Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DFW


El tenis como experiencia religiosa, DFW, p. 46

; cerveza por tres dólares y medio, palomitas por dos dólares y medio,31 etcétera.32

31. ( ... unas palomitas de esas de color amarillo intenso y atiborradas de sal que es indispensable acompañar con una bebida; lo mismo se puede decir de los pretzels de masa esponjosa grandes y calientes que se venden en las casetas y de los pretzels estilo carrito de la calle de Manhattan, recubiertos de esos granos de sal tan grandes que hay que arrancarlos de un mordisco y masticarlos por separado. Los pretzels del Open de Estados Unidos valen tres dólares, salvo en la caseta del Internacional Food Village situada en el lado sur de la Pista Estadio, una especie de orgía comprimida de puesto de comida y comedor abarrotado, donde los precios de los pretzels están rebajados a dos dólares y medio la unidad).

32. Piensen, por ejemplo, en una escuálida barrita de helado Haagen-Dazs -escuálida de verdad, da para cinco bocados como mucho- que cuesta la vil cantidad de tres dólares, y como sucede con casí toda la comida de las casetas de aquí, uno se siente extorsionado y escandalizado por su precio hasta el momento en que la muerde y descubre que es una barrita magnífica de helado Hiiagen-Dazs. Lo cierto es que cuando estás hambriento de tanto que has tomado el sol y el aire fresco y de tantos partidos que has visto y de tanto salivar  empáticamente como un poseso de ver al resto del público zampar, las barritas Haigen-Dasz siguen sin valer tres dólares, pero sí que valen dos dólares y medio. Lo mismo pasa con los refrescos y las palomitas; lo mismo con los perritos co11 chucrut que se venden en las casetas humeantes de Caney Island Refreshment, por un precio que a primera vista parece completamente demente e inaceptable de cuatro dólares; luego, sin embargo, descubres que son superlargos y que están buenísimos, y que el chucrut es de ese superpringoso y que huele mucho y que da asco cuando no te apetece el chucrut pero que resulta extáticamente delicioso cuando sí que te apetece. Y aunque me quejé en ambas ocasiones, me compré dos perritos con chucrut, y tengo que admitir que me satisficieron con una intensidad que valía, por lo menos, tres dólares con veinticinco.



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