FELICIDAD
Últimamente, me ha dado por
pensar en la felicidad más que antes. No es una consideración ociosa en ningún
momento de la vida, pero ahora que me acerco a mi asignación bíblica estipulada
(nací en 1945) ya no es un tema que pueda pasar por alto.
Como soy un presbiteriano
histórico (no practicante, no creyente, como la mayoría de los presbiterianos),
he pasado tranquilamente por la vida observando una versión de la felicidad que
el mismísimo John Knox podría haber aprobado: recorriendo la delgada línea que
separa esas dos frases hechas que parecen gemelas: «Lo que no te mata te hace
más fuerte» y «La felicidad es lo que no es una lacerante infelicidad». La segunda
es más agustiniana, aunque todos esos complejos sistemas te llevan al mismo
misterio: «¿Qué hacer ahora?».
Este camino intermedio ha
funcionado bastante bien en casi todas las situaciones a las que me ha abocado
la vida. Una sucesión gradual de acontecimientos, a veces inadvertida, a través
del tiempo, en la que no ha ocurrido nada grandioso, pero tampoco nada
insuperable, y en general todo ha ido bastante bien. La dolorosa muerte de mi
primer hijo varón (tengo otro). El divorcio (¡dos veces!). He tenido cáncer,
mis padres han muerto. También ha muerto mi primera mujer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario