La higuera, Ramiro Pinilla, p. 89
-La mujer del anfitrión también debe sentarse con los
invitados -dice Eduardo-. iSeñora! -llama. Coge de un brazo a la criada que no
es Pancha y que está abriendo una botella de vino-. Di a tu señora que no
empezaremos sin ella.
-¿Señora? -arruga la frente la criada que no se llama
Pancha.
Entonces aparece Cipriana y dice:
-Yo ya he comido.
-Pues la queremos ver mañana en esta mesa -dice Eduardo.
-Mañana me toca ayuno -dice Cipriana pasando la mirada por
todos nosotros, sobre todo por nuestras camisas azules. El desaire no ha podido
molestar al alcalde, que no la quiere en la mesa, y, en cuanto a mis
compañeros, la miran ofendidos, aunque no se dirigen al alcalde exigiéndole que
haga de aquella roja una sumisa mujer española, y yo ni siquiera busco la
razón, pues ahora estoy recogiendo la mirada de Cipriana, que no la aparta de
mí.
Precedidos de un alboroto aparecen Adolfo y Benito, los
hijos del matrimonio. Visten ya el uniforme azul de los Flechas y Pelayos. No
saludan a nadie y se pegan por una silla habiendo varias libres.
-iQué se dice al entrar? -les pregunta su padre.
La pareja sigue enzarzada. El alcalde nos previene con una señal
confidencial antes de lanzar con calor:
-iFranco, Franco, Franco!
Los mocitos se paran, se ponen firmes, dos brazos se
levantan con una energía que conmueve y suenan dos vocecitas capaces de mover
al más tibio espíritu patriótico:
-iViva Franco! iArriba España!
Pero mis ojos vuelven a Cipriana, a su mirada. Dice el alcalde:
-Han llegado tarde por las clases intensivas de falangismo juvenil que recibe
un grupito de elegidos. iHay que recuperar el tiempo perdido! Sus uniformes de
Flechas y Pelayos se han cortado y cosido en veinticuatro horas.
La mirada de Cipriana me está trasmitiendo que no me preocupe.
Su cocido de garbanzos tiene tan buena aceptación que muchos repiten, y cuando
ella pregunta: "¿ Quiénes quieren los sacramentos?», todos nos quedamos
suspensos, excepto el alcalde, sus hijos y las dos criadas.
-Se refiere a los tropiezos -se apresura a decir el alcalde.
Los tropiezos resultan ser las costillas, la morcilla, el
tocino, el chorizo, el jamón y más ingredientes que en esta tierra de rojos
llaman sacramentos, una herejía que por sí sola justificaría la guerra.
-Son cosas de los tripones que andan por ahí -bromea el alcalde.
-Si lo vuelvo a oír fuera de esta casa, al cabrón que lo
diga le pego un tiro asegura Luis Ceberio.
Lo conozco y lo haría.
El alcalde arroja un buen trozo de pan a su mujer con
innecesaria violencia.
-Y tú, olvida tus palabrotas del Puerto Viejo, las cosas han
cambiado -le dice.
-Tú también saliste de ese Puerto Viejo, donde hablamos bien
clarito. Tú mismo decías ihostias! y imecagüen Dios! Hasta antesdeayer
No hay comentarios:
Publicar un comentario