Lo primero que vi fue la sombra.
Inmóvil, fija, eterna, proyectada sobre un pequeño muro semiderruido que no levantaba
más de metro y medio del suelo. Después presté atención al paisaje de fondo, el
horizonte, el bosque, los árboles espigados y desnudos que desbordaban el
encuadre de la imagen. Nada se movía en la escena. Nada se oía. Por un momento
pensé que el archivo era defectuoso o que mi conexión no funcionaba
correctamente. Pero enseguida advertí que la barra de reproducción había comenzado
a avanzar. El tiempo corría, aunque los objetos de la escena no se desplazaran,
aunque todo permaneciera igual después de varios minutos. La sombra, el
paisaje, el muro, el plano. El movimiento parecía haberse frenado igual que lo
hace en una fotografía.
Así es como arranca esta
historia, querida Sophie, con la silueta de un hombre detenida sobre una pared en
medio de un bosque, con el movimiento inmóvil de una imagen en blanco y negro
en la pantalla de mi ordenador.
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