El huerto de Emerson, Luis Landero, p. 80
Dice Emerson que cada cual ha de aceptarse a sí mismo tal como es, y aceptarse además con orgullo y contento. Que a todos nos ha tocado en suerte un terrenito en el que laborar. Que es seguro que habrá alrededor terrenos más grandes y fértiles, donde crecen lechugas mejores que las nuestras, pero que nosotros tenemos que cultivar lo nuestro, el huerto que nos tocó en suerte, sin envidiar lo ajeno, conformes y alegres con nuestras lechugas, por pequeñas y pálidas que sean.
«Tenemos pues que afanarnos en
nuestro mundo», les decía a mis alumnos, «es decir, en nuestro huerto y en
nuestras lechugas», y a continuación volvía a hacer una alabanza de lo
concreto. «Lo concreto, siempre lo concreto», y aquí ataviaba mis palabras con
algunas citas ilustres. Les hablaba de cómo Freud dice que hay que apartarse de
lo universal y ocuparse de lo concreto, de las contingencias personales, de
nuestro pasado individual, de nuestras ciegas marcas. De cómo Goethe afirma que
la expresión de lo particular constituye la propia vida del arte, que eso es lo
que nos hace distintos a los otros, únicos e inimitables, y que no hay que
temer que lo particular no encuentre eco en los demás. De Joyce, que aconseja
que se escriba lo que dicta la sangre, no el intelecto.
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