Madre de corazón atómico, Agustín Fernández Mallo, p. 39
Naturalmente, ni el oso siente
venganza, ni la flor deja entrar nada. Se trata de un falso documental, un
relato moralizante. Esa clase de reportajes en nada se diferencian de la fábula
de los tres cerditos, en la que también los animales y las plantas hablan y
piensan y actúan con arreglo al entendimiento humano. A este tipo de cosas me
refiero cuando digo que él nunca me contó la fábula de los tres cerditos, ni la
de las flores que abren sus pétalos tras conocer las intenciones de los
colibríes. Por el contrario, me dio a entender que los propios procesos naturales
pueden constituirse en sí mismos en materia de ficción, y esto afecta
directamente a la idea que cada uno tiene acerca de la estructura misma de la
realidad. La expresión tabla periódica, dicha en aquel ambiente
bucólico-natural de mediados de agosto, constituye ya por sí misma una clase de
realidad que implica al mundo de las reacciones químicas, las mismas que desde
los tiempos de la alquimia nos han llevado una y otra vez al reino de lo
fantástico y, no obstante, al de lo radicalmente real: los arándanos que al día
siguiente verteríamos en una botella de orujo y cuya reacción química los
adultos beberían un año más tarde en alguna sobremesa, o, sin ir más lejos, mis
pies dentro de unas reales pero inverosímiles botas de plástico -katiuskas
amarillas-, asados en pleno verano. La más radical realidad fantástica ya está ahí,
en esos arándanos transformados en licor, en esas katiuskas metamorfoseadas en
horno, no hace falta inventarles a las cosas un lirismo que de por sí ya
poseen. Pero hay que encontrarlo, educar el ojo para llegar a ver esa parte
aparentemente irreal que hay en todo cuanto nos rodea, y después tener la
habilidad para contarla. Las malas narraciones cuentan una verdad a medias. Las
buenas narraciones cuentan una verdad y media. Es ese plus -ese «y media»- que
se superpone a la prosaica y conocida realidad cotidiana el que sin descanso hay
que buscar porque forma parte de nuestra vida real. Supongo que todo ello tiene
que ver con aquello que decía Nabokov acerca de la ficción, cuando aseguraba no entender para qué sirve
imaginar libros o representar hechos que de alguna manera no hayan ocurrido
realmente o pudieran ocurrir. Nabokov, además de escritor, era entomólogo, estudioso
de las mariposas.
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