Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MUJERES


El huerto de Emerson, Luis Landero, p. 130
 

Veréis, yo tengo una prima hermana, mi prima Antonia, que debe de andar muy cerca ya de los cien años, que va diciendo por ahí desde hace mucho tiempo que yo no he escrito los libros que he escrito, que en qué cabeza cabe que yo sea capaz de escribir libros. «¿No veis que yo lo vi nacer y lo vi criarse desde bien chico?», argumenta, y sostiene que los libros me los escribe mi mujer y que luego yo los firmo y me llevo el mérito y la fama. Pero no hay mala intención en sus palabras, ni da a entender siquiera que eso pueda ser un engaño, una rareza o un agravio, sino que lo dice corno la cosa más natural del mundo, porque los negocios entre hombres y mujeres siempre fueron así. Eran ellas las que se atareaban en la sombra, las que se afanaban a escondidas, las que hacían los incontables trabajos de diario con tan menudo ahínco que nadie reparaba en ello sino que parecía que las cosas se resolvían por sí solas, o por intercesión de alguna fuerza etérea, y eran también ellas, las hadas con alpargatas y mandil, las que aún sacaban tiempo -¿cómo lograrían convertir el día en un pozo inagotable de tiempo?- para ayudar a tejer los delirios y sueños de los hombres. Por eso mi prima Antonia  pensaba que la idea de escribir libros sería mía, sí, y que acaso yo los tenía inventados en la cabeza, pero que quien los había hecho de verdad era mi mujer, como venía ocurriendo desde siempre.


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