La mecanógrafa de Henry James, Michiel Heyns
Lamb House, Rye
11 de noviembre de 1907
Mi querido Morton:
He estado reflexionando sobre sus
abrumadoras confidencias, y si tomo instintivamente mi pluma, tras nuestras extensas
deliberaciones tete-a.-tete, es como un exhausto nadador que se aferra, iluso,
a lo que cree su tabla de salvación y que bien puede acabar siendo su
perdición. Lo que me abruma, cuando salgo a la superficie en busca de aire, es
la sensación de que me ha dejado, inútil y perplejo, en la antesala de su vida,
mientras todo este tiempo he dado por supuesto que me había admitido, si no en
la cámara interior, al menos en la agradable sala desde donde podíamos contemplar
juntos el dichoso e inquieto rumbo de su existencia. Haberme creído su íntimo
amigo durante estos últimos dieciocho años para descubrir que se me ha excluido
hasta tal punto de una relación que debería implicar confianza, u hospitalidad
al menos, es hallar sólo un frío abismo donde me había imaginado un puente, y a
un impostor en el amigo que había acogido.
Confieso que no me pareció un
asunto digno de parabienes -aunque hubiera ocurrido hace ya mucho tiempo y, como
insiste en subrayar, sin la menor intención por su parte- que atrajese la
atención de lord Ronald Gower, si bien comprendo que, para un joven recién
llegado a Londres, las atenciones de un noble, con pretensiones de buen gusto, debieron
de parecerle una valiosa distinción. En el caso que nos ocupa, además, no
parece que se haya producido ningún trastorno perdurable, puesto que el vínculo
siguió el camino que era de esperar en cualquier relación asentada en la
vanidad por un lado y la adulación por el otro. No comparto tampoco su temor de
que la naturaleza de dicha relación sea ahora, tras el funesto destino del
realmente exagerado Oscar Wilde, malinterpretada en caso de que los detalles de
ésta acabaran siendo del dominio público. Independientemente de lo que uno
piense de su moral privada y de su conducta pública, en estos momentos lord
Ronald posee toda la apariencia de ser un miembro apreciado por la sociedad,
una situación muy distinta, a ojos de la opinión pública, de las relaciones del
eminente Wilde.
De lo que me quejo, de lo que me
lamento, como si de una herida mortal se tratase, es que equipare como fuente de
peligro e inseguridad las cartas que me ha dirigido a mí con aquellas que lord
Ronald le escribió a usted, por no mencionar las efusividades de Oscar Wilde
que tanto preocuparon a la moral de la nación en el momento en que se hicieron
públicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario