Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ANAGRAMA


Ensayo general, Milena Busquets, p. 39

En la actualidad voy a la editorial que publica mis libros una o dos veces al año. Fui hace unos días. Es una editorial bonita, limpia, luminosa y aireada en un edificio clásico justo al lado de Paseo de Gracia. De momento, no es un lugar romántico. El fútil cuestionamiento del amor romántico -que viene acompañado de la fantasiosa idea (que ya se intentó y fracasó en los años setenta) de que el amor debe ser un experimento social y no el lugar donde nos recogemos para intentar salvar nuestra alma- ha expulsado al romanticismo de la mayoría de los ámbitos, mentales y físicos. Donde no ha sido expulsado, ha sido sustituido por un débil sucedáneo: la cursilería, que es una forma de puritanismo. El despacho de arquitectura de los hijos de Ricardo Bofill en Sant Just sigue siendo un lugar romántico. La sede original de mi editorial también lo era. Estaba en Sarria y me parecía un lugar mítico (para mí mítico y romántico son casi lo mismo), por allí habían pasado Javier Marías, Ian McEwan, Richard Ford, Patricia Highsmith, Hanif Kureishi. Por la nueva, de momento, solo hemos pasado nosotros. Silvia Sesé me contó que el Premio Herralde había quedado desierto y que, como no habría cóctel de celebración, estaban pensando en hacer una fiesta para bailar en diciembre.

Antes de marcharme, pasé a saludar a Jorge Herralde. Su despacho era la única parte de la oficina que estaba en penumbra, me pareció que había una vieja butaca de cuero, una alfombra, algunos cojines, que él llevaba un viejo jersey de cashmere con cuello de pico como los que llevaba mi abuelo. Solo una lámpara de mesa iluminaba la habitación, el foco perfectamente dirigido hacia el texto que leía Jorge. 

¿Cuándo empezamos a pensar que hacía falta tanta luz para todo?


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