Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

RICOS


El fin del fin de la tierra, Franzen, p. 42
El cuatro de julio al atardecer, cuando Morningside Heights empezaba a sonar como Beirut en tiempos de guerra, V y yo nos fuimos a East End Avenue a contemplar el espectáculo oficial de fuegos artificiales desde el piso de la familia de nuestra amiga Lisa Albert. Me quedé asombrado al ver que el ascensor se abría directamente en el recibidor del piso. El cocinero de la familia me preguntó si me apetecía un sándwich y le dije que sí, por favor. Jamás había imaginado que existieran pisos como el suyo, o que persona apenas cinco años mayor que yo, Greg Heisler, pudiera tener a su dísposición todo un equipo de asistentes. También tenía una esbelta esposa australiana, Pru, cuya belleza quitaba el aliento. Pru solía llevar unos vestidos de verano blancos y ligeros que me hacían pensar en Daisy Buchanan.
La línea que dividía a los ciudadanos según su riqueza no era del todo distinta a cualquier otra línea divisoria, pero como no era puramente geográfica a mí me costaba menos cruzarla. Bajo el hechizo de mi educación en una universidad de élite, yo vaticinaba el derrocamiento de la economía política del capitalismo en un futuro cercano por medio de la aplicación de la teoría literaria, pero mientras tanto mi formación me permitía sentirme cómodo en el lado que correspondía a los ricos. En un restaurante formal de la zona media de la ciudad, adonde nos llevó a comer un día la abuela de V, que estaba de paso, me dieron un blazer azul que iba a juego con mis vaqueros y eso fue todo lo que necesité para cruzar.
Como era demasiado idealista para desear más dinero del que necesitaba para la subsistencia y demasiado arrogante para envidiar a Heisler, para mí los ricos representaban sobre todo una curiosidad interesante por la notoriedad tanto de sus despilfarros como de sus ahorros. Cuando V y yo visitamos a sus otros abuelos en la casa de campo que tenían fuera de la ciudad, me enseñaron sus cuadritos de Renoir y Cézanne en la sala de estar y nos ofrecieron galletas rancias compradas en el colmado. En Tavern on the Green, adonde nos llevaron a cenar los suegros de mi hermano Bob, una pareja de psicoanalistas que tenían un piso más o menos del mismo tamaño que el de Albert, me asombró descubrir que si querías verduras con  filete tenías que pagarlas aparte. El dinero no parecía un problema para el suegro de Bob, pero nos dimos cuenta de que su esposa llevaba un zapato sujeto con cinta aislante. También a Heisler le encantaban los grandes gestos, como pagarle el billete de avión desde Chicago a la prometida de Tom para que pasara el fin de semana en Nueva York; en cambio, le dio apenas 12.500 dólares por la reconversión del Ioft, aproximadamente una octava parte de lo que le habría costado con cualquier contratista de Nueva York.
Imagen de John Singer Sargent

MUJER ES


Mujer es sangrar, Barbara Ferris, pp. 12
“Mujer” es una identidad flexible, viajera, que recala en varios puertos que se corresponden con estados fisiológicos distintivos. Está la mujer que aún no sangra, la mujer que sangra, la mujer que deja de sangrar temporalmente, la mujer que ya no sangra y la que no sangrará nunca, que siempre es aún. La mujer que aún no sangra es la que recibe el peso de la cultura en bruto, el discurso con el que habrá de interpretar los cambios venideros, esto es, el género. Un patio de colegio en el que distinguimos a los niños de las niñas no por sus cuerpos, que son insexables, sino por su ropa, su corte de pelo, sus juguetes y el uso simbólico del espacio demuestra que los roles de género se aprenden antes de que los caracteres secundarios nos diferencien y con el objetivo de fijar una lectura asimétrica y normativa de dichas diferencias. Pero las diferencias existen, como materialización o como promesa que gravita. La mujer en periodo fértil que recorre las cuatro fases de su ciclo menstrual es, en cada una de ellas, consciente de la transitoriedad de su estado, tanto como la mujer transexual antes, durante o después de su transición, como la niña sin desarrollar que se mira en su madre -comparta o no sus características cromosomáticas, lo que incluye a lxs intersexuales que han sido criadxs como mujeres-, y como la madre que se mira en la abuela, que ya no sangra por motivos distintos por los que dejan de sangrar las gestantes, que volverán a hacerlo, o con eso cuentan. Es este eterno estar al borde del cambio, en el precipicio, lo que constituye la identidad femenina, que ha sido patologizada y medicalizada por una cultura que define la norma en términos de estabilidad y coherencia. Como dijo Erika Irusta, no estamos locas, somos cíclicas. La locura es el terreno de la mujer que no se conoce ni entiende, la mujer que se niega porque niega la radical diferencia de su experiencia corpórea y la acción feminista no puede, no debe negarla también. Nuestra supervivencia implica una reinvención de los discursos que significan nuestra identidad estacionaria y un activismo orientado a demoler las instituciones que exigen una mutilación del ser para poder estar. Los sistemas de producción capitalista, las empresas farmacéuticas que diseñan hormonas sintéticas y lxs ginecólogxs que nos medican desde la adolescencia para que camuflemos las señales de un cuerpo que se duele por el maltrato sistémico al que es sometido son lxs principales enemigxs a lxs que nos enfrentamos.

EL MUNDO DE LAS MUJERES


El aliado, Iván Repila, p. 86
-Lo mejor de todo es que lo hacéis sin protestar. Supongo que porque os sale de dentro, de muy dentro. No digo que seáis sumisas, claro que no, Igual es que sois ... dependientes. No específicamente del dinero y del trabajo de los hombres, que puede ser, sino, sobre todo, de esta forma de vida. Necesitáis cuidar porque para vosotras es como respirar. Es vuestro oxígeno, y todos necesitamos oxígeno. Por eso digo que sois dependientes.
-Mira, hijo ...
-No me cortes, mamá. Por favor. Que estoy hablando. Desde el corazón. El otro día me dijiste que te habría gustado ser madre más tarde, ir a la universidad, esas mierdas. ¿Para qué? ¿Para qué ir a la universidad teniendo, por derecho, el mejor trabajo del mundo? Te lo digo yo, que he ido a la universidad y he estado de fiesta cientos de veces. Vale, sí, en la universidad aprendes un montón de cosas y conoces gente. O haces un Erasmus, si puedes permitírtelo. Pero luego, ¿qué? Buscar trabajo como un tonto, aceptar sueldos miserables para ganarte un puesto, dar vueltas. Fue horrible, te lo juro, empezar a vivir solo y dar fiestas en casa, fiestas a las que venía todo el mundo, y levantarse por la mañana y descubrir que la casa no se recoge sola. O aprender a plancharme las camisas. Fue horrible. Con lo bien que estaba, que estábamos todos, aquí, contigo. Si volviera a nacer me quedaría siempre a tu lado, para que me cuidaras. Y creo que tomaste una decisión muy valiente quedándote embarazada tan joven. Las mujeres de hoy se lo toman con mucha más calma, quieren vivir, o eso dicen. ¿Vivir? La verdadera vida es la que tú has tenido. Eras tan joven que ahora podrías cuidar de tus nietos, si los tuvieras. ¿No es eso lo que quieres? Joder, eras tan joven que incluso podrías cuidar de tus bisnietos. Qué bonito es el mundo de las mujeres, mamá.

CUANTO AMOR


El aliado, Iván Repila, p. 84
-Qué bonito es lo que haces, mamá -le digo.
Ella me mira con las rodillas todavía en el suelo, desde abajo. Yo me siento en una silla.
-Qué bonito el qué.
Espero hacerlo bien.
-Todo esto. Cuidar de Arturo. Cuidar de todos nosotros, en realidad. Aprovechar tu vida para lo importante, entretenernos, alimentarnos. Cuando yo era niño, ay ...
No. No te pongas nostálgico. Busca otra manera.
-Quiero decir que no me imagino un trabajo más satisfactorio que el tuyo. Que el vuestro, el de las mujeres. Vernos crecer desde la cuna, ver cómo aprendemos a hablar, a caminar, incluso a saltar de sofá en sofá, como Arturo. Ver cómo nos hacemos mayores, lentamente, día tras día, año tras año. Imagino que a veces puede suponer un pequeño sacrificio, no lo sé, dormir poco, no tener tiempo apenas para nada que no sea mantener la casa en orden. Pero la casa es el hogar, y el hogar es el centro de la vida, de la familia. Creo que os tenemos envidia.
Se incorpora.
-¿Que nos tenéis envidia? ¿Quiénes?
-Nosotros. Ya sabes, los hombres. Nosotros no podríamos hacer lo que hacéis vosotras. No lo llevamos en la sangre. El cuerpo siempre nos pide estar por ahí, a lo loco, con los amigos. Somos unos salvajes. Por eso os admiramos. Por eso os queremos a todas. ¿No has oído nunca a un hombre decir «a mí me gustan todas las mujeres”? Pues claro, cómo no. Sois capaces de llevar a un niño dentro durante nueve meses, y de dar a luz, y de cuidarlo durante toda su vida. Eso es algo maravilloso, que no puedo ni imaginar. Y todo lo que viene después: los pañales, el colegio, el parque ... Entregáis vuestra vida para dar la vida a otro. ¿Qué puede haber mejor que eso?
Abre la boca como para decir algo. No se lo permito.
-Y qué decir de los abuelos. También a ellos los cuidáis. Recuerdo los últimos años del yayo, cuando ya no podía andar y se lo hacía todo encima. Ahí estabas tú, cada día, lavándolo, cambiándole el pañal, haciéndole la comida. Y luego volvías a todo correr a casa para hacernos la comida a nosotros y a papá, que estábamos muy poco tiempo y nos marchábamos; y por la noche, cuando volvíamos, todo estaba recogido y la cena lista. Qué increíble capacidad de entrega, cuánto amor. De verdad: cuánto amor.

INCIPIT 910. LAS RATAS / JOSE BIANCO


Nuestra casa estaba menos silenciosa que de costumbre. Algunos amigos de la familia nos visitaban todas las tardes. Mi madre se mostraba muy locuaz con ellos, y las visitas, al salir, debían de creerla un poco frívola. O pensarían: “Se ve que Julio no era su hijo».
Julio se habla suicidado.
Desde mi cuarto escuchaba la voz de mi madre mezclada a tantas voces extrañas. En ocasiones, cuando yo bajaba a saludar, las visitas manifestaban estupor ante ciertos hechos no precisamente insólitos: que pudiese estrecharles la mano, responder a sus preguntas, ir al colegio, estudiar música, tener catorce años. «Ya es casi un hombre», decían los amigos de mis padres. «¡Qué grande está, qué desenvuelto! ¡Qué consuelo para el pobre Heredia!» No bien aludían a la muerte de Julio y a punto de repetir, después de esta frase, algunos sensatos lugares comunes sobre la caducidad de las cosas humanas y los designios inescrutables de la Providencia, que arrebata de nuestro lado a quienes con mayor éxito hubieran soportado la vida, esa terrible prueba, Isabel hablaba de temas ajenos al asunto, contestando con son· risas inocentes a las miradas de turbación que provocaba su incoherencia.
Por la noche comíamos los cuatro en silencio, mis padres, Isabel y yo. Después de comer, yo acompañaba a Isabel hasta su casa.

INCIPIT 909. VIDA SENTIMENTAL DE UN CAMIONERO / ALICIA GIMENEZ-BARTLETT


En la radio repetían incansablemente la historia de las canciones de antaño. Boleros y baladas que habían hecho suspirar a toda una generación, estremecerse a padres y madres, jóvenes entonces. Muchos se hubieran negado a conducir en una noche como aquélla. Hacía frío y no había tiempo de parar a dormir, la carga era urgente. Muchos se echaban atrás frente a los trabajos realmente duros. Debía hacer revisar la calefacción, estaba fallando. Cambió de emisora. Un haz de luz lo deslumbró. Los turismos que se aventuraban en una noche como aquélla circulaban con miedo, tardaban en cambiar el alumbrado, iban despacio. La locutora informó de la hora, las cinco de la mañana. Era un programa de jazz, los instrumentos seguían cada uno su camino, pero el conjunto resultaba compacto y animado. El ritmo de la música se hizo lento, Oyó la voz de una mujer que cantaba en inglés, arrastrando las sílabas como si se arrastrara ella misma. Pueden pensarse muchas cosas cuando se está clavado en un asiento durante horas, el volante al frente y los pies en los pedales. Tanto como los fareros en el faro o los pastores con las ovejas en el campo. Las inflexiones eran dulces, sensuales. Es posible desnudar a una mujer sólo con oír el sonido de su voz. Se empieza por las piernas, los muslos.

LA BODA


Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 200
Eran las doce y cuatro minutos del mediodía del 6 de marzo de 1978. Envuelta en telas italianas, rosadas y etéreas, unas gasas firmadas por el modista André Laug, y el pelo afro o a la escarola, Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de Alba, y un antiguo clérigo volteriano de chaqué, corbata gris, gafas ligeramente ahumadas y una sonrisa hasta la tercera muela entraban en la capilla de Liria decorada con pinturas de Sert, bajo la luz cenital de la vidriera redonda del techo, a los sones de un órgano electrónico que atacaba la marcha nupcial de Mendelssohn, la misma con que se casa una cajera de supermercado con un chapista de Móstoles en cualquier iglesia de barrio montada en un antiguo garaje. En Liria había un centenar de invitados, algunos nobles con cara de caballo, como debe ser, algunos amigos intelectuales con un rictus de sueño y alcohol en los ojos, algunos políticos de adorno. Hubo pocos cuchicheos, ningún uniforme y ni una sola pamela, pero dejó ofendidos a algunos familiares por no ser invitados. Aguirre también se olvidó de Eugenio Calderón,su protector desde Sniace, un desaire que éste no le perdonó. La madre del novio, Carmen Aguirre, estaba ya casi ciega. “Hijo, ¿quién me va a recoger?”, le preguntó antes de salir a palacio para la boda. «En la puerta de Liria te estará esperando Huéscar”, le contestó su hijo. «¿Huéscar? ¿Huéscar no es un pueblo?” «No, no, Huéscar es el hijo mayor de la duquesa.” Carlos Martínez de Irujo, duque de Huéscar, hijo mayor de la duquesa, fue el padrino y Carmen Aguirre y Ortiz de Zárate, madre del novio, la madrina, nuevamente con el rímel corrido por las lágrimas, como en la ordenación sacerdotal de su hijo en el Ludwigskirche en Múnich, como la primera misa en la Universitaria. Por parte de la duquesa firmaron como testigos, además de sus otros cuatro hijos, doña María Victoria Marone de Álvarez de Toledo, la duquesa de Santa Cruz y el conde de Teba. Por parte de Jesús Aguirre lo hicieron Pío Cabanillas, el duque de Arión, Sebastián Martín-Retortillo, la condesa de Carvajal, Javier Pradera y la señora de López Aranguren, en representación de su marido, ausente en Barcelona. Al juez Clemente Auger, uno de los fundadores de Justicia Democrática, veterano luchador antifranquista en la universidad y castizo contertulio del café Gijón, le había sido encomendado asistir al acto desde un lado del presbiterio como autoridad civil para dar parte en el registro. En la ceremonia estuvieron presentes, entre otros invitados, toda la Familia Real excepto los propios Reyes y los condes de Barcelona, que por protocolo no asisten a este tipo de actos. El duque de Alburquerque y el marqués de Mondéjar representaban a la Casa Real. Junto a los duques de Cádiz, los de Badajoz, la infanta Margarita y don Gonzalo de Barbón podía verse a los príncipes de Baviera y a la gran mayoría de la aristocracia española. Antes de entrar en la capilla había llegado la noticia de que había sido secuestrado Aldo Moro.

LOS NOVIOS


Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 195
Jesús Aguirre estaba en pleno proceso de secularización el mismo año en que el Vaticano también produjo la cosecha de dos papas muertos. Pablo VI había entregado su alma a Dios y la paloma se había posado sobre la cabeza del cardenal Luciani, quien bajo el nombre de Juan Pablo I tardó sólo un par de meses en volar también al cielo. Un día salió al balcón de la plaza de San Pedro, abrazado por la columnata de Bernini, y ante una multitud llena de fervor proclamó que Dios era una Madre, no un Padre, una afirmación que pese a ser muy cierta produjo una conmoción entre los cardenales de la curia romana. A renglón seguido el Papa pidió las cuentas de la empresa y comprobó que el banco del Vaticano invertía gran parte del dinero de las indulgencias en armas y condones. Estaba dispuesto a cortar por lo sano y a impedir este propósito fue ayudado mediante un té bien cargado. Viejos amigos de Jesús Aguirre desde los tiempos en que estudiaba brujerías en Múnich, los teólogos Hans Küng y Joseph Ratzinger ahora andaban tirándose silogismos a la cabeza en una gresca escolástica a cara de perro. A todo esto Vicente Aleixandre había ganado el Nobel de Literatura sin haberse levantado de la butaca durante treinta años en su casa de la calle Velintonia, que era la meca de los poetas venecianos, de la experiencia, viejos y novísimos. En los tresillos isabelinos del Congreso algunos diputados socialistas liaban canutos de marihuana mientras se hablaba de los pactos de la Moncloa y en el aeropuerto de Barajas pillaban a Carmen, la hija de Franco, sacando de contrabando las insignias y las medallas conmemorativas de oro que le habían regalado a su padre, gracias a que se había instalado por primera vez un detector de metales y ella lo ignoraba.
La noticia de que Jesús Aguirre y Cayetana de Alba se iban a casar circulaba por Madrid desde principios de 1978. Todo el mundo lo consideraba un disparate. Nadie se esperaba ese lance moderno de la corte de los milagros. ¿Dónde diablos estaba ValleInclán? ¿Por qué había muerto tan temprano si el gran esperpento del ruedo ibérico no había hecho más que empezar? “El cura Aguirre ¡duque de Alba! Ha sido lo mejor que nos ha pasado en la vida”, exclamó José María Castellet. “Primera impresión, desconcierto. Primera reflexión, entusiasmo”, fue el telegrama que le mandó Carlos Barra! “Vamos a convertir Liria en nuestro palacio de invierno», gritaron chocando las copas en alto los contertulios de Parsifal. Pero la duquesa no entendía por qué se escandalizaba la gente. Era viuda, se casaba con un hombre soltero del que estaba enamorada. No se explicaba dónde estaba el problema, teniendo en cuenta, además, que ella siempre se había puesto el mundo por montera y había hecho lo que le había dado la gana.

1975


Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 149
Puesto que Franco había gobernado España durante treinta y nueve años como un cuartel, llegado el momento su muerte consistió en entregar su cuchara del rancho al sargento, que en este caso era el propio Satanás. El dictador se despidió de este mundo con cinco penas de muerte, que fueron ejecutadas en Hoyo de Manzanares al alba un septiembre negro en la noche más larga, mientras en la radio sonaba Con un sorbito de champán, de Los Brincos, y todo el mundo empezaba a creer que llegaban nuevos tiempos a España. Flanqueado por el brazo incorrupto de Santa Teresa, por el manto de la Virgen del Pilar y por toda suerte de reliquias, incluida la sangre sólida de San Pantaleón, su cuerpo formaba la parte menos interesante de un: circuito de cables adherido a un monitor cibernético. La habitación de la clínica era a medias un cuadro de la España negra de Solana y un puesto de control aeroespacial, preparado para un despegue inmediato. Puertas y rampas.
Antes de ser trasladado al hospital de La Paz, los progres acudían a El Pardo en peregrinación nocturna a enterarse de la cuenta atrás, y el próximo fin del dictador era celebrado con solomillos de choto, de venado, conejos con tomate, platos típicos de los mesones de El Pardo.

EL MATRIMONIO


La única historia, Julian Barnes, p. 49
Aquella noche miré a mis padres y presté atención a todo lo que decían. Intenté imaginar que ellos también habían tenido su historia de amor. En un tiempo lejano. Pero no llegué a ninguna conclusión. Después traté de imaginar que cada uno había vivido su historia de amor, pero por separado, antes del matrimonio o quizá -aún más emocionante- durante el mismo. Pero desistí porque de esto tampoco pude sacar nada en limpio. Me pregunté, en cambio, si, al igual que Joan, yo también simularía, disimularía para desviar la curiosidad. ¿Quién sabe?
Rebobiné y traté de imaginar cómo habría sido la vida de mis padres en los años anteriores a mi nacimiento. Me los represento empezando juntos, lado a lado, codo con codo, felices, confiados, recorriendo un surco de hierba tierna y blanda. Todo es verdor y el entorno es extenso; no parece haber ninguna prisa. Después, a medida que avanza el curso normal, cotidiano de la vida, desprovisto de amenazas, el surco se hace más profundo muy despacio y el verde aparece tachonado de pardo. Un poco más adelante -una década o dos-, el montón de tierra es más alto a ambos lados y no pueden ver por encima. Y ahora no hay escapatoria, no hay vuelta atrás. Solo hay el cielo arriba y muros cada vez más altos de tierra parda que  amenaza con sepultarlos.

EL AMOR


La única historia, Julian Barnes, p. 210
Estaba sentado en el bar, a mitad de su tercer y teóricamente último cigarrillo de la noche, cuando un hombre en shorts de playa y chanclas se sentó en el taburete de aliado.
-¿Le importa que le gorronee uno?
-Sírvase.
Le pasó el paquete, luego una caja de cerillas de algún hotel con una palmera en la tapa.
-Los fumadores somos una especie en extinción, ¿verdad? Probablemente el tipo andaba por los cuarenta, estaba tan achispado como él y era inglés, cordial, nada agresivo. No tenía nada de esa falsa campechanía con la que a veces topabas, esa suposición de que tienes que tener más cosas en común de las que tienes. Así que siguieron sentados en silencio, apurando el  cigarrillo, y quizá la ausencia de una conversación trivial animó al hombre a volverse y anunciar, con un tono ecuánime, reflexivo:
-Dijo que quería descansar en mi hombro tan ligera como un pájaro. Me pareció poético. Y también puñeteramente agradable, lo que un tío necesita. Nunca fue empalagosa.
El hombre hizo una pausa. Paul siempre estaba dispuesto a espolear a su interlocutor.
-Pero ¿la cosa no fue bien?
-Dos problemas. -El tipo inhaló y luego sopló el humo hacia el aire fragante-. El primero, los pájaros vuelan, ¿no? Es su naturaleza, ¿no? Y el segundo es que antes de volar siempre te cagan en el hombro.
Y dicho esto aplastó la colilla, saludó con la cabeza, bajó a la playa y se fue caminando hacia la mansa marea.

INCIPIT 908. EN DEUDA CON EL PLACER / JOHN LANCHESTER


UN MENÚ DE INVIERNO
A Winston Churchill le gustaba decir que el ideograma chino para “crisis” está formado por dos caracteres que, por separado, significan “peligro” y “oportunidad”.
El invierno obsequia al cocinero con una combinación parecida de riesgo y casualidad. Tal vez sea el invierno el responsable de cierto embrutecimiento del paladar nacional británico y de su consiguiente afición por esas indiscriminadas combinaciones agridulces, o por los escabeches agresivos y las salsas y los ketchups picantes. Y a hablaremos más delante de todo esto. Pero el riesgo del invierno radica también, dicho en pocas palabras, en una excesiva dependencia de las comidas indigestas. Los lectores del norte de Europa no necesitarán más detalles: el término, el concepto de comida indigesta, abarca un universo familiar de comida de invernadero que no sirve para nada, de dañinas grasas saturadas y de carbohidratos repletos de malas intenciones. (El propio nombre de la Brown Windsor Soup tiene algo de ocurrencia siniestra.) Es un estilo de cocina que ha alcanzado su apoteosis en los internados ingleses; y aunque a mí mismo me ahorrasen los horrores de semejante educación -mis padres, considerando acertadamente que mi naturaleza era demasiado sutil y sensible, contrataron a toda una serie de profesores particulares-, guardo un recuerdo muy vívido de un par de visitas que le hicimos a mi hermano durante su encarcelamiento en varios gulags.

INCIPIT 907. ANCHO MAR DE LOS SARGAZOS / JEAN RHYS


Dicen que en los momentos de peligro, hay que unirse, y, por esto, los blancos se unieron. Pero nosotros no formamos parte del grupo. Las señoras de Jamaica nunca aceptaron a mi n1adre, debido a que era «muy suya, muy suya”, como decía Christophine.
Era la segunda esposa de mi padre, muy joven para él, según decían las señoras de Jamaica, y, peor todavía, procedía de la Martinica. Cuando le pregunté por qué era tan poca la gente que nos visitaba, me dijo que la carretera que iba desde Spanish Town a Coulibri Estate, donde vivíamos, era muy mala y que, ahora, la reparación de carreteras había pasado a la historia. (Mi padre, las visitas, los caballos y sentirse segura en cama, también habían pasado a la historia.)
Otro día la oí hablar con el señor Luttrell, nuestro vecino y único amigo:
-Desde luego, también tienen sus problemas. Todavía esperan la compensación que los ingleses les prometieron cuando aprobaron la Ley de Emancipación. Algunos esperarán mucho tiempo.
¿Cómo podía saber que el señor Luttrell sería el primero que se cansaría de esperar? Una tranquila tarde, el señor Luttrell le pegó un tiro a su perro, se echó al mar y nadó mar adentro, y desapareció para siempre. De Inglaterra no vino agente alguno a cuidar su finca -Nelson's Rest se llamaba-, y gentes desconocidas, d e Spanish Town, fueron allá para chismorrear y comentar la tragedia

INCIPIT 909. LAS MUERTAS / JORGE IBARGUENGOITIA


LAS DOS VENGANZAS
ES POSIBLE imaginarlos: los cuatro llevan anteojos negros, el Escalera maneja encorvado sobre el volante, a su lado está el V aliente Nicolás leyendo Islas Marías, en el asiento trasero, la mujer mira por la ventanilla y el capitán Bedoya dormita cabeceando.
El coche azul cobalto sube fatigado la cuesta del Perro. Es una mañana asoleada de enero. No se ve una nube. El humo de las casas flota sobre el llano. El camino es largo, al principio recto, pero pasada la cuesta serpentea por la sierra de Güemes, entre los nopales.
El Escalera detiene el coche en San Andrés, se da cuenta de que los otros tres se han quedado dormidos, despierta a la patrona para que pague la gasolina, y entra en la fonda. Almuerza chicharrones en salsa, frijoles y un huevo. Cuando está tomando la segunda taza de café entran los otros tres en la fonda, amodorrados. Los mira compasivo: lo que para él es el principio del día es para los otros el final de la parranda. Ellos se sientan. El capitán actúa con cautela, le pregunta a la mesera:
-Dígame qué tienen que esté muy sabroso.

INCIPIT 906. LA UNICA HISTORIA / JULIAN BARNES


¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, esa es la única cuestión.
Puedes puntualizar -certeramente- que no lo es. Porque no tenemos elección. Si la tuviéramos sí sería una cuestión. Pero no elegimos y en consecuencia no lo es. ¿Quién puede controlar cuánto ama? Si se puede controlar, entonces no es amor. No sé cómo podemos llamarlo, pero no es amor.
La mayoría de nosotros solo tiene una historia que contar. No quiero decir que solo nos sucede una vez en la vida: hay incontables sucesos que convertimos en incontables historias. Pero solo hay una que importa, solo una que a la postre vale la pena contar. La que cuento aquí es la mía.
Pero aquí surge el primer problema. Si se trata de tu única historia, entonces es la que has contado y vuelto a contar más veces, aunque sea -como es mi caso- principalmente a ti  mismo. Así que la cuestión es la siguiente: ¿todas esas narraciones te acercan a la verdad de lo que sucedió o te alejan de ella? No estoy seguro. Una prueba podría ser si, a medida que pasan los años, sales mejor o peor parado de tu historia. Salir peor podría indicar que estás siendo más veraz.

HOMBRES Y MUJERES


La única historia, Julian Barnes, p. 82
¿Qué me producía aversión y desconfianza en el hecho de ser adulto? Pues, para decirlo brevemente: la conciencia de poseer derechos, el sentido de superioridad, la presunción de saber más, si no todo, la amplia banalidad de las opiniones adultas, el modo en que las mujeres sacaban la polvera y se empolvaban la nariz, la forma en que los hombres se sentaban en una butaca con las piernas separadas y sus partes prietamente resaltadas contra el  pantalón, la manera en que hablaban de jardines y de jardinería, las gafas que llevaban y el ridículo que hacían, la bebida y el tabaco, el horrible estruendo de la flema cuando tosían, los aromas artificiales que se echaban para ocultar sus olores animales, que los hombres se quedaran calvos y las mujeres se modelaran el pelo con aerosoles de fijador, la idea pestilente de que quizá mantuvieran todavía relaciones sexuales, la dócil obediencia de ambos sexos a las normas sociales, su irascible desaprobación de cualquier cosa satírica o contestataria, su suposición de que el éxito de sus hijos dependería del grado en que imitaran a sus padres, el ruido sofocante que hadan cuando estaban de acuerdo unos con otros, sus comentarios sobre la comida que cocinaban y la comida que comían, su afición a alimentos que a mí me daban asco (en especial las aceitunas, las cebollas en vinagre, los chutneys, los encurtidos picantes, la salsa de rábano picante, las cebolletas, la pasta para sándwich es, los apestosos emparedados de queso con pasta Marmire), su autocomplacencia emocional, su sentido de superioridad racial, la forma en que contaban los peniques, el modo en que se hurgaban en los dientes para desalojar los residuos de comida, lo poco que se interesaban por mí y el excesivo interés que mostraban cuando yo no quería que lo hicieran. No era más que una lista corta de la que Susan, por supuesto, estaba totalmente excluida.
Ah, y otra cosa. Que, sin duda a causa de un miedo atávico a reconocer sus auténticos sentimientos, ironizasen sobre la vida afectiva y convirtieran la relación entre los sexos en una chanza tonta y continua. Que los hombres insinuaran que en realidad las mujeres lo gobernaban todo; que las mujeres insinuasen que los hombres en realidad no comprendían lo que estaba sucediendo. Que los hombres fingieran que eran los más fuertes y que hubiera que mimar, consentir y cuidar a las mujeres; que estas fingiesen que, con independencia del folclore sexual acumulado, eran las únicas que tenían sentido común y práctico. Que los dos sexos admitieran plañideramente que a pesar de todos los defectos del sexo opuesto seguían necesitándose mutuamente. Que no se puede vivir ni con las mujeres ni sin ellas, ni tampoco con los hombres ni sin ellos. Y que ellas y ellos conviviesen en el matrimonio, que, como dijo un ingenioso, era una institución, sí, pero para enfermos mentales. ¿Quién lo dijo primero, un hombre o una mujer?

HOMBRES O MUJERES


La única historia, Julian Barnes, p. 82
¿Qué me producía aversión y desconfianza en el hecho de ser adulto? Pues, para decirlo brevemente: la conciencia de poseer derechos, el sentido de superioridad, la presunción de saber más, si no todo, la amplia banalidad de las opiniones adultas, el modo en que las mujeres sacaban la polvera y se empolvaban la nariz, la forma en que los hombres se sentaban en una butaca con las piernas separadas y sus partes prietamente resaltadas contra el pantalón, la manera en que hablaban de jardines y de jardinería, las gafas que llevaban y el ridículo que hacían, la bebida y el tabaco, el horrible estruendo de la flema cuando tosían, los aromas artificiales que se echaban para ocultar sus olores animales, que los hombres se quedaran calvos y las mujeres se modelaran el pelo con aerosoles de fijador, la idea pestilente de que quizá mantuvieran todavía relaciones sexuales, la dócil obediencia de ambos sexos a las normas sociales, su irascible desaprobación de cualquier cosa satírica o contestataria, su suposición de que el éxito de sus hijos dependería del grado en que imitaran a sus padres, el ruido sofocante que hacían cuando estaban de acuerdo unos con otros, sus comentarios sobre la comida que cocinaban y la comida que comían, su afición a alimentos que a mí me daban asco (en especial las aceitunas, las cebollas en vinagre, los chutneys, los encurtidos picantes, la salsa de rábano picante, las cebolletas, la pasta para sándwiches, los apestosos emparedados de queso con pasta Marmire), su autocomplacencia emocional, su sentido de superioridad racial, la forma en que contaban los peniques, el modo en que se hurgaban en los dientes para desalojar los residuos de comida, lo poco que se interesaban por mí y el excesivo interés que mostraban cuando yo no quería que lo hicieran. No era más que una lista corta de la que Susan, por supuesto, estaba totalmente excluida.
Ah, y otra cosa. Que, sin duda a causa de un miedo atávico a reconocer sus auténticos sentimientos, ironizasen sobre la vida afectiva y convirtieran la relación entre los sexos en una chanza tonta y continua. Que los hombres insinuaran que en realidad las mujeres lo gobernaban todo; que las mujeres insinuasen que los hombres en realidad no comprendían lo que estaba sucediendo. Que los hombres fingieran que eran los más fuertes y que hubiera que mimar, consentir y cuidar a las mujeres; que estas fingiesen que, con independencia del folclore sexual acumulado, eran las únicas que tenían sentido común y práctico. Que los dos sexos admitieran plañideramente que a pesar de todos los defectos del sexo opuesto seguían necesitándose mutuamente. Que no se puede vivir ni con las mujeres ni sin ellas, ni tampoco con los hombres ni sin ellos. Y que ellas y ellos conviviesen en el matrimonio, que, como dijo un ingenioso, era una institución, sí, pero para enfermos mentales. ¿Quién lo dijo primero, un hombre o una mujer?

1965

Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 141
En el extranjero hubo conatos de incendiar algunas embajadas españolas y en el bulevar de Saint Germain de París se realizó una gran manifestación de protesta contra el juicio de Grimau, que había comenzado a celebrarse en los juzgados militares del barrio de Campamento el 18 de abril de 1963, y entre la multitud aparecía tres filas detrás de la pancarta la pipa de Jean-Paul Sartre y no muy lejos de este intelectual comprometido iba una joven brasileña que se llamaba Solange, según vi después en un recorte del periódico Le Fígaro, que ella trajo a Madrid en el bolso.
Mientras se celebraba el juicio contra Julián Grimau ardía la Feria de Abril en Sevilla y Jesús Aguirre, que estaba muy lejos todavía de imaginar que un día sería un personaje ducal en la barrera de la Maestranza con un nardo en la solapa, ahora se veía obligado a apearse de las esferas celestes y ensuciarse las manos con la realidad. ¿El famoso compromiso del marxismo podía remediarse con una misa? Después del juicio sumario por supuestos crímenes cometidos ya prescritos sólo cabía esperar que Franco conmutara la pena de muerte a la que había sido  condenado el reo sin deliberación del tribunal. “Que pase la viuda del acusado”, se decía en estos casos.
Al mismo tiempo que sucedía esta tragedia política Berlanga estaba rodando la película El verdugo, con guión de Rafael Azcona. En este alegato contra la pena de muerte el encargado de ejecutar la sentencia tiene que ser arrastrado a la fuerza hasta los palitroques del garrote por los funcionarios de prisiones al negarse a cumplir con su oficio. Cuando se estrenó esta película Julián Grimau acababa de ser ejecutado y también en su caso, como una premonición de arte, hubo una resistencia por parte del pelotón de fusilamiento. En teoría le correspondía a la Guardia Civil apretar el gatillo, pero su director alegó que sólo tenía la responsabilidad de custodiar al reo. Por su parte, el capitán general se negó a que fuera ejecutado por militares de carrera. Fue el propio dictador quien dio la orden de que a Julián Grimau lo fusilara un pelotón de soldados de reemplazo que, sin experiencia, al parecer, según los testigos, tuvieron que disparar hasta veintisiete balas sin acertar mortalmente con ninguna y hubo de ser el teniente el que rematara al reo con un tiro de gracia en la nuca. Este militar acabó años más tarde en un psiquiátrico al no lograr disolver este crimen en su conciencia.

1961


Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 121
Bajo la larga ceniza de la posguerra habían comenzado a avivarse algunos rescoldos. Los universitarios más inquietos ya habían puesto el dedo gordo en la cuneta y habían partido hacia Europa a bordo de un camión cargado de naranjas, de tomates y melones; luego regresaron con la buena nueva de que en París maullaba una gata con jersey negro de cuello alto que se llamaba Juliette Gréco y en las aceras del Barrio Latino los novios se besaban con La ndusea de Sartre en la mano. Por Montparnasse se movía un grupo de pintores españoles que alternaba el oficio de brocha gorda en los andamios con el trabajo de artistas nocturnos; los sábados se los veía con óleos y carpetas bajo el brazo yendo de galería en galería a ofrecer sus cuadros y se alimentaban de sus propios sueños, unos de conocer a Picasso y otros a Santiago Carrillo. El Partido Comunista en el exilio remediaba su hambre a cambio de la filiación en una célula. Unos estudiantes se iban en vacaciones a aprender alemán en las minas del Ruhr, otros optaban por fregar platos en los restaurantes de Londres. Aquí en España, cuando se hablaba de oposición siempre se refería uno a la de notarías o registros, a abogados del Estado o a judicatura, nunca a Franco, que iba cogiendo un pergeño de abuelito pánfilo y no por eso menos cruel y asesino. La aspiración sublime a llegar a alto dignatario del Estado se compartía con visitas rituales a los prostíbulos con olor a permanganato poblados de putas muy maternales, entre cuyos senos les bailaba una medalla de la patrona de su pueblo. De Alemania regresaba Aguirre a Santander o a Madrid de vacaciones envuelto en silogismos escolásticos, brillantes y escurridizos. En casa de sus primos en la calle Costa Rica, durante los insomnios de las noches de verano, vaciaba su teología sobre la cama y los dejaba admirados. Sus primos le decían: «Jesús, vas a llegar a cardenal";. Y él contestaba: " A papa".

INCIPIT 905. EL GALAN IMPERFECTO / RAFAEL GUMICCIO


-Tu cuerpo rechaza a tu pene, compadre –decreta el doctor Wagner con su pelo de nibelungo cortado a tijeretazos, mientras busca muestras por toda la consulta y las va acumulando en el centro de su escritorio como un soldado que llena su fortaleza de pertrechos-. Por alguna razón tu sistema inmunológico no reconoce a tu pene como parte tuya. Lo ataca o, más bien, no lo defiende, deja que actúen contra él todos los bichos que andan flotando en el aire, lo que todo el mundo tiene cerca pero que en ti florece y te peljudica. ¿Tú sabes cuántos gérmenes microscópicos hay en este dedo? Miles, millones, trillones. El universo es de los microorganismos. Sin ellos no seríamos nada, compadre. El pan, el queso, el vino, la levadura, todos los licores son eso, hongos microscópicos que lo descomponen todo; no habría civilización sin esporas, la cultura no es más que cultivos. El tiempo lo pudre todo, se come la  Madera, la roca, para qué decir la piel, los huesos, la caspa, somos como los lagartos que cambian de piel. ¿Me estás entendiendo, compadre, o estoy hablando en chino? A ver, compadre, a ver, para que me entiendas, lo tuyo es como un computador que manda señales equivocadas al computador central. Es como si de repente Marte se saliera del sistema solar o como si decidiéramos que Coquimbo ya no es parte de Chile.

INCIPIT 904. UN LUGAR PAGANO / EDNA O'BRIEN


Dan Egan está en Drewsboro
los Wattle junto a la verja
Manny Parker por el paseo
y el Negro avanza en línea recta.
Manny Parker era botánico. siempre a la intemperie hiciera el tiempo que hiciera, vivía con su hermana, que llevaba la confitería, comían carne los víernes, eran protestantes. Tu madre iba a su tienda, los consideraba gente de bien.
Le guardaban chocolate porque estaba racionado, seis tabletas del normal y seis tabletas con fruta y avellanas. Las almacenaba en el aparador junto con las mermeladas y las jaleas. El aparador era marrón oscuro, las llaves se habían extraviado, pero con el espantoso chirrido que emítían las puertas era, prácticamente, como si estuviese cerrado con llave. Nadie podia abrirlo sin que la casa entera lo oyese. Cuando en prímavera llegaban las naranjas amargas de Sevilla, la hermana de Manny Parker preparaba mermelada y ponia los tarros de una libra a enfriar en lo alto del mostrador para que todo el mundo los viese y la felicitase.

JULIAN GRIMAU

Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 139
La gente entreveía ya el primer placer del consumo de pollos al ast entre boleros de Los Cinco Latinos y bailes muy pegados de sudor perfumado en Micheleta con aquellas chicas de faldas tubulares, cuando un día a la superficie de una sociedad dispuesta a olvidar la aciaga desdicha del pasado, afloró de pronto el nombre de un clandestino desde el fondo negro del franquismo. La noticia consistía en que un comunista llamado Julián Grimau, hombre al parecer muy importante y peligroso, se había arrojado al vacío por una ventana en la trasera de la Dirección General de Seguridad. Ese nombre acaparó la conversación en las redacciones de los periódicos y los claustros de la universidad hasta terminar por apoderarse de las sobremesas familiares. Poco a poco se iban sabiendo cosas. Julián Grimau pertenecía al comité central del Partido Comunista y había sido enviado a Madrid por la dirección desde París. Fue delatado y en noviembre de 1962 la policía lo detuvo en un autobús cerca de la plaza de las Ventas, como no podía ser de otra parte dado que se trataba de una misma forma de lidia ibérica. Durante los interrogatorios en la Puerta del Sol se dijo oficialmente por medio del ministro Fraga que el convicto había tenido un trato exquisito, pero que en un momento de descuido se había subido a una silla y, aunque iba maniatado con formidables esposas de gran calidad, pudo abrir una ventana y de forma inexplicable había logrado saltar a la calle desde un despacho del tercer piso hasta el asfalto de un callejón, donde cayó como un guiñapo entre unos furgones de policía allí aparcados. Junto a aquellos furgones había uno preparado por la funeraria, según contaron algunos testigos, pero había sobrevivido de milagro con graves heridas en el cráneo.
·Toda la clandestinidad comenzó a movilizarse.

1950


Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 81
Cuando toda España olía a sardina entre clérigos, militares, lentejas y Concha Piquer, y en los descampados se lamían mutuamente las heridas los perros famélicos y los mutilados de guerra, por la calle Sacramento de Madrid, a la sombra de viejos palacios, se pavoneaba de noche Eugenio d'Ors con correajes, un águila bicéfala en la hebilla del cincho, boina colorada con borla hasta la oreja y otros abalorios franquistas como un orondo fantasma. De regreso de Argentina, Ortega y Gasset se había exiliado voluntariamente en Portugal, donde imperaba Salazar, otro férreo dictador, un hecho que dejó descolocados a sus incondicionales y sumergidos seguidores. Los intelectuales del régimen e incluso los poetas líricos dormían con las polainas puestas y la pistola bajo la almohada por si había que levantarse otra vez a matar rojos. En aquel Madrid desolado de adoquines y raíles de tranvía, los señoritos calaveras con esmoquin y bufanda blanca iban a bailar a Pasapoga y cada tronco de acacia tenía un mendigo o un policía de la Secreta apoyado. Cualquier deseo administrativo, excepto el de acostarse con Ava Gardner en el hotel Hilton, necesitaba estar sellado con timbre móvil y dos pólizas.
En medio de aquella España con olor a amoniaco de urinario público, resulta que Jesús Aguirre no quería ser como los demás.

SEXO JESUITICO


Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 98
Muy pronto el sexo se levantó como una barrera negra en el horizonte, una obsesión lúbrica que acompañaba al seminarista día y noche unida a la tibieza de la cera del altar, al olor de incienso, a la humedad pegada a la tela del pijama.
Reclinado en una cama turca en el palacio de Liria, me contó Aguirre, como sintiéndose ya a salvo de todo aquello: «Lo que para los padres de la compañía eran amistades particulares para Goethe eran afinidades electivas y yo que había leído a Goethe así lo creía. Un día me llamó el director espiritual a su despacho, un jesuita que era famoso por la voz de barítono y porque llevaba siempre un tomate en los calcetines, como el que describe Pérez de Ayala en A.MD. G. Fui acogido por su sonrisa meliflua, que no borraba el rigor del entrecejo. Me hizo sentar a su lado muy cerca, me puso la mano en el hombro y luego me dio un suave pescozón en una mejilla. A continuación comenzó el interrogatorio”.
Los superiores habían observado que Jesús Aguirre tenía predilección por un compañero con el que siempre se le veía departiendo a solas durante el recreo en un rincón del patio. Un día el padre prefecto le vio muy pálido, le cogió de la oreja en un corredor y lo llevó a su habitación. El prefecto pronunció el nombre de un chico de Laredo llamado Antonio, de aspecto curtido, de ojos negros, cejas prietas y mejillas muy carnosas. Jesús puso cara de sorpresa. Ante las preguntas cada vez más directas e inquisitivas, con las orejas enrojecidas por el rubor, negó que entre ellos pasara nada más allá de compartir la misma afición por la lectura. No se masturbaban, no se intercambiaban ninguna caricia ni siquiera se tocaban. Sólo leían a escondidas a Ortega y Gasset. No se sabe qué era peor. Ante la rociada de amenazas y consejos, Jesús prometió que en adelante se dedicaría sólo a jugar al balón. El prefecto, antes de despedirlo del despacho, mientras no dejaba de sobarle las mejillas, le hizo esta confidencia: “Anoche, después de apagar la luz, me paseé como todas las noches por el dormitorio vigilando vuestro sueño. Cuando ya estabais todos dormidos me fijé en ti. Estabas destapado y tenías las dos manos entre las piernas dentro del pantalón del pijama. Eso es gravísimo. ¿Lo sabes? Te doy dos días para que te quites esas ojeras. Y si tienes que dormir con las manos atadas, hazlo como penitencia”.

ENRIQUE RUANO


Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 36
El duque de Alba no quería hablar del asunto, pero de pronto se levantó de la cama turca, se acercó a la biblioteca, cogió el retrato de Enrique Ruano y pasó la yema del dedo índice delicadamente por el marco de plata y luego la demoró sobre la frente bajo el flequillo de su joven amigo. “Buenos días, tristeza -exclamó el duque y añadió-: Fui su confesor y director espiritual, pese a que ya en ese tiempo me había decidido a dejar el ministerio eclesiástico y el padre Martín Patino me estaba arreglando los papeles con el Vaticano para volver al laicado. Enrique murió cinco días después de hacerse esta foto que le pedían para el servicio militar obligatorio. Tenía veintiún años. Un chico idealista, un dandi, muy atractivo, como veis. Algunos envidiosos decían que era un exhibicionista. No es así. Enrique estudiaba Derecho y pertenecía al Frente de Liberación Nacional, en el que también yo participé. Tres policías de la Brigada Social lo arrojaron por la ventana de un séptimo piso de la calle General Mola, el20 de  enero de 1969. Fue un asesinato. Tres días antes de su muerte, la tarde en que lo apresaron en la plaza de castilla; había estado conmigo: acababa de salir del piso de soltero que yo tenía en la plaza de María Guerrero, en El Viso. Lo detuvieron junto con su novia Lola, una chica estupenda que después se casó con Javier Sauquillo, al que asesinaron en el despacho de abogados en Atocha y a ella le dieron un balazo en la mandíbula”. El duque dio una honda calada de Winston, que le llegó más abajo del diafragma, y luego quedó callado con el retrato en las manos.
Fue una caída muy sonada en el ambiente de la clandestinidad. Se contaba que a la novia de Ruano la interrogaron en los sótanos de la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol. Los esbirros se sabían por completo la vida de los dos. A ella la pasearon por todo Madrid para que confesara de dónde eran las llaves que llevaba en el bolsillo, un piso donde guardaban ciertas evidencias, panfletos y un ciclostil. La chica resistió la tortura hasta dar tiempo a que escaparan otros amigos. Se comportó como una heroína. Finalmente ya no pudo aguantar. Después de torturarlo, a Enrique Ruano lo llevaron a ese piso de General Mola. A las tres de la tarde su madre aún logró verlo salir esposado de la Dirección General de Seguridad hacia el registro, se abrazó a él Y al ver que no llevaba cazadora le dijo: “Vas a coger frío”. A las seis la llamó la policía y le dijo: “Su hijo se ha suicidado”.

CUCARACHAS


El coral y las aguas, Juan Eduardo Zúñiga, p. 169
“-Y pensar que nunca nos veremos libres de esta miseria y allí donde vayamos han de ir con nosotros ... Heridos o victoriosos, hambrientos bajo cualquier luna y en cualquier país, enfermos o embriagados, y las cucarachas salen en cuanto cerramos los ojos ... Qué asquerosos animales incansables. Durante el día pienso en ellos, los presiento acechando y dispuestos a que te dejes vencer por el cansancio. Qué sucia compañía la de esos sueños que viven de los restos de la comida, de las ilusiones desgastadas o del calor de la más querida sangre. Eternos sueños que ensucian los triunfos y el lecho de amor, hacen turbia la vida, devuelven a los muertos, borran distancias, tiempos. ¡Oh, sueño, oh, Dios del sueño!, ¿por qué no te apiadas del que está necesitado de descanso, por qué le persigues con tus máscaras, con tus presagios, agotándolo con tu actividad? Ah, pasarán años, lograremos el más preciado oro que ha merecido tantas penalidades y nos veremos rodeados de cucarachas, ¡maldita vida llena de trabajos y ferocidades, que acabará en esto! Solo la fuerza bruta, la matanza, no poder hacer nada delicado y tierno sino esas hazañas que una tras otra he ido cumpliendo como borracho. Cuando las hacía solo deseaba ser un hombre superior a todos, hacerme héroe, probarme que mis fuerzas eran las de un hombre, demostrar que era capaz de lo que hacen los hombres. He mentido mucho, me canso de mentir, y a nadie he dicho que desearía hacer tareas de mujer, mecer una cuna o tejer esos velos tan finos que el aire desgarra. Mis manos no servirían ya, no se parecen a las tuyas, tan ágiles y elegantes, que acarician lo que tocan. Qué bello estabas ahora haciendo ese trabajo sucio que no te rebaja ni te hace perder dignidad. Se diría que todo aumenta tu soberbia y te transforma en un dios despreciativo que niega su protección a quien le adora.

LOS HERMANOS DE JESUS


Las ratas, José Bianco, p. 103
-No es sólo en el Cap. XIII, 55, de San Mateo, como parece entenderlo el Sr. X, donde se trata este asunto que ha motivado tantas discusiones (aquí, para mayor claridad, transcribo los pasajes alusivos de la Biblia: S. Mateo: XII, 46, 47, 48; XIII, 56; S. Marcos: III, 31, 32, 33, 34; VI, 3; S. Lucas: II, 7; VIII, 19, 21, 20; S. Juan: II, 12, 5; S. Pablo, Corintios: IX, 5; Gálatas: I, 19). De la lectura de estos textos han surgido tres teorías: la elvidiana, a que se refiere el Sr. X: sostiene que los hermanos y hermanas de Jesús nacieron de José y María, después de él; la epifánica: nacieron de un primer matrimonio de José; la hierominiana, a la que se adhiere San Jerónimo: erao hijos de Cleofás y de una hermana de la Virgen llamada también Maria. Es la doctrina sustentada por la Iglesia y defendida por sus grandes pensadores.
-¿Por qué no cita los Hechos de los Apóstoles?
-Es verdad; después de comer, si usted me presta una Biblia ...
-No se necesita Biblia. Apunte; I, 14: “ ... perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres y con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos”. Bueno, aquí finaliza el preámbulo. Y ahora ¿a cuál de las tres teorías piensa usted adherirse?
-A la primera, qué duda cabe -respondió Sweitzer-. ¿Cómo empezaría usted?
Bernardo no pudo resistir el afán de lucirse; contestó con aire profesora!:
-Yo empezarla diciendo: Es verdad que en hebreo y arameo existe una sola voz para designar los términos hermano y primo, pero no es esa razón suficiente para torcer el significado de los textos. Porque nos encontramos en presencia de un idioma como el griego, rico en vocablos, que tiene una palabra para decir hermano (adelphos), otra para decir primo hermano  (adelphidus) y otra para decir primo (anepsios). La comunidad de Antioquía era un medio bilingüe y alli se efectuó el paso de la forma aramea a la forma griega de la tradición. Goguel cita un versículo de Pablo (Colosenses, IV, 10) donde se dice: “ ... y Marcos, sobrino de Bernabé”. Si Pablo en sus otros escritos habla de los hermanos de Jesús, no hay motivo para que se confunda un término con otro.
Hizo una pausa. Continuó:
-Oh, habría tanto que agregar. Tertuliano acepta que María tuvo de José muchos hijos. También lo afirmaban la Secta de los Ebionitas y Victoria de Petan, mártir cristiano, muerto en  el 303. Hegesippa dice que Judas era hermano, según la carne, del Salvador. La Didascalia dice que Jacobo, Obispo de Jerusalén, era según la carne hermano de Nuestro Señor. Epifanio reprocha la ceguera de Apolonio, quien enseñaba que María había tenido hijos después del nacimiento de Jesús.

INCIÌT 903. LOS LOBOS DE PRAGA / BENJAMIN BLACK


Hoy pocos recuerdan que fui yo quien encontró el cadáver de la desdichada hija del doctor Kroll tendido en la nieve aquella noche en el Callejón del Oro. La voluble musa de la historia casi ha borrado el nombre de Christian Stern de sus páginas eternas, aunque a menudo he tenido razones para pensar que habría sido mucho mejor para mí no haber aparecido nunca en ellas. Mi destino era elevarme muy alto, con un magnífico plumaje, pero al final volví a caer al suelo con las alas en llamas.
Estábamos en pleno invierno, y una luna creciente pendía ladeada sobre la mole del castillo de Hradcany, que se alzaba sobre el estrecho callejón donde yacía el cadáver. ¡Cuántas estrellas había!, como montones de alhajas esparcidas sobre una cúpula de tensa seda negra. Desde niño me había fascinado el misterio del firmamento y siempre quise conocer sus secretas armonías. Pero esa noche estaba borracho, y sus luces como gemas parecían girar y mecerse mareantes sobre mí. Tan embriagado estaba que es raro que reparase en la joven que yacía muerta entre las profundas sombras de los muros del castillo.
Había llegado a Praga ese mismo día y había pasado por una de las puertas del sur de la ciudad al caer la noche, después de un fatigoso viaje desde Ratisbona, con los caminos cubiertos de roderas y el Moldava helado de orilla a orilla. Encontré hospedaje en el León Dorado, un sórdido hostal en Kleinseite, donde no pedí nada, sino que subí a mi cuarto y me eché en la cama sin quitarme la ropa del viaje.

INCIPIT 902. LA SUPERFICIE MAS HONDA / EMILIANO MONGE


Alguien más le dijo, probablemente el revisor: la suya es la única maleta, nadie quiere ir hoy a Alquila, no hay manera en que se pierda. Pero Hernández insistió en llevarla arriba: me gusta ver mis cosas.
En el andén, Hernández se comió unas galletas, compró una botella de agua y se fumó, ansioso, dos o tres cigarros. Luego abrieron las puertas del autobús y entró desbocado, como si hubiera más gente esperando.
Necesito traerla junto, le explicó al chofer en la pequeña escalera, alzando su maleta: traigo aquí mis medicinas. Sin volteado a ver, el chofer del autobús asintió con la cabeza pero apretó el volante entre sus manos.
Hombre de supersticiones, Padilla temía que algo le pasara a su camión si hablaba antes de marcharse, igual que temía que algo le pasara a su pasaje. Por eso nunca decía nada hasta llegar a las montañas.
Para entonces, Hernández se había adueñado de una línea de asientos, empotrando su maleta en el pasillo. Le emocionaba ser el único viajero que aquel día hubiera tomado el autobús rumbo a Alquila.
No entorpezca el pasillo, solicitó Padilla saliendo de una curva. Sorprendido, Hernández irguió el cuerpo, buscó los ojos del chofer en el espejo que comunicaba ambas cabinas y sonriendo preguntó: ¿está diciéndomelo en serio?

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