Los restos del día, Kazuo Ishiguro, p. 89
Stevens, sé que lo que voy a pedirle no es algo habitual.
-¿Sí?
-Verá, ahora mismo ocupan mi
mente cosas muy importantes.
-Será un placer servirle, señor.
-Siento tener que pedirle algo
semejante. Sé que está usted muy ocupado, pero no sé cómo demonios resolver
este asunto.
Mi señor volvió a ocuparse del
Who's Who mientras yo seguía esperando. Al cabo de un rato, me dijo sin
mirarme:
-Supongo que está usted al tanto
de los misterios de la naturaleza.
-¿Cómo dice, señor?
-Sí, Stevens, los pájaros, las
abejas... los misterios de la naturaleza, ya sabe.
-Creo que no sé a qué se refiere,
señor.
-Le hablaré más claro. Sir David
es un gran amigo mío, y en la organización de esta conferencia ha desempeñado
un papel inapreciable. Diría incluso que, sin su ayuda, no habríamos conseguido
que monsieur Dupont aceptara venir.
-Ciertamente, señor.
-Con todo, Stevens, debo decir
que sir David tiene sus rarezas. Como
sabe, ha venido con su hijo Reginald, que le hará de secretario. El caso es que
está a punto de casarse. Reginald, claro.
-Sí, señor.
-Durante estos últimos cinco
años, sir David ha intentado contarle a su hijo cuáles son los misterios de la
naturaleza. Piense que el joven tiene ahora veintitrés años.
-Así es, señor.
-En fin, iré al grano. Resulta
que el padrino de este caballerete soy yo, y, por este motivo, sir David me ha
pedido que le haga saber al muchacho qué son los misterios de la naturaleza.
-Sí, señor.
-Es que sir David considera que
se trata de una tarea bastante penosa y teme que llegará el día de la boda y
aún no habrá podido acometerla.
-Sí, señor.
-El caso es que ahora estoy
enormemente ocupado. Sir David debería ser consciente de ello, sin embargo, me
pide que haga esto, que no es ninguna tontería.
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