Hacerse todas las ilusiones posibles, Josep Plá, p. 49
Los elementos habituales de
nuestra sociedad y de nuestra historia han sido, durante siglos, los payeses y
los marineros, y, naturalmente, sus parásitos (comerciantes, propietarios,
nobles). También hubo, claro está, un estamento industrial, pero este estamento
no adquirió relevancia hasta la época moderna, cuando empezó la
industrialización del país en mayor o menor escala.
A estos elementos básicos de
nuestra sociedad hay que añadirles otro: los curas y los frailes o, si lo prefieren,
los frailes y los curas. Este país siempre ha tenido facilidad para
producirlos. Se puede, creo, afirmar que este país siempre ha tenido los
frailes y los curas que ha necesitado. En términos generales, los ha tenido en
abundancia. Es más: este país da la impresión de que habría podido tener, en
cualquier momento, muchos más frailes y curas de los que ha tenido, a juzgar
por la cantidad de personas, incluso en el círculo de vuestras amistades, que
por la estricta modalidad de su espíritu y sensibilidad no se explican por qué
no lo han sido. Esto hace que nuestra sociedad tenga una masa flotante de
laicos nostálgicos del estado eclesiástico -de laicos que no han coronado su
vocación esencial-. Creo que hay más laicos nostálgicos de ser curas que curas
nostálgicos de la vida laica, aunque sin duda alguno habrá, por supuesto.
Durante el curso de nuestra
historia, pues, el estamento eclesiástico ha tenido un peso enorme y una gran
importancia. Es un estamento tan natural, tan impregnado en nuestra sociedad
que prácticamente es parte inseparable de ella. Este hecho es tanto más curioso
de observar cuanto que es sabido y constatado que como carrera no es nada del
otro mundo y que solo permite -hablando en general- ir tirando.