El huerto de Emerson, Luis Landero, p. 47
No sé de qué manera, pero la
rupia y el cronómetro de oro irán conmigo juntos ya para siempre, como signos
desesperados de nobleza y honor. Pequeños gestos, oscuros símbolos, que
encierran algo esencial y misterioso de la naturaleza humana. Como dice Juan
Benet: «La conciencia atesora lo incomprensible».
También van juntos en mi memoria,
formando un trío inseparable, Stevie, Ike y Alfanhuí, los personajes de Conrad
(El agente secreto), de Faulkner (El villorrio) y de Sánchez Ferlosio. Tres
niños que representan mejor que nadie la inocencia primordial de esa edad en
que aún somos naturaleza, en que amamos la vida más que su sentido, y a las cosas
y a los hechos por sí mismos y no por su finalidad. Cuando los animales son
nuestros semejantes, el caballo semejante de Stevie, la vaca de Ike, los bueyes
de Alfanhuí. Juntos van conmigo, y con mi propia infancia, inseparables
cofrades no contaminados aún por la condena del pan y del sudor, ni por el
pacto de la razón con la necesidad de vivir con cordura y provecho ...
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