Los restos del día, Kazuo Ishiguro, p. 141
Si bien recuerdo, Giffen's
apareció a principios de los años veinte, y no soy la única persona para la que
el auge de este producto y el cambio de tendencia que experimentó nuestra profesión
estuvieron estrechamente relacionados. Un cambio que hizo de la limpieza de la
plata la tarea trascendental que, en general, sigue siendo hoy. Supongo que,
como otros muchos cambios relevantes de aquel período, éste fue una cuestión generacional.
Durante aquellos años nuestra generación de mayordomos “alcanzó su mayoría de
edad”, y personajes como mister Marshall, sobre todo, fueron los principales
causantes de que la limpieza de la plata llegara a alcanzar una trascendencia
semejante. No quiero decir con ello que sacar brillo a la plata, concretamente
a los objetos empleados en la mesa, no se considerara desde siempre una tarea
seria. Sin embargo, es justo decir que muchos mayordomos de, digamos, la
generación de mi padre, no pensaban que se tratase de un asunto fundamental.
Prueba de ello es el hecho de que en aquellos días el mayordomo de una casa no
supervisaba personalmente la limpieza de la plata. En realidad, se contentaba con
dejar esta tarea a la propia iniciativa del segundo mayordomo, limitándose a
echar una ojeada de vez en cuando. Se dice que mister Marshall fue el primero
en hacer ver la gran importancia de la plata, al subrayar que no había otro
objeto en la casa que un invitado examinase tan a fondo como la plata durante
la comidas. Se trataba, por lo tanto, de un indicador público del nivel de una
casa. Y fue mister Marshall el primero que dejó estupefactos a las damas y
caballeros que visitaban Charleville House con una plata limpia y brillante como
nunca se había visto antes. Naturalmente, todos los mayordomos del país,
acuciados por sus patronos, empezaron a obsesionarse por el tema de la plata, y
enseguida hubo varios mayordomos, lo recuerdo muy bien, que presumían de haber
descubierto métodos de limpieza que superaban los empleados por mister
Marshall, métodos que mantenían celosamente secretos, como hacen los chefs
franceses con sus recetas. No obstante, tengo la certeza, la misma certeza que
tenía entonces, de que, por misteriosos y complejos que fuesen los métodos
aplicados por alguien como mister Jack Neighbours, el resultado final era nulo
o, en cualquier caso, apenas perceptible. Por lo que a mí respectaba, el
problema no tenía mayores complicaciones: bastaba con emplear un buen producto y
supervisar la tarea muy de cerca. Giffen's era el producto que aconsejaban los
más expertos mayordomos de la época, y si se empleaba correctamente, no había
por qué temer que la plata ajena fuese mejor que la propia.
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