-¿Cómo? ¿El qué? -preguntó Jiro sin levantar la mirada del periódico.
-Lo de que él y su mujer han votado a partidos diferentes. Hace unos años habría sido impensable.
-De eso no cabe duda.
-Es increíble las cosas que pasan hoy en día. Pero supongo que eso es lo que llamamos democracia. -Ogata-San dio un suspiro-. Todas estas cosas que hemos aprendido con tanto afán de los americanos, no resultan siempre tan buenas.
-No, ciertamente no lo son.
-Mira lo que ocurre. Matrimonios que no votan lo mismo. Cuando uno ya no puede confiar en su esposa para ese tipo de asuntos, el panorama resulta muy triste.
Jiro siguió leyendo el periódico.
-Sí, es lamentable -dijo.
-Las esposas de hoy en día ya no sienten ningún apego por su familia. Hacen lo que les da la gana y si se les antoja votan a otro partido. Es un ejemplo de cómo van las cosas en Japón. La gente deja a un lado sus obligaciones en nombre de la democracia.
Jiro se quedó mirando a su padre durante un instante, después bajó otra vez la mirada y siguió leyendo el periódico.
-No hay duda de que tienes toda la razón -dijo-. Pero los americanos no trajeron sólo cosas malas.
-Los americanos nunca comprendieron nuestra cultura. No la comprendieron lo más mínimo. Sus costumbres pueden ser buenas para ellos, pero aquí en Japón, las cosas son diferentes, muy diferentes. -Ogata-San volvió a suspirar-. Cosas como la disciplina y la lealtad, mantuvieron firme al Japón. Quizá lo que digo parezca exagerado, pero es la verdad. El sentido del deber unía a la gente. Frente a la familia, a los superiores, al país. Pero ahora, en lugar de eso, no se habla más que de democracia. Y oyes esa palabra cada vez que la gente quiere ser egoísta, cada vez que quieren olvidar sus obligaciones.
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