rey de la isla de Redonda, una micronación de las Antillas. Creo que es la primera vez que The Paris Review entrevista a un soberano. ¿Cómo adquirió la corona?
JAVIER MARÍAS: Érase una vez, en el siglo XIX, un magnate naviero llamado Shiel que vivía en el Caribe, y que tenía ocho o nueve hijas, pero ningún hijo. Por fin acabó por tener un hijo varón, Matthew Phipps Shiel, que llegaría a ser escritor. En 1880, para celebrar el decimoquinto aniversario de su hijo, Shiel tomó posesión de la isla deshabitada de Redonda, que está cerca de Montserrat, y no muy lejos de Antigua. Organizó una ceremonia de coronación con un pastor metodista de Antigua, y así es como M. P. Shiel fue coronado rey de la isla. Hace poco me he enterado de que Redonda viene a ser el equivalente de Transilvania en Europa, lo que para una leyenda literaria resulta de lo más apropiado. Es un sitio muy rocoso y de difícil acceso. En tiempos, lo usaban de refugio los contrabandistas, y había leyendas que hablaban de la
presencia de bestias terribles, y de sucesos espantosos que allí habían tenido lugar. Poco después de ser coronado Shiel, al haberse encontrado en la isla yacimientos de fosfatos, Gran Bretaña decidió anexionarla. Supuestamente, los Shiel pleitearon con el gobierno británico durante años, hasta que por último, el Ministerio de las Colonias anunció que no se le iba a devolver la soberanía de la isla a nadie, y con mayor razón a un naviero perturbado o a un escritor, pero que no pondrían reparo a que Shiel usara el título de Rey de Redonda mientras éste, según especificaron, siguiera carente de contenido.
Con el tiempo, Shiel se instaló en Gran Bretaña, donde en su ancianidad tuvo ocasión de ayudarle otro escritor, el joven John Gawsworth. En 1947, a la muerte de Shiel, Gawsworth se convirtió en su albacea literario y heredero de sus derechos de autor. Gawsworth desarrolló una aristocracia intelectual, como fue llamada, nombrando duques y duquesas, entre los que se contaron Lawrence Durrell, Henry Miller y Dylan Thomas. Gawsworth fue una figura muy prometedora en su momento, empezó a publicar libros a los diecinueve años. Durante la guerra, combatió en la India, en Argelia y en Egipto, y de forma asombrosa, publicó libritos de poemas en todas partes, hasta en Calcuta. No alcanzo a entender cómo pudo hacerlo en plena guerra. Fue uno de los miembros más jóvenes de la Royal Society of Literature, y estaba en relación con la mayoría de las eminencias literarias de la época, desde Thomas Hardy a T. E. Lawrence. Pero Gawsworth cayó en la bebida, y pronto se quedó sin un penique. Tenía muchas deudas, con su casero y con taberneros, y empezó a venderle títulos a esa gente. Llegó a insertar un anuncio en The Times ofreciendo a la venta el título de Rey de Redonda.

DEL AMOR, AGAIN

De Por la parte de Swan, de Marcel Proust, p. 410 (Lumen)
Pero, mientras que, una hora después, daba indicaciones al peluquero para que no se le deshiciera el peinado en el tren, volvió a pensar en su sueño, volvió a ver —como las había sentido muy cerca de él— la pálida tez de Odette, las mejillas demasiado delgadas, las facciones descompuestas, las ojeras, todo lo que —alo largo de las ternuras sucesivas que habían convertido su duradero amor a Odettc en un largo olvido de la primera imagen recibida de ella— había dejado de notar desde los primeros tiempos de su relación, a los que seguramente, mientras dormía, había ido su memoria a buscar la sensación exacta. Y con aquella grosería intermiten te que reaparecía en él, en cuanto dejaba de sentirse desdichado, y al tiempo rebajaba el nivel de su moralidad, exclamó para sus adentros: «;Y pensar que he desperdiciado años de mi vida, he querido morir y he sentido mi mayor amor por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!».

SOBRE UN ACONTECIMIENTO MUY LOCO DE BORGES

De Libros extraños, de Luis Loayza, p. 83
Londres, 19 de octubre de 19. Borges quiso probar hidromiel. la bebida que tomaban los anglosajones. El y Mr. Fleming, el otro acompañante asignado por el Consejo Británico compraron una botella y, ya en el hotel, se tomaron más de la mitad. Borges. excitado por el alcohol, al que no está acostumbrado, olvidó su natural cortesía y comenzó a reprocharle a Mr. Fleming las Invasiones Inglesas. Ante la mirada azorada del joven representante de Su Majestad Británica, terminó, casi amenazador: “Pero nosotros los echamos a puntapiés, tirándoles agua y aceite hirviendo desde las azoteas”. Mr. Fleming, que no tenía la menor idea de tales invasiones, se limitaba a asentir: “Of course, of course…”
La Nación, 30 de diciembre de 1973

LA ANSIEDAD DE VERONIKA VOSS

LA GRAN ILUSION. VIVE LA FRANCE¡¡¡

FRASE DE LA SEMANA

Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.
FGL

LA MUSICA, APRES PROUST

De Por la parte de Swan de Marcel Proust, p. 352
Swann había avanzado, a instancias de la Sra. de Saint-Euverte, y, para escuchar un aire de Orfeo que estaba interpretando un flautista, se había colocado en un rincón en el que, por desgracia, tenía como única perspectiva a dos señoras ya maduras sentadas una junto a la otra —la marquesa de Cambremer y la vizcondesa de Franquetot—, quienes, por ser primas, se pasaban las veladas buscándose, cargadas con sus bolsos y seguidas de sus hijas, como en una estación, y no se quedaban tranquilas hasta haber señalado con su abanico o su pañuelo dos asientos contiguos: la Sra. de Cambremer, que tenía muy pocas relaciones, por sentirse tanto más feliz de tener una compañera, y la Sra. de Franquetot, que, era, en cambio, muy conocida, por considerar elegante, original, mostrar a todas sus bellas conocidas que prefería a una señora desconocida con quien tenía en común recuerdos de juventud. Swann, embargado por una ironía melancólica, las contemplaba escuchar el intermedio de piano (San Francisco hablando a las aves de Liszt), que había sucedido al aire de flauta, y seguir el vertiginoso juego del artista: la Sra. de Franquetot con ansiedad, con ojos extraviados, como si las teclas que el pianista recorría con agilidad hubieran sido una serie de trapecios a una altura de ochenta metros de los que podía caer y no sin lanzar a su vecina miradas de asombro, de denegación, que significaban: “Es increíble, nunca habría imaginado que un hombre pudiera hacer algo así”; la Sra. de Cambremer, como mujer que había recibido una sólida educación musical, marcando el compás con su cabeza transformada en balancín de metrónomo, cuyas amplitud y rapidez de oscilaciones de uno a otro hombro —con esa clase de extravío y abandono de la mirada de quien padece dolores desorbitados, que no intenta siquiera dominar y parece decir: «Qué le vamos a hacer!»— habían llegado a ser tales, que los solitarios se le enganchaban constantemente en las presillas del corpiño y se veía obligada a atusarse las uvas negras que llevaba en el pelo, sin por ello interrumpir su aceleración.

PITOL, GOMBROWICZ Y JAMES

De Soñar la realidad de Sergio Pitol, p.15
Debo a Infierno de todos el poder desasirme de un mundo caducado que no me era propio, relacionado conmigo sólo de modo tangencial, lo que me permitió abordar la literatura con mayor lealtad hacia lo real. Advertí esto con mayor claridad durante un período de tenaz lectura de Gombrowicz. Para él la literatura y la filosofía debían emanar de la realidad, pues sólo así tendrían, a su vez, la posibilidad de inferir en ella. Lo demás, insistía el escritor polaco, equivalía a un acto de onanismo, a la sustitución del lenguaje por el culto inane de la escritura por la escritura y la palabra por la palabra. Henry James, otro titán, sostuvo en su momento: «La novela en su definición más amplia no es sino una impresión personal y directa de la vida)). Al hablar de lo real y la realidad me refiero a un espacio amplísimo, diferente a lo que otros entienden por esos términos y confunden la realidad con un aspecto deficiente y parasitario de la existencia, alimentado por el conformismo, la mala prensa, los discursos políticos, los intereses creados, las telenovelas, la literatura light, la del corazón y la de superación personal.
Cuando Infierno de todos se publicó yo residía en Varsovia. Había emprendido tres años antes un viaje por Europa que al inicio imaginaba como muy breve. Viajé por los lugares imprescindibles para luego encallar en Roma durante una temporada. A partir de entonces, por razones y motivaciones varias, me quedé fuera de México, cambiando con frecuencia de destino, casi siempre por intervenciones del azar, hasta finales de 1988 en que regresé al país. Durante esos veintiocho años europeos mis relatos registraron un vaivén incesante. Son, de alguna manera, los cuadernos de bitácora de mis mudanzas terrenales, mis mutaciones y asentimientos interiores
Soltar amarras, enfrentarme sin temor al amplio mundo y quemar mis naves fueron operaciones que en sucesivas ocasiones modificaron mi vida y, por ende, mi labor literaria. En esos años de errancia se conformó el cuerpo de mi obra.

LA INDUSTRIA EDITORIAL EN ESPAÑA, SEGUN BARRAL

De Almanaque, Prueba de artista de Carlos Barral, p.179
Ya tenemos tus libros y tus nuevas aventuras editoriales. ¿ Qué decirnos de las macroeditoriales?
Me parece que han tenido una gran importancia en la vida cultural española y en realidad en la vida literaria española y latinoamericana, en el ámbito de la lengua, en los últimos años. Es lo que yo llamaría confusión y catástrofe del mercado de los derechos de autor. Y al mismo tiempo también agudización de los problemas del mercado librero.
¿Qué ha pasado?
Lo que ha ocurrido es lo siguiente: la publicación de libros literarios ha pasado de ser una gestión de la cultura escrita, hecha por editores esforzados, a convertirse en aparentemente un gran negocio desde que practican cuatro o cinco grandes centros de producción industrial que tienen, sobre todo, grandes y eficaces redes de distribución a los puntos de venta libreros, que utilizan los medios de comunicación de masas y básicamente la televisión para su publicidad. Lo cual ha convertido la publicación en una especie de carrera de lanzamiento de libros sin cuenta alguna de su calidad, de su
oportunidad, de su congruencia... De lanzamiento de eso que llaman editoriales millonarias, que son las de los premios u otras, de operaciones descaradamente comerciales. Lo cual ha favorecido a algunos autores, a una minoría de autores que han ganado mucho dinero con eso, lo que es de celebrar. Pero ha perjudicado enormemente a otros y ha hecho que nuevamente el pasar de ser inédito a ser édito sea tan difícil como en los años diez. Cuando, en cambio, era fácil y estaba lleno de garantías de seriedad por parte de loseditores en el año sesenta. Se ha producido eso que además tienerelación de causa a efecto, pero también dialéctica, con un problema concreto de la librería...
¿Cuál?
La librería se ha convertido en lo que se llama una mesa de novedades. Es decir, los libros no tienen duración ninguna, están unos meses allí, como se dice en lenguaje comercial, en oferta. Y luego desaparecen de ahí y no se vuelven a encontrar nunca más. El señor que oye hablar de una novela que se publicó hace seis meses, acude a la librería a buscarla y ya no está. El librero tampoco la busca. El editor ya no sabe si la tiene en el almacén. Ese libro muere. Y, por lo tanto, da a la literatura, en tanto que producto de la imprenta, una vida brevísima. Y la sucesión de modas, caprichos,
estupideces y errores se acumula.,.

¡¡¡ EXTRA ¡¡¡

LAS CITAS

De Dietario voluble, de Vila-Matas, p.242-243
Algunas personas creen que llevo desde hace años un cuaderno privado de citas literarias, el commonplace book al que tantos escritores anglosajones fueron aficionados. Quizás eso pueda explicar el hecho un tanto absurdo de que, en un plazo breve de un mes, tres amigos me hayan enviado —cada uno por su cuenta y riesgo— tres libros que parecen relacionados con esa idea de que colecciono citas.
El primero de los tres en llegar fue la traducción española de Sur Plusieurs Beaux Sujects, el cuaderno privado de Wallace Stevens, una especie de borrador o librillo de trabajo al que el poeta y abogado de Nueva York fue trasladando pasajes de obras ajenas relativos a sus propios intereses, y de ahí que veintidós de las citas que reunió allí acabaran pasando a sus poemas. Es un cuaderno de trabajo en una línea parecida al Hofmannsthal de El libro de los amzos o al W. H. Auden de A Certain World, una antología de citas y al mismo tiempo autobiografía sui géneris.
“La estética es una justicia superior", leemos en uno de los apuntes de Wallace Stevens. Es una sentencia magnífica de Flaubert en carta a Louise Collet. Y para mí la frase del libro. La recuerdo siempre que enciendo la televisión y entro en el feísmo desaforado de sus imágenes de los últimos tiempos. Flaubert no dejó aforismos en sus novelas, pero sí algunos en su correspondencia, donde se explayaba siempre sin límites y con desbordante inteligencia.
«La estética es una justicia superior.» Gran frase. Y qué decir de la ética? ¿Y de las relaciones, tal vez imposibles, entre ética y lenguaje? Si yo llevara un commonplace book, insertaría ahora mismo unas palabras de Wittgenstein en su Conferencia sobre ética, de 1929: “Si un hombre pudiera escribir un libro sobre ¿tica que realmente fuera un libro sobre ética, dicho libro destruiría con una explosión todos los libros del mundo.”
He dicho «si llevara un commonplace book». Pero no se da el caso. Silo llevara —creo que la fuerza del destino me está empujando a hacerlo—, añadiría ahora en mi cuaderno
otra frase de Flaubert, también rescatada de sus cartas; una frase que he hallado en el segundo de los libros que me han regalado: Jardines ajenos, de Adolfo Bioy Casares. En ese cuaderno de citas recogidas por Bioy he dado de nuevo con el oro de Flaubert —no confundir con El loro de Flaubert, de Julian Barnes— en forma de palabras memorables sobre la singularidad: «La infinita estupidez de las masas me vuelve indulgente para con las individualidades, por muy odiosas que lleguen a resultar.»
El tercer libro, Razones y osadías, contiene directamente una selección de opiniones contundentes de Flaubert, todas rescatadas de sus elocuentes cartas. La edición —como no podía ser de otra forma— es de Jordi Llovet. Por cierto, no lo había contado hasta ahora: a todos los sitios serios a los que voy digo siempre: "Vengo de parte del señor Llovet." Sólo un día advertí una expresión tan hostil en el ambiente que, antes de haberme acomodado en mi asiento, me incorporé y dije, volviendo la espalda: «Me voy de parte del señor Llovet.»

DEL AMOR (¡COMO NO¡) SEGUN PROUST

De Por la parte de Swan, de MP, p. 251 (Lumen)

De todos los modos como sobreviene el amor, de todos los agentes de diseminación del mal sagrado, uno de los más eficaces es sin duda ese gran arranque de inquietud de que a veces somos presa. Entonces la suerte está echada: la persona con la que estamos a gusto en ese momento es aquella a quien amaremos. Ni siquiera es necesario que nos gustara hasta entonces más que otras o incluso tanto, sino sólo que nuestro gusto por ella se vuelva exclusivo. Y esa condición se cumple cuando a la búsqueda de placeres que su encanto nos brindaba substituye bruscamente en nosotros —en el momento en que nos falta— una necesidad ávida cuyo objeto es esa persona misma, una necesidad absurda, que resulta imposible de satisfacer y difícil de curar en razón de las leyes de este mundo: la insensata y dolorosa necesidad de poseerla.

MELOMANIA, JM Y JB

De Aquella mitad de mi tiempo, de Javier Marías, p. 196-197
[…] me ví trasladado, quién sabe, dieciocho o veinte años atrás, a la casa de Juan Benet en Madrid.
El noventa por ciento de las veces que yo fui a esa casa, Benet tenía música puesta, en el tocadiscos primero, luego en el reproductor de CDs, y lejos de quitarla al llegar yo —normalmente a la caída de la tarde, la jornada ya concluida, con la idea de salir a cenar con un pequeño grupo de amigos más o menos fijo—, la mantenía y se dedicaba a perorar un rato sobre lo que sonaba, en la mano su whisky. Como nos ocurre a muchos aficionados a la música, tenía la tendencia a escuchar la misma pieza una y otra vez durante días o durante una temporada. Eso es fácil ahora, pero no lo era con los tocadiscos, y recuerdo que cuando escribió su novela Un viaje de invierno, en la que aparecía el brevísimo Vals Kupelwieser de Schubert, de apenas minuto y medio, se las ingenió, no sé por qué procedimiento, para oírlo incesantemente mientras avanzaba en su libro. Benet veía en la música, y si le describía a uno cómo se iba concentrando un ejército al pie de una ladera, al amanecer, mientras sonaban las Metamorfosis de Richard Strauss, uno ya no podía volver a oír esa composición sin imaginarse el lento avance de la caballería para colocarse en formación. Y al escuchar ese vigesimocuarto preludio del Opus z8 de Chopin tocado por el joven prodigio Blechacz, me vi transportado a una tarde en que Benet lo oía insistentemente —poco más de dos minutos cada vez— y me decía con excitación: «Mira, esta es la lucha entre el técnico y el sentimental, ¿no la oyes? La mano izquierda es el técnico, que toca imperturbable y monótono, y la derecha es el sentimental, completamente desenfrenado, son puro combate, pura contradicción’.

EL INOCENTE

JAVIER MARIAS HABLA DE ALIOCHA COLL

De Aquella mitad de mi tiempo, de Javier Marías
Su única otra obra publicada fue una extraordinaria traducción del Teatro de Marlowe, en versos endecasílabos, que hizo para Clásicos Alfaguara. Antes de su edición nos reunimos un día: él me la leía en voz alta mientras yo seguía el original en inglés, y pocas veces he tenido una sensación de tan perfecto acoplamiento entre dos lenguas.
Después de aquellas primeras novelas apenas si leí nada más de cuanto sin cesar escribía: me envió algunos sonetos, fragmentos de su Etica, de su Ensayo sobre el dolor, que, como el resto, jamás fueron publicados pese a los intentos de Carmen Balcells, quien además de la agente de tantas figuras célebres, también lo era de este médico casi desconocido.
Su conversación era quebrada y llena de pausas, pero siempre inteligente y apasionada, una de esas personas, cada vez más escasas, que se involucran en cuanto van diciendo. Seguro de su talento, yo intentaba convencerle de que probara a escribir cosas más «tradicionales’, aunque sólo fuera como divertimento. Conviene puntualizar que para él era «tradicional’ casi todo, incluyendo a Juan Benet en nuestra lengua. Tengo entendido que algunos de sus textos más recientes eran por fin así, más «tradicionales». De ellos sólo sé sus títulos: Laocoonte, El hilo de seda, Atila. También sé que tradujo cuatro obras de Shakespeare y que investigó sobre el dolor consigo mismo.
Hace unos días, estando casualmente en París, me enteré de su muerte, ocurrida el pasado 15 de noviembre. Murió por su propia mano, y al parecer justo antes se hallaba eufórico, pese a que su situación personal no era fácil en los últimos años, circundado por la enfermedad, las de sus pacientes y la de alguien muy próximo. Según me cuentan, acababa de concluir ese título, Atila, que consideraba su última obra.

BENET SEGUN BARRAL

De Almanaque, de Carlos Barral
Donde se habla de Don Juan Benet
¿En estos últimos treinta años no hubo ningún otro libro español de la categoría de Tiempo de silencio de Martín-Santos?
Sinceramente, creo que no. El tonelaje de novedad, de importancia, de ambición literaria que representa el libro de Martín- Santos no se encuentra en ningún otro libro español, desde la guerra civil hasta ahora. Ha habido libros claramente importantes, pero importantes relativamente a la situación de entonces, de cada momento de la literatura española. Tal es el caso, por ejemplo, de El Jarama de Sánchez Ferlosio; otro caso parecido en los últimos años, podría ser, por ejemplo, el de la novelística de Juan Benet que tampoco me parece alcanzar todavía —a pesar de que creo que es un intento muy importante—, el grado de madurez relativa y la ambición de Tiempo de silencio.
¿Por qué apoyó su editorial el realismo social?
Lo apoyé muy conscientemente a pesar de que, como es fácil imaginar, no corresponde exactamente a mis gustos personales, pero es que me pareció lo más válido que había entonces en la literatura española. Por otra parte, y a pesar de que los errores de cálculo en aquel momento eran dudosos, y que hoy son ciertos, con respecto a la poética y la función histórica de la literatura, aquello era lo más sano y lo más combativo de la literatura que renacía; porque, efectivamente, la novelística española fue uno de los tantos géneros truncados por la guerra civil, en la medida en que existiera la novela española. Realmente, la novela española ha existido muy poco; yo no creo que Galdós equivalga a Balzac ni que Baroja justifique él solo la ausencia de novelistas a lo largo de dos generaciones.
El dato de que Asesinato en el Comité Central, de Vázquez Montalbán, sea uno de los libros más vendidos en las últimas semanas le deja frío. Para Barral, la literatura es un acto creativo independiente de todo compromiso y de toda concesión comercial.
Creo que un escritor no debe pasar por la vergüenza de hacer novelas de género u oportunistas para vender mucho. Juan Benet, por ejemplo, ha jugado a eso conscientemente en El aire de un crimen, y no le ha salido bien, Ha sido una excursión por la vulgaridad y la indecencia literaria en la que no creo que Benet reincida nunca más.
Tras esta crítica demoledora anticipa:
El panorama es desolador por lo publicado, pero no por lo que se está escribiendo. Parece que hay posibilidades de que, en los próximos dos o tres años, aparezcan unos cuantos libros importantes.

LUPITA LA TRAILERA

ARG¡¡¡


ARG ¡¡¡ Por la corbata, por Dios¡¡¡

PROUSTIANA


De Por la parte de Swan, de Marcel Proust, p. 202-202
Así, con frecuencia me quedaba hasta el amanecer pensando en el tiempo de Combray, en mis tristes veladas sin sueño, en tantos días también cuya imagen me había devuelto más recientemente el sabor —lo que en Combray habríamos llamado el «perfume» — de una taza de té y, por asociación de recuerdos, en lo que, muchos años después de haber abandonado aquel pueblo, había sabido sobre un amor de Swann antes de que yo naciera, con esa precisión en los detalles más fácil de lograr a veces en relación con la vida de personas muertas hace siglos que con la de nuestros mejores amigos y que parece imposible —como imposible parecía hablar de una ciudad a otra— mientras se desconoce el medio gracias al cual se ha sorteado esa imposibilidad. Todos esos recuerdos, sumados unos a otros, formaban ya una sola masa, pero no por ello dejaba de poder distinguirse entre ellos —entre los más antiguos y los más recientes, nacidos de un perfume, después los que eran tan sólo los de otra persona que me los había comunicado—, ya que no fisuras, fallas auténticas, al menos esos veteados, esas amalgamas de coloración, que en ciertas rocas, en ciertos mármoles, revelan diferencias de origen, de edad, de «formación».
Cierto es que, al acercarse la madrugada, hacía mucho que se había disipado la breve incertidumbre de mi despertar. Sabía en qué alcoba me encontraba efectivamente y —ya fuera orientándome tan sólo con la memoria o con la ayuda de un débil resplandor vislumbrado, al pie del cual situaba yo las cortinas de la ventana— la había reconstruido en torno a mí en la obscuridad y amueblado, entera, como un arquitecto y un tapicero que conservan la abertura primitiva de las ventanas y las puertas, y había vuelto a colocar los espejos y a situar la cómoda en su lugar habitual. Pero apenas trazaba el día —y ya no el reflejo de una última brasa en una varilla de cobre con el que lo había yo confundido— en la obscuridad, y como con tiza, su primera raya blanca y rectificativa, la ventana abandonaba, junto con sus cortinas, el marco de la puerta, en el que la había yo situado por error, mientras que, para dejarle sitio, el escritorio, que mi memoria había instalado torpemente ahí, se desplazaba a escape empujando ante él la chimenea y apartando la pared medianera del pasillo: donde un instante antes se encontraba el tocador reinaba un patinillo y la morada que había yo reconstruido en las tinieblas, ahuyentada por aquel pálido signo que había trazado por encima de las cortinas el dedo alzado del alba, había ido a reunirse con las vislumbradas en el torbellino del despertar.

EL LAMENTO DE PORTNOY

De dietario voluble de Vila-Matas, p.205-206
Estuve contando todo esto el otro día en la parisina Radio Lichtenberg, como también conté que en un original y brillante blog español, ellamentodeportnoy.blogspot.com, habían iniciado, no hacía mucho, una investigación acerca de por qué el narrador de mi novela se proclamaba jorobado. Desde aquí les digo a los del blog que, si un día piensan en Lichtenberg, habrán hallado parte de la solución. Porque recuerdo bien los días en que, ya desde la primera frase de mi libro, decidí que éste fuera escrito por una modesta contrafigura de Lichtenberg, el hombre de la deformación y de las ideas propias, ese aforista (será mejor decir filósofo) al que no me canso de volver: «Daría parte de mi vida por saber cuál ha sido la presión barométrica media en el Paraíso.»

SOBRE LA LECTURA

De Marcel Proust, I, 95 (Lumen)
Tras aquella creencia fundamental, que durante mi lectura ejecutaba sin cesar movimientos de dentro a fuera, hacia el descubrimiento de la verdad, venían las emociones que me brindaba la acción en la que yo participaba, pues aquellas tardes estaban más llenas de acontecimientos dramáticos que toda la vida de algunas personas. Lo que yo leía eran los sucesos que sobrevenían en el libro; cierto es que los personajes a los que afectaban no eran «reales», como decía Françoise, pero todos los sentimientos que nos hacen experimentar el gozo o el infortunio de un personaje real se producen en nosotros tan sólo por mediación de una imagen de ellos; la ingeniosidad del primer novelista consistió en comprender que, al ser la imagen el único elemento esencial en el aparato de nuestras emociones, la simplificación consistente en suprimir pura y simplemente los personajes reales sería un perfeccionamiento decisivo. Una persona real, por mucho que simpaticemos con ella, es en gran medida percibida por nuestros sentidos, es decir, que nos resulta opaca, ofrece un peso muerto que nuestra sensibilidad no puede levantar. Si la aflige una desgracia, sólo en una pequeña parte de la idea total que tenemos de ella podremos sentirnos emocionados al respecto; más aún: sólo en una pequeña parte de la idea total que tiene de sí misma podrá sentirse emocionada ella misma. El hallazgo del novelista consistió en concebir la idea de substituir esas partes impenetrables para el alma por una cantidad igual de partes inmateriales, es decir, que nuestra alma puede asimilar.

FRASE DE LA SEMANA

Si un hombre pudiera escribir un libro sobre ética que realmente fuera un libro sobre ética, dicho libro destruiría con una explosión todos los libros del mundo.
WB

SER POBRE ES UNA GRAN PUTADA

De España de Manuel Vilas, p.203
Ser pobre es una gran putada
En España sólo son ricos los hijos de Franco y los hijos de Felipe González (me estoy buscando la ruina y la de mis hijos y la de toda la parentela, incluidos mis muertos), juntos ahora en esta ESPAÑA S.L. No hay más formas de ser español, te lo juro, no
hay más formas, o comulgas en un sitio o en el otro, no hay más posibilidades, los que dicen que sí las hay es porque piensan que en González S.L. hay un continente, pero yo sólo veo pueblo. España esele. Hablas así porque. 40 años estuvieron con FRANCO Y NO DIJERON NADA.

SNOPES (EL REPLANDOR DE LA HOGUERA)


De La guerra carlista; 3, Los cruzados de la causa, de Valle-Inclán, p. 119
CAPÍTULO XXI
El Marqués de Bradomín habló a media voz con Cara
de Plata:
—iTu padre sería un magnífico cabecilla!
El hidalgo se volvió con arrogancia:
—Sobrino, yo cuando levante una partida no será por un rey ni por un emperador... Si no fuese tan viejo, ya la hubiera levantado, pero sería para justiciar en esta tierra, donde han hecho carnada raposos y garduñas. Yo llamo así a toda esa punta de curiales, alguaciles, indianos y compradores de bienes nacionales. Esa ralea de criados que llegan a amos! Yo levantaría una partida para hacer justicia en ellos, y quemarles las casas, y colgarlos a todos en mi robledo de Lantafión.
El Marqués de Bradommn repuso con una sonrisa amable y mundana:

PESSOA Y VILA-MATAS

De Dietario voluble, de Vila-Matas, p.159-160

Como es bien sabido, tendemos a no valorar lo que tenemos en casa. Henriqueta Madalena, la hermana pequeña de Fernando Pessoa, ilustra a la perfección ese modelo de persona que, por excesiva familiaridad con el genio, vive como algo completamente doméstico lo que al resto de la humanidad deja fascinado. Por lo visto, Henriqueta Madalena tenía muy visto a su hermano Fernando. Fue la que más íntimamente le trató y, al final de su vida —Henriqueta alcanzó casi los cien años—, accedió a hablar de él. «No le hacíamos mucho caso», sentendió. Le pidieron entonces —en referencia a los famosos heterónimos del y poeta— que dijera al menos cómo era eso de ser hermana de
una persona «múltiple». Henriqueta Madalena sonrió y dijo: «Cuando Fernando hablaba de Álvaro de Campos, de Ricardo Reis, o de los otros, para mí siempre se trataba de él. A veces, durante la comida, Fernando decía que había pasado mala noche y que había escrito algo, y añadía: Es de Álvaro de Campos. Y recitaba. En el fondo, Fernando lo consideraba una fantasía, no se lo tomaba en serio, aunque lo dijese con tono serio.»
Así que Henriqueta Madalena no se tomaba tan en serio los heterónimos como los estudiosos de la obra de su hermano. Y resulta conmovedora cuando al final de la entrevista recapacita: «Sólo puedo decir esto: ahora, hoy, cuando ya ha pasado todo y no se puede volver atrás, ahora que soy mucho mayor y tengo todo el tiempo para pensar y para sentir, me invade la amargura de no haber convivido más con él. Fernando vivió muy solo. Ahora que conozco su obra, que la leo e intento comprenderle lo mejor posible, siento mucha pena.)’
Lo que más me llama la atención de esas palabras es la forma de decirlas, esa forma tan asombrosamente hermana de Álvaro de Campos.

SOBRE ROBERT WALSER

Del prólogo de Walter Benjamín a Jacob von Gunten de Robert Walser

Cualquiera capta lo inusualmente delicadas que son estas historias. Pero un cualquiera no ve que lo que hay en ellas no es la tensión nerviosa de la vida decadente, sino el temple puro y despierto de la vida convaleciente. «Me horroriza la idea de que pudiese tener éxito en la vida», dice Walser en una paráfrasis del diálogo de Franz Moor. Todos sus héroes comparten ese horror. ¿Por qué? Desde luego que no por asco del mundo, por resentimiento moral o por pathos, sino por motivos del todo epicúreos. Quieren disfrutar de sí mismos. Y para e1io tienen una maña extraordinaria. Y un abolengo extraordinario en ello. Y además un extraordinario derecho. Porque nadie disfruta tanto como el convaleciente. Todo lo orgiástico le es ajeno: el caudal de su sangre renovada le llega resonando entre arroyos y el aliento purificado de sus labios baja desde las cumbres. Este abolengo infantil lo comparten los seres de Walser con las figuras de los cuentos, que también emergen de la demencia y de la noche, de la demencia del mito. Es opinión común que este despertar se ha llevado a cabo en las religiones positivas. Si es así, desde luego no en forma muy sencilla e inequívoca. Esta forma hay que buscarla en ese gran careo profano con el mito que es el cuento. Claro que sus figuras no tienen una simple semejanza con las de Walser. Luchan todavía por liberarse del sufrimiento, Walser empieza donde acaban los cuentos: «Y si no han muerto, entonces hoy viven todavía». Walser muestra cómo viven. Sus cosas — y con ello quiero concluir tal y como él comienza — son: historias, artículos, poemas, pequeña prosa y otras por el estilo.

LOS MEJILLONES CEBRA

De España, de Manuel Vilas, p. 183
Un mejillón cebra es lo más simple del mundo: una cáscara y un músculo, y a funcionar, eso es todo. Y funciona. Pronto invadirá la literatura. Ya veo a fu turos Gregorios Samsas convertidos en mejillones cebras. Ya veo a las cucarachas convertidas en pequeñas mariposas domésticas, e inofensivas si se las compara con el mejillóncebra. ¿Se comerán los mejillones cebras los pies de los bañistas?
Después de decir la palabra “bañista” se produjeron docenas de aplausos espontáneos. El público vibraba con las palabras del profesor Latre Escobar. Este sonreía y volvió a beber agua. Una enorme sonrisa era su rostro. Levantó una mano en señal de que debían terminar ya los aplausos. Su esposa Marifé estaba en la primera fila de butacas, orgu
llosísima de su marido, ella ya conocía la brillante conferencia, pero no podía evitar sumergirse en sofocos místicos, en emociones incontrolables conforme la conferencia avanzaba hacia el final. Al cabo, el profesor Latre continuó diciendo: La rata será desplazada y su simbolismo existencial desaparecerá de la memoria de los hombres, la rata será sólo una nota a pie de página. El mejillón cebra es una nueva plaga bíblica, es la forma en que la naturaleza castiga la desde la belleza del mundo; el mejillón cebra es un invento del Maligno. Pronto descubrirán mejillones cebras con cuernos que se encenderán en la oscuridad de los pantanos y de las presas; mejillones cebra con el número 666 tatuado en sus horrorosas vulvas; mejillones cebra hablan do en latín en la noche de las conciencias finales. Además, este mejillón, inmune a la paella valenciana, acabará mutando, y pronto le saldrán alas cebra, e invadirá los cielos, las nubes, el aire, las tormentas. Esperemos que no le salgan pies y manos.

INCIPIT 200. LECTURAS PARA DESCONFIADOS / JOSE MONJARDIN FERNANDEZ


CONSECUENCIAS DE LOS PORTAZOS

Es a toda prisa que los números de la ciencia se abalanzan sobre los acontecimientos: desde cualquier altozano podemos observar cómo bandadas de cifras cada vez más numerosas sobrevuelan los más variados campos del saber, abatiéndose sobre los hechos y persigujéndolos muchas veces hasta acorralarlos e inmovilizarlos en sus más recónditas madrigueras.
El resultado de esta pugna viene siendo fructífero y prometedor y constituye un importante basamento de nuestra humana condición: cada episodio del enfrentamiento entre el saber y la realidad abre sucesivos horizontes de optimismo, el botín de los datos recientes invita a acrecentar la confianza en los progresos de la vida futura: ya pueden prepararse las cuitas y las supercherías agazapadas en cualquier cruce de caminos y que tan terca y desvergonzadamente incomodaron a nuestros mayores. Por ejemplo los satélites amarillos —sin ir más lejos, en las faenas de la última marea— han capturado otra precisión: una casa no ha de certificarse como abandonada hasta que una puerta o una ventana se haya golpeado veintisiete veces en veinticuatro horas. Un adelanto

SNOPES (A MATANZA DO PORCO)





Os resentidos - Galicia canibal (fai un sol de carallo)









Fai un sol de carallo.
Con isto da movida haiche moito ye-yé que, de noite e de día, usa gafas de sol: ¡Fai un sol de carallo!

A matanza do porco
A matanza do porco.- A berra e un conxunto de berros dun porco cando o van matar.
San Martiño oficial de Monforte ó Nepal, o magosto para agosto, safaris do porco,
filloas de sangue, Galicia embutida: ¡Fai un sol de carallo!, ¡Galicia caníbal!

Etiopía ten fame
Etiopía ten fame.- Un parado occidental sostén un filete.
Un negro deitado, o negro non lle chega, arrastra o bandullo.
O parado occidental sostén o filete; o parado altivo, o negro non lle chega.
Doa os teus riles: un ril á merenda. Doa os teus riles: outro ril á cea.

PROUST. EL CELEBRE EPISODIO DE LA MAGDALENA

LA MAGDALENA

De Por la parte de Swan de Marcel Proust, p. 53

Hacía ya muchos años que —de Combray— todo lo que no era el teatro y el drama de mi acostar había dejado de existir para mí, cuando un día de invierno, al regresar a casa, mi madre —viendo que tenía frío— me propuso que, contra mi costumbre, tomara un poco de té. Al principio lo rechacé y —no sé por qué— después cambié de idea. Mandó ir a buscar uno de esos bizcochos, pequeños y rechonchos, llamados «magdalenas» y que parecen moldeados en la acanalada valva de una vieira y, abrumado por aquel día sombrío y la perspectiva de un triste mañana, no tardé en llevarme maquinalmente a los labios una cucharada de té, en la que había dejado ablandarse un trozo de magdalena, pero en el preciso momento en que me tocó el paladar el sorbo mezclado con migas de bizcocho me estremecí, atento al extraordinario fenómeno que estaba experimentando. Me había invadido un placer delicioso, aislado, sin que tuviera yo idea de su causa. Al momento me había vuelto indiferentes —como hace el amor— las vicisitudes de la vida, sus inofensivos desastres, su ilusoria brevedad, colmándome de una esencia preciosa: o, mejor dicho, esa esencia no estaba en mí. sino que era yo Había cesado de sentirme mediocre, contingente, mortal. ¿De dónde podía proceder aquel intenso alborozo? Yo sentía que estaba vinculada al gusto del té y del bizcocho, pero que lo superaba infinitamente, que no debía de ser de la misma naturaleza.

TOPICO, BUENO, PERO TOPICO

De Dietario voluble, de Vila Matas, p.156
• Si vas en taxi al aeropuerto, corres el peligro de que el conductor te machaque con cualquier emisora de radio fascista de esas que te insultan personalmente. Algunos taxistas son el perfecto complemento de ese estado de terror. La facturación en el aeropuerto, por otra parte, te exige estar con una antelación tan grande que a veces más te habría valido ir a pasar la noche al propio aeropuerto, lo que me lleva a intuir que pronto las discotecas serán un nuevo negocio de las terminales aéreas. Al miedo a perder el avión por la lenta facturación —agravada siempre por algún cretino que no ha hecho los deberes antes de acudir al mostrador— sucede el control policiaco y, una vez rebasado éste y tras habernos vuelto a vestir, suponiendo que no haya ninguna huelga de los famosos trabajadores de tierra o de los pilotos, llega el horror del embarque, que casi nunca significa el acceso directo al avión y que nos pone en manos de un conductor de autobús que no se acuerda del aire acondicionado y de paso juega a dar frenazos o bandazos para mortificar a los viajeros. Alcanzar el interior del avión ya no significa nada hoy en día, pues la autorización para el despegue puede tardar una infinidad en llegar, y a veces los aviones ni despegan y los pasajeros son devueltos a la puerta de embarque. Si finalmente volamos y alcanzamos nuestro destino, nos espera la más célebre de las torturas: la pérdida de las maletas. Y como guinda el taxista, que en la
ciudad a la que has llegado espera que seas extranjero, para cobrarte más.

GALICIA

De España, de Manuel Vilas, p. 153

6. HE TURNED THE WATER INTO WINE

Un mediodía del mes de agosto del año 2002, los escritores más o menos españoles José María Pérez Alvarez y Manuel Vilas pasean por el casco viejo de Santiago de Compostela. Entran en bares y beben Viña Costeira. Vilas se queda absorto mirando a las cigalas y a los percebes y a las langostas y a los centollos y a las nécoras que exhiben en los escaparates de las marisquerías compostelanas. Vilas saluda a las langostas. Pérez Alvarez se queda perplejo ante la actitud de Vilas. Es la primera vez que se encuentran, y no entiende muy bien Pérez Alvarez la Ñscinación de Vilas ante esos bichos y menos que les hable como si Riesen vacas o caballos o perros o gatos o periquitos. Sin embargo, hay algo en la fascinación de Vilas ante las cigalas y las langos
tas que le recuerda a su infancia, a la propia infancia de Pérez Alvarez. De repente, Pérez Alvarez es feliz mirando a su nuevo amigo. Piensa que su nuevo amigo está bastante pirado, y eso le reconforta. Piensa que su nuevo amigo ha debido de salir, casi seguro, de un Seminario, o de una célula de un nuevo partido comunista reunificado. También piensa Pérez Alvarez que es casi seguro que todos los nuevos amigos que le quedan por conocer van a ser así, comó Vilas, y eso le inquieta, porque ve en ello un designio. Su nuevo amigo no se entera de nada porque sólo tiene ojos para el marisco. Qué maravilla!, grita Vilas. Comamos esos bichos, dice Vilas. No dejemos ni uno. Comámoslo todo. Entran Pérez Alvarez y Vilas en una marisquería compostelana y se piden un arroz con bogavante y vino blanco de Orense. Llevan herramientas en las manos para luchar contra las patas.

MELOMANIA

De Un hombre vulgar de Miquel de Palol, p. 197
Hace unos años, para la mayoría el heredero de Mozart no era Beethoven, sino Rossini.
Jaap escuchó justo la última frase al pasar y dijo:
—No sería para gente de gran talla intelectual.
—Para Stendhal.
—Ah.
Sebastian entró en el despacho para consultar algo y Eusebi fue tras él.
—Conoces —dijo, con un entusiasmo contenido que impacientaba a Sebastian, escéptico y con vergüenza ajena ante lo que siempre le habían parecido vitalismos
impostados— el estudio de Graussberger sobre los patrones temáticos de Bach?
—He leído un par de reseñas. Parece bastante delirante.
—Quizá, pero le encaja todo.
—Cuando todo encaja, busca dónde te has equivocado
—replicó en voz baja Sebastian—. Proverbio chino.
—Ha descubierto una progresión de complejidad de los patrones contrapuntísticos —prosiguió Eusebi—, y que el conjunto de la obra forma un dibujo lógico geométrico perfecto en cuyo interior, mediante un proceso de analogía y proyección similar, por ejemplo, al de los tests de inteligencia, las distintas piezas desglosadas se colocan con ayuda del ordenador según determinados parámetros para, por un lado, establecer con seguridad autorías hasta ahora dudosas para los exegetas escrupulosos, como la del aria
inicial de las Variaciones Goldberg o incluso la del «Tema Real» de la Ofrenda musical, que es suya y no del rey, y por otro completarlo llevando el mecanismo a las últimas con secuencias; es decir, cerrando la figura, que funciona como un locus mnemónico perfecto: toda la obra en la cabeza a partir de una única idea mecánica.

NABOKOVIANA

De Dietario voluble de Enrique Vila-Matas, p.103-104
Sin duda, la locura de H. tiene puntos en común con Falter, fascinante personaje de Ultima Thule, un cuento de Nabokov. Falter es aquel hombre que perdió toda compasión y escrúpulo cuando en un cuarto de hotel le fue revelado de golpe “el enigma del universo» y no quiso transmitirlo a nadie más tras haberlo hecho una única vez cediendo al acoso de un psiquiatra, al que le destrozó tanto la revelación que hasta le causó la muerte. Es un cuento antológico, incluido en Una belleza rusa. Leerlo es ya de por sí una locura de una envergadura tal que hasta nos permite constatar cuánta razón llevaba aquel que dijo que las locuras son las únicas cosas que no lamentamos jamás. Pero es que, además, leerlo —eso es lo más interesante de todo— nos sitúa en mejores condiciones para tratar de resolver el enigma del universo. Aunque siempre me pregunto si nos conviene resolverlo. Yo creo que si un día diéramos con el secreto del mundo nadie tendría el valor de revelarlo.

KAFKA

De España, de Manuel Vilas, p.145
La casa, en el viejo barrio de Steglitz, había aguanta do las bombas de la guerra. Y antes de marcharme, volví a tocar la cama, como quien toca la boca de su amante. La anciana nos despidió con una sonrisa llena de serpientes, crucifixiones, levantamiento de cadáveres, derrotas sin explicación. Mi amigo dijo que la abuela estaba completamente chiflada y que vete a saber de quién era la cama que nos había enseñado.
Cerré el libro, lo metí en la bolsa de la piscina y me fui a bañar con mis amigos. Abrí los ojos bajo el agua y vi una cama con un niño ahogado arado a esa cama con correas de hierro: era yo mismo. Y en efecto, me estaba ahogando, un corte de digestión me llenaba los pulmones de cloro. Vi, finalmente, un dromedario cuya cabeza era mi cabeza. Aquel bicho gigantesco me estaba conduciendo a la nada. Ya por fin en la nada, muerto por ahogamiento, vi a Kafka, quien me dio la mano y me dijo que debería caminar por la senda que se abría a mis pies durante nueve días, y que al término de esos nueve días llegaría al Paraíso. Me dijo que el nombre del paraíso había cambiado, que tal vez surgiera ante mí —dependiendo de las cronologías— con el nombre de “eurocomunismo”, o con el nombre de “solidaridad”, o con el nombre de “capitalismo social”, o con el nombre de “mercado cívico”, o con el nombre de “Francia”, o con el nombre de “España” a secas. Yo le dije que no quería ir al paraíso. Ante mi negativa, me dio una sonora bofetada, y yo me eché a llorar. Cuando dejé de llorar, Kafka me dijo
“mira, esto no se acaba nunca, el dolor es infinito, eso que creías la nada sólo es un disfraz violento y agresivo de la pena, de la Historia, que es esclavitud y crimen, porque
todo es crimen y el ser humano es maligno”.

CLAVE OMEGA

FRASE DE LA SEMANA PASADA

—A esto se reduce la educación —dijo Martina con mirada rencorosa—: saber llegar al punto en que los hijos son más fuertes que tú, después de haber creado en ellos los reflejos condicionados adecuados para que no te ataquen.
De MdP

INCIPIT 199. UN HOMBRE VULGAR / MIQUEL DE PALOL



Llegada a Twerpdyen. Alojamiento y toma de contacto. Primera noche
El hombre de la gran maleta rígida, con ruedas y asa retráctil, salió del aeropuerto, subió a un taxi y llegó a Twerpdyen bastante antes de la hora de cenar, ya de noche cerrada. Se instaló en el hotel de pocas habitaciones frente al canal y se entretuvo más de lo necesario deshaciendo el equipaje. El color fucsia desvaído de la alfombra le molestaba, en parte, quizá, porque había olvidado su última visita allí. Le molestaba haberla olvidado, le incomodaban los recuerdos circunstanciales asociados: la manta y la almohada de más en el fondo del armario, las llaves doradas, ruidos y olores, perspectivas incompletas.
¿Dijo Borggreve que vendría al aeropuerto a buscarme?, pensaba, ¿o me he confundido y hemos quedado aquí en el hotel?, y miraba el reloj. Y en cualquier caso, ¿a qué hora? Después de merodear un rato por la terminal de llegadas internacionales, un tanto angustiado porque oscurecía deprisa, había tenido que apañárselas solo. No es que

KAFKA

De España de Manuel Vilas, p. 67
Noche de marzo de 1939 en que Brod sale con prisas de su casa. En la maleta iban tres novelas: “El Proceso”, “América” y “El Castillo”. Las tres póstumas e inacabadas (tres novelas, no diez, ni quince, ni treinta, sólo tres, ¿entiendes?, pero a quién le estás hablando si no hay nadie a quien hablar). Aquella noche en Praga, fuera de la maleta se quedaron la patria, las banderas, el crimen, la mentira, la vanidad, y la mala literatura. Brod y su maleta. Max Brod y su tesoro. Max y Josef K. Max y los funcionarios de “El Castillo”. Max y Klamm. Max y Kafka.Brod Kafka y Praga. Kafka y su padre Hermann Kafka. Vemos a Brod coger esa maleta santa y subir a un tren. No la suelta en ningún momenro. Como si llevara el tesoro más grande del mundo. Y sonríe cada vez que acaricia la maleta. Y en ese momento, en el momento de la caricia y de la sonrisa, Max tiene una visión: ve en Madrid, sesenta años después, en la remota España, la fundación del Hotel Kafka 1.

1.Se trata de una Escuela de Escritores (http.://hotelkafka.com)
Max Brod alcanzó a ver, a modo de iluminación, o de visión sobrenatural, un acto público de esa escuela, ocurrido en la primavera de 2007. Ese acto fue una lectura de poesía. El poeta que leía era Sergio Gaspar (pues también le fue dado a MB. ver escrito en un cartel el nombre español del poeta, pero no pudo oír sus poemas, cosa que M.B. lamentó) .Todas estas visiones le fueron concedidas a Max Brod (o Emebé) en recompensa por su extrema bondad, por su gran amor al mundo, por su inenarrable amor absoluto a la Literatura, pues amó la literatura más que Kafka, un desconocido. Y también es verdad que la visión sobrenatural de la fundación del madrileño Hotel Kafka le fue otorgada a Emebé por casualidad. Será bueno también que Esegé entienda la naturaleza de su público, su remotísima invisibilidad —como diría Vicente Aleixandre.

EL SABER SEGUN VARIOS

De Dietario voluble, de Enrique Vila-Matas, p.49

En donde V-M nos habla de la metáfora de la cerilla de Faulkner; de aquella luz que sólo nos muestra la extensión del horror

En fin. Tras un paseo neurótico por los alrededores del Museo de la Ciencia de Barcelona (estoy pendiente de la inminente operación a la que mañana voy a ser sometido, lo que en cierta forma explicaría que me haya puesto a pensar e incluso a confiar en la ciencia) me digo que ni Jules Verne ni nadie: el verdadero científico es Franz Kafka. Nunca se encadena a ninguna verdad y, sin embargo, todo son verdades. Es inagotable. Se estrellan contra él todos quienes, al querer interpretarlo por un lado u otro, reducen la infinitud de su obra. Sólo le faltó decir que el verdadero saber consiste en medir la extensión de la ignorancia.

INCIPIT 198. LA OFENSA / RICARDO MENENDEZ SALOMON


1
Aunque por tradición familiar y expreso deseo de su padre Kurt Crüwell debería haberse hecho cargo de un reputado negocio de sastrería en el número 64 de la Gütersloher Strasse, en la ciudad de Bielefeld, no muy lejos del frondoso Teutoburger Wald y a escasas manzanas de donde décadas más tarde, entre 1966 y 1968, el aclamado arquitecto de Cleveland Philip Johnson levantaría la célebre Kunsthalle, lo cierto es que el 1 de septiembre de 1939 un suceso no por esperado menos traumático vino a cambiar sus plácidos sueños de propietario —amén de una futura posición de privilegio en el seno de la sociedad pequeñoburguesa bielefeldiana— por un destino mucho menos plácido y azaroso en grado sumo.
13

POESIA


De Reversos de Ramiro Fonte, p.159

Fonte Nova

DESARRIMADAS casiñas
Coma esquecidos parentes
E, así e rodo, aínda veciñas
Das rúas da miña mente.
Sospeito que as vosas caras
Me resultan coñecidas
Pois non é de todo avara
A lembranza nesta vida.
Puras casas mariñás,
Avergoñadas labregas
Que, coma vellas cristiás,
Ouvides campás vilegas.
No medio de herdades monas
E de abandonadas leiras,
Xunto ó muro dunha horta,
Da soidade compañeiras.
A boa constelación
De pinzas multicolores
Converte cesto balcón
Nun cadro de mil amores.
Unha amable escuridade
Flúe da porta da bodega,
E entón me envolve a saudade
Que arrastran as cousas cegas.
Reinauguro ese escenario
Das paisaxes esenciais
Perdidas nese lunario
Das lúas de nunca máis.
Xa non sei cando morreu
Aquel vello mariñeiro
Que fa da ribeira á ceo
E plantou un limoeiro.
(fonte)
¿Que murmurará esa forne,
De mín o que ela dirá
Nunha xornada de hoxe
Ou de pasadomañá?
Bu contei aqueles anos,
Mais cúlpome de esquecer
Os dous xenerosos canos
Que me deron de beber.

LA ESCRITURA TIMIDA

De Mis dos mundos, de Sergio Chejfec, p.121-122
Entonces, por un lado no encontraba motivos para no ponerme a escribir en el Café do Lago, pero por el otro es verdad que desde hacía tiempo había empezado a sentir una especie de precaución, o inseguridad, cuando en alguno de los pocos bares que tengo cerca de mi casa, después de ciertos preparativos, me disponía a abrir mi cuaderno. Me sentía amenazado, o muy observado. En realidad eran todas ideas mías, nadie se fijaba en mí ni en nadie. Hasta que una tarde, hará cosa de dos o tres años, después de concentrarme en la idea de la amenaza porque no podía sobreponerme a ella, mientras los demás clientes del café leían o escribían despreocupados, sin duda una buena cantidad de ellos eran también escritores, advertí que en realidad ocurría otra cosa, aunque parecida: lo que yo tenía era vergüenza. Me avergonzaba escribir, un sentimiento que todavía se mantiene. Y como todo lo vergonzante, si uno lo quiere poner en práctica no tiene más opción que hacerlo a escondidas.
Durante mucho tiempo consideré la escritura como una labor privada, que sin embargo debe hacerse pública en algún momento porque de lo contrario sería muy difícil que subsista, en particular y en general. Pero la vergüenza no sólo derivaba de dedicarme a algo privado ante la vista de todos, sino también de hacer algo improductivo, una cosa medianamente inútil y bastante banal. Sentía que hablarían de mí como alguien de personalidad veleidosa, capaz de perder su tiempo sin preocuparse de nada, alejado de cualquier interés relevante. Y como yo me conocía demasiado bien, no podía sino darles la razón por adelantado. Por lo tanto mi principal preocupación no pasaba por superar mis defectos y mis insensatas ilusiones de escritura, sino por no ser descubierto. A eso se reducía la vida, podía decir, mientras me acercaba a un cumpleaños crucial: a no ser descubierto. Cada quien tiene su mentira vital, sin la cual la existencia diaria y acostumbrada se desmoronaría; la mía consistía en los simulacros, de la literatura en este caso.
De tanto adoptar una actitud de escritor, había terminado siéndolo; y ahora, en una especie de pánico retrospectivo me aterrorizaba que me descubrieran, justamente cuando podía considerar despejados casi todos los peligros. Y el temor se reflejaba en lo más básico, como siempre, la faena manual y la circunstancia anónima. Ya no temía no ser publicado, ni vivir alejado del éxito o del reconocimiento, ya sabía que esas cosas estarían siempre a mi alcance, para bien o para mal; temía que alguien, pasando al lado de mi cuaderno abierto, me desenmascarara como un simple y deliberado impostor. Las hojas de mi cuaderno no contendrían frases, ni siquiera palabras, sólo dibujos que buscaban simular caligrafías, o páginas repetidas con la palabra “qué”, sobre todo “cómo”, o con sílabas desconectadas que nunca hacían sentido.

POESIA


De Reversos de Ramiro Fonte

ALFA

ANTES das cores do mundo
E das sombras do rueiro,
Do regato cantareiro,
Antes do suco profundo;
Antes desas chuvias longas
Que amortecen esperanzas,
Das primixenias lembranzas
Que ó futuro se prolongan,
Vellas con escapularios,
Labreguiñas misteriosas,
Por non andaren ociosas
Completan un setenario.
Reclamo a súa clemencia
E así reparo unha ausencia.
O cativiño cristián
(sei que esta mesma canción
Naceu naquela oración)
Leva o home da súa man.

TRIESTE Y VILA-MATAS Y GONZALES SAINZ

De Dietario voluble, de Enrique Vila-Matas, p.26

Esa inolvidable sensación de extrañeza y deriva volví a recuperarla días después cuando en una entrevista le preguntaron al escritor español J.González Sainz por qué vivía en Trieste y él contestó así:Más quisiera yo saberlo. Y ese no saber es una buena razón. Me siento extraño aquí, extranjero, distante, y sentirse extranjero en el mundo creo que es una de las condiciones de la escritura, habitar el mundo de una forma un poco esquinada. Cuando regreso en tren ya de noche de mis clases en Venecia y veo al final del viaje las luces de Trieste allí en el fondo, como atenazadas a la espalda por la oscuridad de las montañas del Carso, con Eslovenia atrás y a la derecha la línea de las costas de Istria, y me digo “ahí está tu casa’“allí es donde vives”, se me genera una sensación de extrañeza, de no pertenencia sino de paso, con la que me llevo bien, y que creo que es fundamental para esa forma de vivir que es escribir.
Magdalena, Chacarilla, el Virrey.
Nada más leer estas palabras de González Sainz, me dieron ganas de ir a la deriva por las calles de una ciudad para mí desconocida, pero en la que tendría mi único domicilio.

JAVIER MARIAS Y ¿JUAN BENET?

De Tu rostro mañana 3 de Javier María, p 412:
" Y me vino a la memoria el 'tic-tac tan descomunal' de aquel saloncito sepulcral en el cementerio de Os Prazeres que, según el viajero que 'con cierta indiscreción' lo descubrió y obrservó, 'era respecto al tic-tac normal lo que es el grito a la voz'; y me volvió la frase enigmática sugerida por el reloj despertador que lo causaba -'de aquellos que se veían en las cocinas del tiempo de nuestros padres, con su campana en casquete esférico y dos pequeñas bolas por patas'-, la frase que decía:'A mí me parece que es el tiempo la única dimensión en que pueden hablarse y comunicarse los vivos y los muertos, la única que tienen en común."

INCIPIT 197. MIS DOS MUNDO / SERGIO CHEJFEC


Quedan pocos días hasta un nuevo cumpleaños, y si decido comenzar de este modo es porque dos amigos a través de sus libros me hicieron ver que estas fechas pueden ser motivo de reflexión, y de excusa o de justificación, sobre el tiempo vivido. La idea se me ocurrió en el Brasil, mientras pasaba dos días en una ciudad del sur. En realidad no entendía cómo me había plegado a trasladarme hasta allí, sin conocer a nadie y sabiendo muy poco sobre el lugar. Era por la tarde, hacía calor, y andaba caminando en busca de un parque del que no tenía casi ninguna referencia, salvo su nombre medianamente musical, y por lo tanto promisorio, según mi criterio, y el hecho de aparecer como la superficie verde más grande en el plano de la ciudad. Pensaba que siendo tan extenso sería imposible que no fuese bueno. Para mí los parques son buenos cuando no están impecables, en primer lugar, y cuando la soledad se ha apropiado de ellos de tal modo que se ha convertido en una seña propia y una divisa compartida por los caminantes, que pueden ser esporádicos, pero que desde mi punto de vista deben estar irrevocablemente abstraídos, o absortos, también un poco confundidos, como cuando se camina por un
5

EL POTLACH SEGUN LANDERO

De Retrato de un hombre inmaduro, de Luis Landero, p.188 ss.
Otras noches me convierto en multimillonario. Ríase usted de BilI Gates, de Warren Buffet, del sueco de Ikea, de ese tal Mittal, el rey del acero, de los príncipes árabes y de los potentados rusos. En mi historia, yo tengo más dinero que todos esos juntos. Una fortuna que he ido actualizando al ritmo de la economía real, que ha crecido con los años, y que ahora debe andar por los quinientos mil millones de euros.
¿Que cómo he llegado a tanto? Bueno, la historia es breve y confusa, apenas lo necesario para que parezca medianamente verosímil. Digamos que he creado un sistema informático que es la base de una red comercial cuya trama y capacidad de control se extienden por todo el planeta, hasta sus últimos rincones, y que para la economía global significa algo así como las aportaciones de Einstein a la fisica o de Picasso a la pintura. Pero ése es sólo el principio, porque luego extiendo mi imperio a la ingeniería genética, a la aeronáutica, a la automoción, a las energías alternativas, de forma que descubrimos y explotamos remedios contra toda clase de enfermedades, construimos aeronaves seguras, combustibles limpios y secretos, armas invencibles..., y hay noches en que mi capital me parece poco y lo subo al billón, y si no voy más allá es porque más allá las cifras se me hacen ya inmanejables, casi irreales.
En el Maracaná hemos hablado alguna vez de lo que cada cual haría si fuese millonario. Ya se puede imaginar usted las fantasías al uso. El único caso digno de mención es el del hombre Chicoserio, aquel al que todo le sale mal, al que le aprietan los zapatos, al que si se rasca le sale un sarpullido, si juega a los chinos siempre pierde, si se escapa una hostia le toca a él, el que no pudo ser payaso porque no había disfraz que lograra ocultar su verdadera identidad, y para el que la vida es una suma continua de pequeñas contrariedades. Ni siquiera podía elevar su protesta con cierta altura trágica porque ninguno de sus males era grave ni digno de ser contado con elocuencia o con desgarro, sino que todo en él era la adversidad hecha comedia. Así que cuando salió la conversación de lo que cada cual haría si fuese millonario, él dijo: «Si yo fiera millonario, pero millonario de los grandes, de los de miles de millones, me dedicaría a joder al prójimo. ¿Que cómo? Pues muy fácil. Por ejemplo, compraría una mañana todos los churros del Maracaná y alrededores para que la gente se quedara sin churros. Compraría un fin de semana todos los condones de las farmacias del barrio y adyacentes para que la gente no pudiera follar, el pan de todas las panaderías, los periódicos y revistas de todos los quioscos, las entradas del fútbol y los toros, dejaría sin vino a los borrachos y sin putas a los puteros”. «Pero, hombre...», intentamos decirle. Y él: «Nada, nada, que se jodan como me jodo yo!».

POESIAS


De Reversos, de Ramiro Fonte

DÚAS IRMÁS

Paxaro que vas voando,
Dille á miña irmá maior
Que aínda non sabemos cando
Se agrandará a miña dor.
Paxaro que vas voando,
Dille á miña irmá pequena
Que non podo saber canto
Se agrandará a miña pena.
Ramiro Fonte

SOBRE LAS DISTINTAS ESCUELAS DE POBREZA

De Desde la ciudad nerviosa de Vila-Matas, p. 32

No hay en los últimos años un solo viaje a París en el que, tarde o temprano, no termine cruzándome con el sempiterno clochard que está apostado a la puerta de la librería La Hune, en el boulevard Saint-Germain. Le hago aparecer en mi novela Doctor Pasavento, pero cuando le veo en París, no lo identifico con el personaje de mi libro. Y es más, espero que no se entere nunca de que aparece ahí. Y tampoco de que aparece aquí en este dietario. Me atrae irremediablemente su personalidad. No hay persona que salude más en París que este clochard, que hoy me ha hecho recordar a otros dos mendigos, también de estirpe intelectual. Uno es aquel del que hablaba a menudo Roberto Bolaño: un mendigo de Santiago de Chile que, en una esquina de la calle (hoy avenida) Ahumada, se declaraba nieto de Lev Tolstoi y pedía limosna diciendo: “Miren dónde me ha dejado la Revolución Rusa”. El otro es aquel mendigo de Madrid que Unamuno veía siempre a la puerta de una iglesia y al que un día le preguntó por qué usaba siempre la misma queja salmodiada. “Por supuesto —replicó el viejo mendigo—, hay otras escuelas; quizás usted prefiera a los naturalistas”.

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